El Paraíso del Clan Foreman. (II). t

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Buscando el Nuevo Edén.


Ordenó a sus científicos que hicieran un acabado estudio de su Isla Paraíso; el informe lo dejó satisfecho, pues por factores naturales el ambiente que rodeaba la gran isla impedía la llegada del maldito aire corrompido; las corrientes marinas de la Antártica y el viento gélido eran una barrera natural contra la contaminación.
Cuando la gigantesca inmolación estaba cerca tomó a su esposa Olga, a sus tres hijos y a cien hombres con sus esposas e hijos, que le eran fieles hasta la muerte; cargaron en “El Arca” provisiones, semillas y árboles, aves y animales de corral, además de toda clase de ropas, maderas y artefactos (que no tuvieran nada que ver con el maldito “oro negro”), rumbo al sur como única esperanza en medio de la desolación que se desató finalmente. En una estrecha ensenada escondió la enorme embarcación que habían visitado cada cierto tiempo, pero que ya casi no la recordaban. Los ataques de los desesperados que descubrieron su Paraíso habían disminuido notoriamente, quien sabe si ya estaban todos muertos.
Sus ojos brillaban y su rostro se fue afligiendo cada vez más; sentado sobre el abundante pasto se cubrió el rostro y rompió a llorar; sintió las manos suaves de su amada esposa que lo acariciaba en el cuello. Cuando la miró ella lloraba también suavemente, quizás ya había derramado demasiadas lágrimas; abrazados comenzaron a caminar por las cercanías de la enorme casa que fue construida en la parte más alta de la isla.
Revisaron los grandes paneles solares y allá lejos vieron a los obreros afanados en la construcción de una canal de madera que indudablemente iba en dirección a las casas más modestas que rodeaban su mansión, distantes unos cien metros.
Llegaron sus muchachos y los hijos de los trabajadores, niños y niñas, igual que los adultos usaban grandes sombreros; cogieron piedras y se entretuvieron lanzándolas contra una maquinaria que respondía con un seco sonido metálico por cada pedrusco que acertaba. Era un enorme generador eléctrico que funcionó alguna vez a petróleo, prácticamente nuevo y de hermoso color, si no fuera por las abolladuras que los niños les hacían con las peñas; el rostro de ellos era de odio, desdén, en fin una mezcla de sentimientos.
Una mujer regordeta se acercó a sus patrones, su aspecto de latina era indudable.
–Patrón, está servido el almuerzo.
Él, siempre abrazado con su esposa, se aproximó a un pedazo de riel que colgaba de un trípode de madera; cogió un viejo martillo y golpeó tres veces el metal que sonó como tres campanadas. Los trabajadores comenzaron a llegar desde diferentes puntos de la isla, con sus grandes sombreros.


Finalizará. Cap. lll


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