EFÍMERA. (Capítulo 1/5 ).

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La llamaban Musa.

Eva, en ese hermoso amanecer se desperezó en el interior de la caverna, desplegando su espléndida belleza desnuda , tapada en parte por su larga cabellera; salió para contemplar el cielo, como si buscara alguna estrella en particular; era una muchacha de unos 18 años, rubia, piel clara y de unas curvas que quitaban el aliento. Su fino oído oyó el vagido de una criatura en medio de la selva; corrió presurosa y allí bajo los matorrales, abandonado en un rústico lienzo, un bebé lloraba. Lo acunó en sus brazos, musitando con su voz musical palabras desconocidas.
Una cierva y su cervatillo observaban cercanamente sin temor; ella la llamó y la hembra, con sus ubres repletas de leche, con mansedumbre aceptó ser ordeñada. El blanco líquido lo recibió en un tosco recipiente de barro; para ser tan joven tenía práctica en lo de criar niños, porque tomó una caña, con paciencia la llenaba y al final un pedazo de lienzo servía como chupete que el pequeño glotón bebía.
El sol ya estaba alto, cuando ambos corrían en el arroyo, hermosos en su desnudez; un momento de descanso, lo observó con amor. El chico se miraba y tocaba su propio sexo, comparándose con ella.
–Eva, ¿Por qué yo tengo esto y tú no?
–Porque yo soy mujer, además tengo estas, son senos que en las mujeres dan leche.
–¿Por qué no me dejas ir a la aldea?
–Porque son malos y se matan entre ellos.
–He visto mujeres vestidas, pero no tan bellas como tú.
–Ooh, gracias mi hombrecito.
Miles de preguntas, miles de respuestas.
El sol del mediodía acariciaba el cuerpo del doncel que con asombro contemplaba a Eva bañándose en el arroyo. Sentía una extraña y placentera inquietud, con sorpresa comprobó que su miembro viril estaba enhiesto; su ronca voz la llamó y ella sonrió comprensiva. Por primera vez lo besó en la boca, el joven entendió y con pasión la abrazó; no hubo testigos de este acto de amor y pasión, pues indiferentes permanecieron animales y pájaros que miraron con naturalidad la cópula de los humanos.
En el atardecer la espléndida Eva, ayudaba al anciano y canoso hombre a recostarse en las pieles de la gruta.
–Eva, ¿Por qué yo estoy viejo y tú continúas joven y hermosa?
–Ah, mi hombrecito, ustedes son como esos insectos llamados EFÍMERAS. Nacen temprano, viven en el día, se procrean y en el anochecer mueren.
–Entonces cuando llegue pronta la noche yo moriré. –Concluyó el débil anciano–. Pero tú seguirás viva, joven y tan hermosa.
Eva sonrió, lo besó en los labios y asintió con su cabeza, con una mirada de tristeza.
–No entiendo.
–Cuando llegue tu hora de ser parte de la tierra como las hojas muertas, comprenderás.
Llegó la noche, el viejo comprendió y durmió en paz.
Los nativos la llamaban Musa, tal vez porque huía a la velocidad de la luz de su presencia. Nunca la atraparon y todavía vive en la profundidad del bosque mirando el cielo.


(Continuará)


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