Día de pesca

          Era un día como cualquier otro, en aquél mugroso hogar cómo lo puede ser cualquiera, quizás por un acto de rebeldía decidí largarme de allí, no fue fácil, pero sí menos complicado de lo que me esperaba. Me quité la ropa con la que estaba en aquella casa y me puse la de pesca, quería pescar, me urgía hacer eso, aunque sea el pez más feo y pequeño, hacerlo me relajaba.
          En la casa donde me sentía apresado no me dejaban pescar, aún no sé muy bien el motivo, hay millones y millones de peces en el mar, no se acabarán nunca. Caminé hacia la tienda más cercana, ahora tenía en mis manos una lujosa caña de pescar, con todos sus accesorios, reluciente, aquella caña aterrorizaba a los peces por algún motivo, se movían hacia los lados, evitándola.
          Hacía casi tres años que no podía hacer eso, ahora sí, ahora era libre, podía conectarme física y espiritualmente con el mar, tras varios minutos y con una pesca fructífera, pude oír a las sirenas, su melodía casi angelical proveniente de aquél mar, cerré los ojos, sentía como ellas se acercaban a donde estaba, simplemente me dejé llevar…
          Ahora estoy nuevamente en mi hogar, con la ropa blanca de siempre donde me es imposible mover los brazos, tras unas rejas de acero, observando a un estúpido mientras el escribe, literalmente, todo lo que yo digo. La caña de pescar la tienen donde habitan las sirenas, según ellos es el arma homicida, la mayoría de los peces fueron reconocidos por su familia, me alegra que hayan tenido una despedida como se merecían, después de todo, fueron solo peces. Por cierto, el médico me prohibió volver a pescar.