LOS ANALES DE MULEY(2ª PARTE)(8)

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           XXXlV  

   Atrás quedó una contienda,

la cúspide de las guerras,

devastó cielo y tierras,

estimuló la venganza;

si tus puertas cierras,

el olvido te alcanza.

   Surgió un vulgo dolorido,

sumiso en su esclavitud,

cuya flor de juventud

en la guerra se mustió;

un pueblo con inquietud

que el mundo no olvidó.

   Atrás quedó mi infancia,

mis tristezas y alegrías,

mis galopadas correrías

por sus calles empinadas

y mis brumosas fullerías

han quedado aparcadas.

   Iba pasando el tiempo,

la vida se avivaba

y el sosiego estaba

al cumplimiento del alma;

todo en ella se asentaba

siendo la paz su gran palma.

   Fue una época difícil.

La contienda quebró,

rompió, desarticuló…

las fuentes de la nación;

la economía quedó

maltrecha y sin opción.

   Pero ”una, grande y libre”

fue tema del vencedor

y hasta el perdedor

la acogió como esgrima

para acallar su temor

aunque su fe no la estima.

   Vencedores y vencidos

ese tema acogieron,

por coacción aplaudieron

y callaron sentimientos,

los primeros lo adoptaron

porque eran sus pensamientos.

   Yo era un mozalbete

y bien que lo demostré,

con visión me aproveché

de la coyuntura actual,

gran beneficio logré

a título personal.

   Me consideraba un hombre,

quería demostrar mi hombría,

más la escuela eludía,

la situación me avalaba

para lograr mí correría,

pues decidido estaba.

   Renuncie a la enseñanza,

pues en mi etapa docente

poco alimentó mi mente,

poca cultura adquirir,

aprendí lo suficiente

para de hambre no morir.

   Mi cultura fue la calle,

la escuela mi prisión,

no había en el pueblo rincón

que yo no conociera,

ni barrio ni estación

que menda no recorriera.

   Mi campo universitario

fue la guerra civil,

de duro y triste perfil

con dolorosos quebrantos;

nada allí fue pueril,

pero se oyeron llantos.

   Fue campo abonado

de odios y sufrimientos,

alabé esos momentos,

pues a ser hombre aprendí;

callaron mis sentimientos,

en hombre me convertí.

              XXXV

   Si se necesitaban hombres

para seguir el guión

y reconstruir la nación,

aquí estaba mi menda;

lo dije de corazón,

con voluntad de enmienda.

   Me importaba un bledo

la patria y su mentira,

y su canto que delira;

alababa mi suerte

y me llenaba de ira

al recordar tanta muerte.

   Eran cantos de sirenas,

voces en la oscuridad

que escondían la verdad,

manantial envenenado

que anula su identidad

corriendo desbravado

   Yo deseaba ser útil,

sin falacias ni engaños,

tenía suficientes años

para poder decidir,

miraba en mis aledaños

la forma de corregir.

   Me hice hombre en guerra

aunque fusil no empuñé,

la vida a nadie quité,

pero vi mucha tristeza,

de dolor me contagié

y me donó fortaleza.

   Reconstruir el país no quería,

solo levantar mi huerta,

cercenar su cubierta

de odios y envidias,

abrir sin temor la puerta

estimulando desidias.

   Y haceme un gran hombre

junto a mi progenitor,

el sería mi mentor

en mi largo aprendizaje,

también sería instructor

de mi fogoso coraje.

   Mi decisión era esta:

renunciar a la docencia

y adquirir experiencia,

llenar de conocimiento,

con sublime paciencia,

mi recóndito talento.

   Quería ser hombre de campo,

esa era mi vocación

y también mi devoción,

nada ni nadie podía

cambiar mi decisión,

pues no era razón de un día.

   Quería ser “erudito”

en tierras de labranza,

llegar donde se alcanza

el deleite del saber

y adquirir la confianza

para poder aprender.

   Sabía que era camino

de enorme dificultad,

pero poseía voluntad

y anhelo de trabajar;

tenía ansiedad

y deseo de empezar.

   Le hablé claro a mi padre

y no hubo necesidad

de quebrar mi voluntad,

de trabajar a su lado,

y con toda su humildad

me dio un aprobado.

   Mi madre fue complaciente,

mucho esperaba de mí,

su decisión aplaudí

y lloré de alegría:

al momento comprendí

que empezaba un nuevo día.

   Yo no era hombre de letras,

mi madre así pensaba

aunque nunca chistaba,

ella así me crió;

altiva me vigilaba

desde que me parió.

   Miré en sus azules ojos

y la contemplé serena,

la vi vacía de pena,

contenta y sonriente,

ofreciéndome faena

con amor de madre ardiente.

   Yo estaba en mi trece

y me sentía contento,

aquello fue gran fomento

para mi integridad;

aproveché el momento

para mostrar lealtad.

   Orgullosos quedarían

de su hijo labrador,

criado con lindo amor

y en su seno educado,

sería gran agricultor,

benévolo y honrado.

 


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