Conspiración en silencio (3 de 7)

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No pude decir nada más. Me relajé y disfruté con sus palabras de deseo. Él comprendió perfectamente ese silencio y, añadiendo un susurro para recordarme la necesidad de mantener esa situación en secreto, volvió a colocarse un dedo vertical frente a sus labios en un gesto que acompañó su otra mano sobre mis pechos encima del edredón. Cerré los ojos, cerré la boca y cerré mis prejuicios, mientras notaba cómo las carnes se me abrían transmitiéndome un mensaje que no quise evitar. Enseguida destapó mi celda de tela acolchada descubriendo mi cuerpo bajo ella. Yo estaba completamente estirada boca arriba, con la camiseta colocada y las braguitas en su sitio. Por poco tiempo, claro, porque inmediatamente Juan se levantó lentamente del canto para colocarse de pie junto a mí, estirando una de sus manos hacia mi entrepierna y la otra sobre uno de mis senos. Primero escogió centrarse en mi coño, aplicando su habilidad digital sobre la zona de tela más mojada. Comenzó así un rozamiento tan sensual que no pude evitar el primer gemido de agrado. En realidad no era agrado, era puro deseo y ebullición, pero procuré disimularlo como pude. Juan se llevó por tercera vez el dedo a su boca para espetar un "shhhh". Y enseguida me planteé el dilema de cómo iba a poder disfrutar de una buena sesión de sexo sin exhalar una sola onomatopeya de frenesí. Estaba segura de que me iba a resultar imposible. Pero dejé que continuara.

 

Abajo, uno de sus dedos ya escarbaba entre las dobleces de mi intimidad, abriéndose paso por la tela para acabar insertándose muy lentamente entre mis labios escurridizos. Y cuando complementó esa invasión con un pellizco amoroso sobre mi pezón endurecido, no pude evitar lanzar otro gemido que enseguida censuré colocando mi mano sobre la boca. "Dios Eva, cómo puedes mojarte de esta forma..." Al muy cabrón le encantaban estas frases retóricas que podían enaltecer cualquier excitación. Y consciente de que sus magreos sobre mi superficie mamaria todavía ofrecerían más lubricación a mis genitales, abarcó mis tetas con ambas manos y procedió a un masaje muy sensual que solo podría acabar de una forma. Volví a cerrar los ojos y centré todos mis sentidos en esos tocamientos talentosos. Pero Juan tenía otros planes para mí. Se movió sigilosamente hacia los pies de mi cama y, desde el mismo borde, estirando sus brazos, me agarró de los tobillos para acercarme hacia él. Con absoluto misterio me clavó la mirada y repitió el gesto de silencio que con tanta vehemencia llevaba transmitiéndome desde que llegó. Agarró mis bragas por los lados y comenzó a deslizarlas hacia los tobillos pero, cuando apenas había llegado a las rodillas, paró de golpe mostrándome un semblante desencajado para sentenciar "Por Dios Eva, cómo puedes mancharte de esta forma..." Qué hijoputa. Este tío es puro sexo.

 

Acalorada y congestionada por la situación, solo pude ofrecer una mueca de vergüenza circunstancial. Yo sabía que esa guarrada que había descubierto Juan era el súmmum de sus morbos y, aunque ese tipo de manchas deberían permanecer en la intimidad de cada una, en parte celebraba que las hubiera disfrutado tanto como lo hubiera hecho yo con el tanga de alguna de mis amantes. Cuando acabó de desnudarme ahí abajo me acercó todavía más al borde del colchón y, agachándose frente a mi almeja viscosa, no dudó en abarcar con la boca todos los efluvios que emanaban de ella. Y algún que otro pelo. Mientras usaba la lengua en punta para separar los labios menores ejercía presión sobre el clítoris con el pulgar de su mano izquierda, porque la derecha ya la había estirado hacia arriba para adivinar mi pecho y pinzar una de mis areolas. Si alguien es capaz de guardar silencio en una situación así, que me mande un mensaje para proponerla al premio de "Sosa del Año". Si es que se puede considerar un premio.

 

Una mano tuve que utilizarla para cubrirme la boca sine die, mientras con la otra agarraba violentamente el pelo de Juan con la absurda intención de evitar que desapareciera de ahí. Pero además me servía para dirigir la contundencia y profundidad de sus envites orales antes de descargar en su boca toda la pasión que había estado acumulando desde que empezamos a flirtear tras la cena. Cuando notó que empezaba a retorcerme y que bajo mi mordaza sonaba un sollozo ahogado acompañado de varios "Ya, ya...", Juan hizo uso de su creatividad y, sorpresivamente, me sodomizó con el mismo pulgar que antes jugaba en mi botón y que ahora ya mostraba la suficiente lubricación para ser usado en ese pequeño orificio. De repente noté una descarga eléctrica que me atravesó la médula espinal, y que desembocó con un inmenso chorro que golpeó contra su frente obligándole a salir de mi interior. "Dame tu leche" decía Juan, completamente empapado, mientras palmeaba mis labios al son de una descarga que, tras el chorro inicial, ahora solo ofrecía restos de savia blanquecina. Destapé la boca para recoger todo el aire que me fuera posible y, mientras me disponía a recuperar el aliento, mi macho se incorporó para acercar su boca a la mía y ofrecerme no sólo un gesto de cariño y amistad, pero también una colección de olores y texturas que él había coleccionado desde mi interior.


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