ALIMENTANDO AL LEVIATÁN (1)

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Todos hacemos cola. Y los últimos serán los últimos. Me da el sol en la espalda y el aire en la cara. Sudo aburrimiento. Apenas nadie se mueve. Parecemos objetos inmóviles e inservibles. Invariables humanos que esperamos nuestro turno. Dios, si tiene la indecencia de existir, entre otras plagas, nos ha enviado ésta: la cola. La mujer que tengo delante se muerde las uñas y tiene varices en las piernas. Mueve la cabeza para comprobar el progreso de la cola, pero lo único que progresa es la desintegración de sus uñas entre sus dientes de roedor humano. ¡Traed una pistola y liquidadla, el roedor antropomorfo no tiene derecho ni obligación a hacer cola ! Bromeo. Pero traed de todas formas esa pistola, si queréis, y pegadle un tiro -Al menos se acabaría este aburrimiento inmisericorde-. En efecto, el aburrimiento puede ser muy peligroso porque la desesperación que conlleva el intento de escabullirse de él puede acabar en tragedia. Por lo demás, si la cola no es una tragedia, lo parece. Y no avanzamos. El hombre que tengo detrás no sé qué cara hace, pero sé cómo huele: como un cerdo. A los amigos los escoges, a los vecinos de cola, no. Hay que aguantarse.


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