Dejé de ser virgen

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Me acuerdo de la vez que perdí mi virginidad. Ya me había iniciado en el sexo, y había estado con chicos, pero nunca me había decidido por la penetración. Mi himen estaba intacto ya que ni siquiera con el dedo lo había roto, como habían hecho la mayoría de mis amigas.

No es que tuviera miedo, pero la penetración me daba cierto respeto. La consideraba un poco como cuando empiezas a fumar. Los primeros cigarrillos tienen un sabor horrible, hasta que te acostumbras y te empieza a gustar.

Con la penetración tenía ese miedo que me transmitían mis amigas. Las que habían perdido su virginidad me decían que les había dolido, que no les había gustado, pero escuchándolas intuí que tampoco habían elegido a la pareja adecuada para ese momento.

Y mi pareja en aquel momento demostró que sí que era la adecuada. Me lo hizo de una manera muy especial, tanto que aunque sangré apenas me dolió, y el placer que me proporcionó fue muy intenso.

Le gustaba mucho jugar con mi cuerpo. Yo sabía que aquel día iba a ser nuestra primera vez, por lo que me dejé llevar por él, por su experiencia, por su imaginación.

Se dedicó durante mucho rato a acariciarme. Sus dedos recorrían mi cuerpo, y sus labios se centraban en mis pezones, endureciéndolos con sus lametones, con pequeños mordiscos, sorbiéndolos con los labios. Eso era algo que me excitaba mucho, y que hacía que mi sexo rezumara de placer.

Se puso encima de mí, separándome las piernas, y me empezó a lamer despacio mi sexo, abriéndolo, excitándolo, mientras me ofreció su pene cerca de mi boca. Excitada como estaba lo lamí con fruición, consiguiendo que se hinchara en mi boca, logrando que se excitara tanto como lo estaba haciendo yo con su boca.

Su lengua penetraba en mi sexo unos centímetros, hasta mi himen, donde sentía la presión que me hacía con ella, provocándome un poco de dolor, que enseguida compensaba con intensos lametones y pequeños mordiscos dados con sus labios en mi clítoris.

Cuando se sintió muy excitado me tumbó boca abajo, con las piernas muy cerradas y comenzó a follarme así, entre mis muslos, llegando apenas a penetrar un poco en mi sexo, lo justo como para sentir placer, lo justo para sentir una leve presión sobre mi intacto himen.

Y así rápidamente se corrió, inundando la entrada de mi sexo de semen, pero sin penetrarme. Me sentí un poco defraudada porque la verdad que tenía muchas ganas de perder mi virginidad, y él se corrió sin haberme penetrado.

Me imaginé que si me quedara embarazada así, demostrando mi virginidad, a poco que mencionara que un pájaro de enormes dimensiones había aparecido en mi cuarto, podría provocar un debate teológico a nivel mundial.

Pero me di cuenta que aquello no había acabado. Mi pareja empezó a acariciar mi sexo extendiendo su semen por él, lubricándolo, mojando mi culito, mi esfínter, y acariciando mi clítoris de una forma que nadie lo había hecho hasta entonces, de una forma tan suave y con los dedos mojados con el semen.

Enseguida se volvió a excitar, aunque tengo que reconocer que mis labios ayudaron en la operación, metiéndome su pene muy dentro de mi boca y absorbiéndolo hasta sentir cómo se hinchaba dentro de ella.

Cuando volvió a estar excitado, volvió a la carga, pero esta vez me tumbó boca arriba, apoyó su pene en mi sexo y empezó a moverse despacio, humedeciendo mucho su glande con el semen de su anterior eyaculación.

Entraba y salía despacio, presionando mi himen, hasta que en una presión lo rompió y me penetró muy profundamente.

Sentí dolor, un pequeño escozor, pero su pene me llenaba. Había entrado muy lubricado y lo sentía muy dentro de mí. Era una sensación extraña, pero que me proporcionaba un placer muy intenso, tanto que me olvidaba del dolor.

Se quedó allí dentro unos segundos que se me hicieron eternos, hasta que se empezó a mover muy despacio, y muy profundamente a la vez. Cada movimiento me provocaba un placer indescriptible, y como el movimiento era muy profundo sin entrar y salir apenas, no sentía el roce sobre mi dolorido himen por lo que el escozor era muy pequeño.

Aquellos movimientos me provocaron un intenso orgasmo, distinto a los que había experimentado hasta entonces, y mi orgasmo provocó el suyo, consiguiendo que se corriera dentro de mi vagina.

Estuvo unos instantes sin moverse, muy dentro de mí, besándome en la boca hasta que sentí que su erección iba desapareciendo, momento en el que suavemente sacó su pene, lo que me provocó un pequeño escozor.

Mientras nos duchábamos juntos el escozor en mi sexo fue desapareciendo, sustituido por una sensación de plenitud que no había sentido hasta entonces, pero que volvería a sentir muchas veces más a lo largo de mi vida.

Del libro "Libertad sexual, descubriendo mi cuerpo", publicado en Amazon.es

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