El Inspector Carrados y la Muerte Silenciosa. ( 5/6 l

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Los Viejos “Ratis”.
Cuando arribaron al gimnasio esa tarde, el Detective González llegó a abrir su boca con un suave siseo, semejante a un silbido de admiración, al ver a los que practicaban los duros ejercicios de karate. Naturalmente Carrados entró sin hacer gesto alguno, pero sus ojos iban recorriendo a cada uno de sus ex compañeros de la policía, entre los que distinguió a varios Comisarios y Prefectos que fueron sus jefes directos.
Cualquiera que los viera en la calle, un tanto viejos, calvos y hasta un poco panzones, no se imaginarían nunca la agilidad con que se movían en estos ejercicios de artes marciales. A una señal del Maestro Ling Fú, sus ayudantes hicieron una venia para indicar descanso. Los maduros ex oficiales de Investigaciones acudieron caminando hacia los rincones, mientras levantaban con energía brazos y piernas; realmente sus estados físicos estaban espléndidos. Todos observaban con disimulo la llegada de los dos policías; uno de los practicantes se detuvo con una exclamación y alegremente por segunda vez en ese día alguien acudió a abrazar a Carrados en medio de simpáticas sonrisas.
– Señor Carrados, –Exclamó un caballero más alto que el joven sabueso, casi calvo ya, al tiempo que lo abrazaba como si fuera un hijo–, es un privilegio verlo,
Miró a sus compañeros de deportes y les gritó:
– ¡Eh,! No me digan que no lo reconocen. Es el Inspector Carrados.
Todos acudieron alegremente y rodearon al par de detectives en un murmullo imposible de entender. Uno le dio la mano, otro lo palmoteaba en la espalda, en fin se trataba de una grata bienvenida.
– Cómo está, Comisario Galleguillos. –Estrechó nuevamente la mano a quien lo reconoció.
Los ex funcionarios volvieron a sus prácticas, observados por los admirados ojos de los dos jóvenes policías. Movimientos perfectos, energía y admirable agilidad mostraron estos “ancianos” Detectives jubilados. Cuando terminaron los rodearon de nuevo, sin señales de cansancio e invitaron a su casino; querían celebrar a ambos policías por sus famosas diligencias salidas en la prensa. Carrados comprendió que era la oportunidad para interrogarlos con disimulo en una reunión donde, seguramente, habría bebidas alcohólicas que soltarían las lenguas.
Una vez en el local de los funcionarios en retiro, si esperaban ver a ex Detectives comiendo como cerdos y beber hasta emborracharse, ambos muchachos se llevaron feroz desilusión. Los maduros y ágiles deportistas se comportaron como tales, es decir escasamente comieron y bebieron gaseosas. El casino aparentemente era ocupado solamente por ellos, detrás del mesón había pocas botellas con alcohol, casi parecía una fuente de soda.
– Aquí estamos los “viejitos”. –Comentó riendo el Comisario Galleguillos, quien fue su Jefe directo poco antes de acogerse a retiro. Lo recordó siempre delgado, ágil, tremendamente valiente; su orgullo personal era ir delante de sus funcionarios en los enfrentamientos, el primero en echar una puerta abajo, exponiéndose a recibir balazos. Pero lo más claro que recordaba de él, eran los golpes con que derribaba a delincuentes armados de cuchillos, mientras sonreía como si gozara con sus hazañas; golpes precisos para dejar fuera de combate aún a los más fornidos bandidos. Recordaba también su extraordinaria rapidez parta sacar su pistola y disparar muy cerca de las orejas de los malhechores quienes, naturalmente, quedaban paralizados al sentir zumbar tan cerca la muerte. La parte curiosa, que todos comentaban cuando dirigía al grupo, lo constituía que nunca mató o siquiera hirió a los antisociales; les recomendaba a todos que era un lío herir o matar a un bandido; porque había que ir a declarar a los tribunales, responder a los fiscales de la institución y quedar suspendido de sus trabajos, que se acumulaba en tanto no salieran del problema.
Tomó al Inspector Carrados de un brazo suavemente y lo invitó a un reservado, un pequeño cuarto donde apenas cabía una mesa y dos sillas. Hizo una seña al encargado del bar y a todos, incluyendo a González, quería hablar a solas con él.
Una vez sentados, se miraron a los ojos como estudiándose; Carrados sabía que su antiguo Jefe era de pocas palabras e “iba al grano” inmediatamente. Sintió por primera vez una especie de temor por lo que iba a escuchar; su instinto lo puso en guardia, pero sabía que todo iba a cambiar en su vida policial. El silencio del maduro ex Detective aumentó su malestar y sus palabras sonaron en sus oídos como un balazo.
– Señor Carrados, quiero que se unan a nosotros,… que entre a este club.
– No comprendo, Jefe. –Balbuceó el Inspector– Usted sabe que podemos pasar por este casino de vez en cuando y … no tenemos tiempo para estar todos los días …
– Inspector, –los ojos del hombre lo taladraban– no hablo del casino.

(Finalizará).


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