El Inspector Carrados en el Sitio del Suceso.

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—Don Pedro, desde ese ángulo, por favor —la voz del Inspector Carrados impersonal sonó cortés, pero autoritaria. El flash iluminó brevemente el cadáver del individuo ya maduro, sentado y echado hacia atrás con los brazos abiertos; sangraba del lado derecho, manchando el sillón en que murió. El fotógrafo forense se preparó para otra toma.

Todos los movimientos y actuaciones parecían un bien ensayado concierto, donde el director de orquesta era el Inspector.

—Señor Mondaca, puede pasar —un joven Detective entró acompañado de otro; con una huincha tomó medidas desde la puerta al muerto y así sucesivamente, dictándole a su camarada.

—Otra al revólver, por favor —nuevo destello al arma caída al lado derecho del finado.

—Doctor, por favor, el Sitio del Suceso es suyo.

El médico examinó la herida en la cabeza. Ahora el ayudante seguía anotando no las medidas, sino la voz del forense.

—Herida parece de bala, parietal derecho a tres centímetros del pabellón de la oreja … —su voz continuó lata, monótona, indiferente. Los ayudantes desnudaron completamente el cuerpo, facilitando el examen. Terminó, diciendo “Aparentemente …suicidio”.

Carrados hizo una seña a los dos estudiantes de la Escuela de Investigaciones que, expectantes, estaban fuera del quicio de la puerta y perentoriamente les señaló un lugar, entendieron que desde ahí podían observar, sin moverse ni tocar nada.

—Sitio de Suceso cerrado, se trata de una oficina …

La voz de Carrados tomó la misma monotonía del médico, quien había terminado su labor, mientras describía parte por parte, en forma ordenada hasta el último detalle. Todo era anotado en la tablilla por el ayudante, que lo seguía a un par de metros para oír mejor.

Se rozó el mentón, repasó mentalmente todos los pasos obligados del protocolo y acto seguido preguntó hacia fuera:

—¿Dónde está quien lo encontró?

Entró pálido un hombre de unos 50 años, algo grueso.

—Su nombre y relación con el fallecido.

—Carlos Gajardo Muñoz, conductor y jardinero de don Juan Estrada desde hace seis años.

—Esa arma ¿la reconoce?

—Se parece a su revólver que acostumbraba a portar.

—¿A qué entró al despacho de don Juan?

—Me pareció que me llamaba, la puerta estaba sin cerrojo. Yo sabía que iba haber un pequeño torneo de tenis entre amigos en la cancha del fondo de la propiedad. Creí que me iba a ordenar algo al respecto; cuando entré lo vi con el arma en su sien y no pude evitar que se matara. Francamente aún no entiendo por qué lo hizo, era un triunfador en la vida, después de ser tan conocido como uno de los mejores jugadores a nivel mundial…

—Por favor, sólo responda las preguntas. Sabemos quien fue él.

La oficina estaba llena de trofeos y fotografías con otros famosos del tenis. Hizo una seña a los aspirantes a Detectives, pero siempre advirtiendo que no quería sus huellas en ningún mueble. Con curiosidad observaron fotografías dando su famoso saque derecho, un siniestro imparable al decir de los entendidos.

Entró un funcionario hasta la puerta y anunció la llegada del Fiscal, quien debe dirigir la investigación. Mientras tanto los sagaces y entrenados ojos del Inspector se posaron en las fotos, ya la autoridad judicial entraba lentamente observando todo, Carrados habló a los muchachos aspirantes.

—Señores, sabemos que no debemos adelantar juicios precipitados. En forma extra oficial ¿Qué creen que pasó aquí?

—Un suicidio, por supuesto, señor —casi al unísono contestaron.

El impenetrable rostro del Inspector se quebró en un rictus que semejaba una sonrisa.

—No, estimados caballeros, no.

Acto seguido habló al Fiscal y, casi murmurando, le hizo una sinopsis de lo visto hasta entonces, entregándole la batuta en forma tácita.

Los dos estudiantes, se miraban burlonamente: “Se cayó el Jefe”.

—De acuerdo, Inspector —la voz del Fiscal sonó como otra detonación. — ¡Que pase don Carlos Muñoz! Queda usted detenido, por ser autor del homicidio de don Juan Estrada. Señor Carrados, léale sus derechos. Ah, y que busquen pólvora en sus manos. Pueden pasar los expertos en huellas, sólo para completar la visita al Sitio del Suceso.

Los futuros detectives colocaron tal cara de sorpresa, que los policías experimentados sonrieron burlonamente.

Se llevaron esposado al jardinero y chofer, quien entre sollozos decía:

—Era un desgraciado, …dejó embarazada a mi hija y …no quiso reconocer al bebé.

El signo de interrogación en los dos jóvenes era patente y cómico.

El Inspector se acercó a los aspirantes a Detectives, siempre con su voz impersonal.

—Caballeros, tuvieron bajo sus narices la respuesta a este puzle. Su verdadero aprendizaje en el Sitio de Suceso … ya comenzó.

Y los llevó hasta las fotografías.

—¿Por qué era famoso este tenista? —puso su dedo en una magnífica pose del tenista lanzando su golpe maestro con la mano izquierda.

Ambos se llevaron una mano a la frente, en una mezcla de confusión, vergüenza y desazón.

—Comprendido y … aprendido, señor.


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