La Leyenda del Monstruo Priapístico. (Capítulo 1.- 4 Capítulos).

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Dos Científicas en Busca de un Mito.

 

Las dos hermosas jóvenes caminaban con grandes dificultades por el escabroso sendero, siempre en dirección al ya cercano bosque.
—¡Ah, ya estoy cansada  y me duelen los pies!  ¡Campesinos brutos y supersticiosos, podían habernos prestado un  par de caballos siquiera!
Las malhumoradas palabras de la bella pelirroja hicieron eco en la morenaza  que usaba un pantalón ajustado, mostrando  sus generosas curvas. Su amiga, de hermosas piernas blancas, lucía con donaire una amplia y larga falda. En sus brazos llevaban vestimentas gruesas para cuando la noche las pillara en medio de aquellas soledades.
—¿Estás arrepentida de venir a estudiar la existencia del  “Monstruo del Bosque Negro”? Los colegas de  la universidad estarán satisfechos para dar por terminada  esa estúpida leyenda del  hombre lobo.
—¡Ja! Un pobre diablo de estos campos que quiere hacer fama a costa de los chismes  baratos de las campesinas—retrucó la pelirroja— ¿Quién  nos dice que es otro mito como el Trauco de las islas de Chiloé? Quedan embarazadas y le echan la culpa a un ser mitológico.
Exhaustas  se detuvieron  bajo los primeros árboles, bebieron agua muy fría de un arroyo que salía de entre la pequeña selva. 
—Sospecho que esta noche dormiremos debajo de las retamas, no se ve un alma desde hace varios kilómetros. Me estoy arrepintiendo de verdad haber iniciado esta loca aventura.
—Mira, Luisa mi querida y pelirroja amiga, por lo menos volveremos para dejar en claro que no existe ningún ser mitológico, fauno o similar.
El sol ya estaba muy bajo,  tenían al menos un par de horas de luz diurna. Recostadas en el mullido pasto junto a las cantarinas aguas, un ruido de hojarascas las hizo volverse hacia  el bosque. Ambas dieron un grito de horror cuando un ser monstruoso  se aproximaba con agilidad; era  una mujer con una horrible cabeza con pelos largos y desgreñados, pero que debajo de una amplia túnica se alcanzaba a adivinar  voluptuosas redondeces.
De pie ya, quisieron huir, pero otras tres mujeres tan feas como la primera les cortaron el paso.
—¿Qué buscan aquí, forasteras?—la voz dulce y bien modulada  en contraste con su horripilante apariencia, las paralizó y recién se dieron cuenta que las cuatro tenían una misma y fea máscara con un remedo de largos cabellos.
Perplejas se miraron ambas y enmudecieron de asombro cuando las hembras, especie de sacerdotisas quizás de qué, se arrancaron las máscaras y dejaron ver el esplendor de sus bellos rostros sonrientes.
—Buscamos vestigios de una leyenda de un ser monstruoso. Quizás ustedes nos puedan ayudar.
Ahora fueron las cuatro bellas que se miraron y sonrieron.
—Si es eso, podemos guiarlas hasta la cabaña de ese ser. ¡Ah! Debo aclararles que sólo las mujeres pueden llegar hasta aquí.
Callaron ante esta declaración, ya sabían que los campesinos varones no llegaban hasta allí asustados por cientos de horrorosas historias. 
Se internaron entre grandes y aromáticos árboles, hasta que dieron con un sendero que las llevó  a una cabaña mucho más grande que lo habitual.  El sonido de un hacha cortando maderos las hizo mirar y  con sorpresa vieron el hermoso torso desnudo de un hombre de larga cabellera que le cubría el rostro con los bruscos movimientos. Musculoso y muy bien hecho, el desconocido sólo prestaba atención a su trabajo; desde su cintura colgaba por delante una camisa de varios colores, contra la costumbre de los machos  que se tapan el trasero cuando la usan así.
Con mirada interrogante a la “sacerdotisa” que alzó su pecho en un profundo suspiro,  sus  grandes senos se dibujaron debajo de  la rústica túnica. Sus perfectos dientes se mostraron  y con ironía  dijo:
—Ahí está lo que buscan —nuevo gesto de sorpresa al observar al “monstruo”— ¡Hey, Juan, tienes visitas!
El joven volteó hacia las científicas, sacudiendo su cabeza los cabellos dejaron al descubierto su hermoso rostro con un brillo de curiosidad en sus oscuros ojos.
Luisa, la pelirroja, se sintió desencantada y sin mucha cortesía se sentó sobre uno de los tantos troncos, señal inequívoca  de la mano del hombre y sus malditas motosierras que cercenan la floresta. Si bien le agradó la vista del personaje, esperaba ver una bestia o algo así; se sentó con desparpajo y abrió sus rodillas. En su descuido la falda subió hasta vérseles sus pequeños y modernos  calzones blancos.
Sucedió lo increíble, el rostro del hombre enrojeció y una especie de rugido salió desde su pecho. Comenzó a caminar felinamente hacia las desconocidas, sus ojos brillaban malévolamente;  la luz del sol del atardecer iluminó la camisa que llevaba tapando su pubis, sólo entonces ambas mujeres, libre de prejuicios por su trabajo como investigadoras biólogas, se percataron que un bulto se destacaba sobre la ropa y que ni el pantalón era capaz de detener.  Ellas se juntaron, presintiendo que un hecho extraordinario estaba por ocurrir; el joven continuó deslizándose hacia las féminas, como si estuviera a punto de caer sobre sus presas.
Con rabia animal se arrancó la camisa y …

Continúa capítulo 2.

 Es Peligroso Ser Investigadora Científica.


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