LOS ANALES DE MULEY(2ª PARTE)(16)

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             XLlll

   Atrás quedó mi infancia:

purificó mi inocencia

y colmó mi paciencia,

fue un camino de rosas,

una alegre turbulencia

de fantasías hermosas.

   Fue un torrente de vida

con caudal inagotable,

una edad envidiable

donde germinan los celos

y reina el detestable

con sus mil y un recelos.

   También mi adolescencia

la vi rápida pasar,

oí fuerte su cantar

y hoy en mí se mece,

nunca la podré olvidar,

pues su evocación escuece.

   Fue tiempo de oro

con su brillante fulgor,

defensora del honor,

valiente y arrogante,

paladín del fiel amor,

confesora y amante.

   Aunque atrás la he dejado,

la miro en lontananza,

es mi dulce añoranza

de un pasado no lejano

que mira con esperanza

a un futuro cercano.

   Aún recuerdo aquellos días

de fantasía desbocada,

de miseria alocada

con rasgos de gran pobreza;

evoco con tristeza

una época añorada.

   Pero yo soy hombre

que mira hacia el mañana,

que ha cerrado una ventana

de su efímera vida

y contempla con desgana

la vereda recorrida.

   Con mi mayoría de edad

me he vestido de nuevo,

y va llegando el relevo

de una juventud pujante

que, a decir mí atrevo,

marcada y tolerante.

   Un sinuoso sendero

con mis pies comienza,

en su rededor se trenza

frágil y fugaz destino,

pero poseo vergüenza

y respeto lo divino.

   Llegó el día deseado,

llegó mi reclutamiento,

a la mili fui contento

y no transporté mi llanto;

aires de un frio viento

me hicieron coger el manto.

   Había llegado el momento

de cumplir con mi deber,

buscar otro amanecer

y serví fiel a España;

bien la debía defender

de agresión extraña.

   Me despedí de mi madre,

allí la deje llorando,

allí la deje esperando

a su único retoño,

me marché lagrimeando

en un día frío de otoño.

   Pero antes convencí

a mis queridos mayores,

eran mis progenitores,

que me dejaran marchar,

que olvidaran sus temores

y callaran su rezar.

   Pues el “señorito” dijo

a mi progenitor un día:

“que si bien le parecía

y con permiso del padre,

el por mi intercedería”.

¡Y asintió mi madre!

   Quiso mostrase amable

y buen benefactor,

era tan solo un señor

por intereses movido,

era gran conocedor

del pueblo oprimido.

   Sabía que mis fieles padres

siempre se lo agradecerían,

que ciegamente confiarían

en su amo y patrón,

y dispuestos estarían

en cualquier ocasión.

   Pues el amor de madre

sabe ser agradecido:

si su cachorro está herido

y alguien cura su mal,

se denota inducido

a gratitud personal.

   Pero por gratitud no era,

y menos de corazón,

le importaba un cojón

sus eternos servidores,

pero tenía la ocasión

de demostrar sus amores.

   Le importaba un bledo

aquella fieles vidas

que estaban sumidas

a su mando y placer,

siempre que eran requeridas

cumplían con su deber.

   Este imberbe “señorito”

era un gran dictador,

hacendado y señor

de grandes posesiones,

también era director

de aquellos corazones.

   Nada se hacía en sus tierras

sin su conocimiento,

cualquier reducimiento

de su aprobación dependía,

pero llegado el momento

a la gente confundía.

   Pero era muy listo,

y sabía claramente

que tenía vieja gente;

con sus caseros mayores

tenía el riesgo evidente

de afrontar sus temores.

   “Si se fuera a la mili

me dejaría empantanado”

-pensaba el desdichado-

Es evidente razón

para no ser alistado

y que siga de peón”

   Necesitaba mis brazos

para sus tierras labrar                                    

y sus rentas devengar,

hacer florecer la huerta,

la casa grande cuidar

y saber guardar su puerta.

   Dejarme marchar no podía,

pues mi padre era viejo,

pero tenía el complejo

de una pronta senectud;

lo consideraba añejo

a mi loca juventud.

   Luchó para retenerme,

para quedarme en la hacienda,

hizo alguna encomienda

antes de su ofrecimiento;

cogió fuerte la rienda

en su lícito momento.

   Y por ello se brindó

a ser mi gran salvador,

sería mi librador,

yo en casa me quedaría

siendo un soñador

que volar alto quería.

   Convencí a mi familia

y me echaron a volar,

dejaron de recelar

y pensaron en mí;

nada me iba a pasar

aunque su mal comprendí.

   Yo no soy belicista

ni de contiendas amante,

y menos beligerante,

pero quería apreciar

la vida de un militante

en su empeño militar.

   El cínico “señorito”

quedó todo enfadado

y, serio, desencajado,

a mi padre advirtió;

todo estaba aclarado

y la amenaza quedó.

   Sin miedo a su reto

expresé mi alegría,

fluyó nuestra sintonía

por la decisión tomada,

mi triste madre tenía

su clara voz apenada.

   Me dispuse a marchar,

pero antes me despedí

de mi compadre el cañí,

un buen rato lloramos

y trémulo comprendí

que sentíamos como hermanos.

   Y llegué a mi destino

contento y compuesto,

estaba siempre presto

a cualquier menester,

y dejaba algún resto

para confortar mi ser.

   En secreto me alisté

al tercio de extranjeros,

junto a otros caballeros

formamos legión,

y éramos los primeros

en tomar decisión.

   Jovial me alisté

por simple curiosidad,

aparqué mi vanidad

y me mostraba gentil

olvidando la verdad

de mi registro civil.

   Allí conocí varones

de múltiples rarezas

y de malas gentilezas,

eran hombres aguerridos

henchidos de asperezas,

de la vida aburridos.

   Había gente maleante,

presidiarios perdonados

y varones olvidados

sin rastro familiar,

caballeros alistados

para poder olvidar.

   También había combatientes

de nuestra gran contienda,

allí encontraron su rienda

enganchando su destino,

mal usaban su revenda,

mal andaban su camino.

   Cansados y olvidados

del mundo se olvidaron,

por sus ideas lucharon

mostrando su valentía;

cuando las armas callaron

sus almas vieron el día.

   No contaban su historia

ni aireaban su vida,

pues la daban por perdida

en llamas de incomprensión,

el mundo de ellos se olvida

y no les brinda ocasión.

   Nadie hace preguntas

ni la vida se cuenta,

nadie vive de renta

en legión sirviendo,

pero todo bien se presenta

en la bandera conviviendo.

   En nombre y apellidos

se oculta vida anterior,

con insólito valor

a la vida se hace frente,

se combate con honor

y con corazón valiente.

   Me sumergí en un mundo

oscuro y de leyenda,

donde la única ofrenda

es por España morir,

y la única encomienda:

todo su credo cumplir.

   Me hice legionario,

en su fe me envolví

y su credo prometí,

aquella vida acepté,

mi destino compartí

y mi suerte jugué.

   Alcance penas y glorias.

Allí la vida era dura

y si se habría fisura

se tenía que cerrar,

más teníamos mesura,

pues la vida es un azar.

   Con orgullo y honor

en la legión serví

y, con modestia, fui

caballero legionario,

en el tercio comprendí

su mito legendario.

   Pero también fui

legionario de frontera,

y defendí mi bandera

con pasión y amor;

aunque la vida perdiera,

moriría con honor.

 

 

 


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