La soledad del pasajero de autobús.

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Es la multitud lo que me hace sentir solo, como es la blancura del papel lo que nos hace leer las palabras tintadas de negro, como es la oscuridad de la noche la que nos permite apreciar la luz del día. 
La multitud del autobús. Esa algarabía que te impide escuchar tus propios pensamientos, pero en la que no puedes participar porque no tienes nada que decir. Esa persona que se sienta a tu lado sin mirarte a los ojos y que, sin palabras, aparta las piernas con desidia para dejarte salir en tu parada. Un momento de cercanía que probablemente no vuelva a repetirse jamás entre vosotros, pero al que ninguno concede importancia. Gritos de pasajeros al conductor, como si éste fuera un mecanismo más del autobús. Gritos del conductor a los pasajeros, como si estos fueran ganado. Personas que, en general, no parecen personas. A tu lado, alguien se pasa todo el trayecto mirando la pantalla de un móvil intentando escapar de esa realidad que es la soledad, ignorando que desde tu perspectiva sólo parece un robot que ni siquiera puede sentir la emoción de la soledad ni el miedo a ser olvidado. Personas que prefieren ir de pie antes que sentarse junto a alguien, antes que sentir cómo sus piernas entran ligeramente en contacto con las de otro, antes que tener que decir "gracias" a cambio de veinte minutos de comodidad. Personas que parecen querer estar solas. Y tú, que estás harto de estar solo, te preguntas por qué. Pegas la cabeza al cristal y buscas la respuesta a través de la ventanilla, pues lo único que te queda es imaginar que estás al otro lado. Pero observas a una bandada de pájaros que, juntos, surcan el cielo como si fueran uno en perfecta armonía. Y, entonces, te das cuenta de que estás equivocado. De que no estás al otro lado del cristal y de que no hay una respuesta. De que estás rodeado de gente, pero no de personas. De que estás solo. 
En ocasiones viajo solo en autobús. Y, cuando por fin puedo escuchar mis pensamientos, me doy cuenta de que no podría ser de otra manera.


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