El Pícaro Jacobo y sus Pícaras Aventuras. (I)

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Jacobo El Feo.

–Vamos; Jacobo, ¿Hasta cuándo serás un pavito? –La voz burlona de su amigo Ernesto no entraba a su mente, simplemente no le interesaba.

–Jacobo, acuérdate de Marina, la morenita que llega a babear por ti –arremetió de nuevo su amigo–.Y tú, como dice la canción, “como si lloviera … mata de, mata de arrayán florido”. Compadre, en serio no te gustan las mujeres, mira que las muchachas ya andan diciendo que eres un marica.

Jacobo lo miró sonriendo; con sus 18 años de edad y sus negros bigotitos que lo hacían verse mayor, tenía una hermosa sonrisa. Sus dientes blancos y parejos lo hacían muy seductor.

–Ernesto, por favor ¿No irás a creer que ”me gustan las patitas de chancho”, o que “se me queda la patita atrás”. Claro que me gustan las muchachas, pero todavía no encuentro aquella que me enamore.

–¡Bah! Esas son paparruchas; con esa pinta que tienes ya debías tener media docena de niñas. Perdona que salga de mí, pero las chicas te apodaron El Feo Jacobo sólo de picadas que están.

Dándose por vencido y encogiendo sus hombros Ernesto dejó solo a su amigo, quien, con un manotón trató de echarse a un lado su rebelde mechón de negro pelo azuloso que caía sobre su ojo derecho.

Recordó que un par de años antes trató de conquistar a una hermosa chica, quien se burló de él frente a sus amigos: “Déjame tranquila, ¡Feo, feo, … Jacobo el Feo”. Fue tal su vergüenza y debido a su timidez, pasó el tiempo y con sus bromas evitaba todo compromiso, sin llegar a concretar un noviazgo. También pensó en su madre, muy celosa, quien en una oportunidad conversaba con una vecina y ésta lo miró: “Qué hermoso niño tienes, va a ser el “chiche” de las niñas. Qué ojazos… pestañas tan largas que ya quisiera una mujer … qué cejas, chiquillo, espesas y bien dibujadas”.

Fue suficiente para que su mamá no hablara más con su vecina; quedó refunfuñando: “Mujer vieja y mirando a los muchachos”.

En fin, Jacobo el Feo no podía conseguir una chica; su carácter alegre, burlón e infantil las alejaba.

Esa mañana de verano se fue temprano a la playa para estudiar solo, sin nadie que lo molestara. El sol comenzó a entibiar y se sacó la camisa, dejando al descubierto la musculatura que había logrado en un par de años de ejercicios con pesas y en especial barra fija, que era su favorita.

Con satisfacción contempló su bíceps e infló su pecho; una risa argentina sonó a sus espaldas, era una hermosa rubia que se reía de él y de su actitud. Le sorprendió la belleza de la muchacha, quien desenfadadamente se quitaba la ropa para quedar en un traje de baño de dos piezas que dejó al descubierto su escultural cuerpo. Ya no tuvo timidez, la miró con descaro, comenzó a sentir un placentero cosquilleo en su pene.

Con horror vio que su pantalón mostraba claramente su erección; con rapidez puso la camisa frente a su pubis, pensando que este percance pasaría rápidamente. Se equivocó, sentía que le ardía su cara de vergüenza.

(Finalazará)


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