Mi segunda naturaleza y sexo grupal II

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Cuando por primera vez me puse las pantimedias de mi esposa, sin verme al espejo, solo con la sensación en la piel, me humedecí. Me parecía que yo tenía mejor cuerpo que ella. Mis piernas se veían espectaculares y mejor torneadas. No pude más y entonces tomé unas zapatillas y una minifalda que ella usaba y que me excitaba tremendamente cuando se la ponía para pasear por el centro de la ciudad.

Entonces corrí al espejo y me masturbé viendo la parte inferior de mi cuerpo convertido en una fémina. Me inclinaba para imaginarme como me verían las nalgas por atrás los hombres libidinosos. Me sentaba y procuraba ver como aparecía ese triángulo tan femenino en medio de mis piernas y en el fondo de mi falda. Sentí entonces con una fuerza que nunca antes me había invadido, la necesidad de ser mujer. Imaginaba lo que era tener un miembro en la boca, sentir el semen penetrando mi cuerpo, los besos ansiosos de los jóvenes en mis pechos, su gran pene partiendo mis nalgas y bombeando sin parar. Pensé, ¿por qué las mujeres no lo hacen más libres y más seguido?

Pasó el tiempo y cada vez más frecuente sentía la necesidad de repetir es experiencia. Fui completando mi ajuar: dos mini faldas, varias panty medias (era mi prenda favorita), un body (que es una prenda para amoldar el cuerpo), una blusa, unas zapatillas de aguja y maquillaje. Solo me faltaba una peluca. Entonces puse en marcha mi plan. Debo decir que en todo ese tiempo, yo tenía sexo con mi esposa y ella cada vez se sentía más satisfecha. Lo que no sabía es que usaba el truco de imaginarme que yo era ella siendo penetrada por un hombre.

Fui a cortarme el cabello con Bety, un travesti divertidísimo y muy próspero. Sin mucho preámbulo le conté mis inquietudes. Él muy comprensivo, me contó que junto con unas “amigas”, acostumbraban a salir algunos fines de semana completamente vestidas en carro ya sea para dar la vuelta o ya para entrar a los antros. Me dijo que cuando quisiera probar la experiencia ella me ayudaría. No tardó mucho la oportunidad. ¡Fue increíble! Yo iba muy “nerviosa”. Parecía lo que yo quería: una verdadera puta. Con una falda que dejaba ver mi tanga abajo de mis pantys negras. Con las zapatillas muy altas y una blusa transparente. Maquillada de manera exagerada y con una peluca rubia. Cuando entramos a un antro de “mala muerte”, sentí que me moría, pero cuando nos dieron el pase libre empezó a fluir de nuevo la adrenalina por sentirme mujer en medio de todos que me trataban de lo más natural y con una amabilidad que yo estaba acostumbrado a dar y no a recibir. Cuando entramos, algunas mujeres que trabajaban ahí, nos miraron con simpatía y condescendencia, otras en cambio se lamentaron de la competencia que ellas consideraban desleal, pue no sabían por qué los hombres en estado ebrio preferían a los travestis.

El segundo regalo de ser mujer, fue cuando me llegó una cerveza que no tuve que pagar. Me senté al lado de alguien que solo quería hacer lo que yo en realidad anhelaba: acariciarme las piernas y mi disfrazada vulva. Al principio me incomodó el aliento a alcohol y cigarro, y la barba picante cuando me besaban en la boca. Después la lengua de los hombres metida en mi boca me empezó a provocar orgasmos. Al final de esas jornadas y haciendo de un carro un hotel, logré que me penetraran varios chavos, uno después de otro y siempre con condón. Finalmente pasó algo que me parecía imposible lograr, tuve eyaculaciones cuando me penetraban. No pasaba a la primera, solo cuando el tercer tipo estaba dentro de mí, yo lograba venirme y hacer que se viniera mi hombre con las contracciones de mi ano y de mi próstata. Entonces me volví lo que quería: la más puta de todas. Me volví obseso de los miembros y cuando no tenía uno a la mano, me masturbaba sin parar.

Entonces sucedió algo extraño en mi psique. Me empezó a costar trabajo darle sexo a mi esposa. Ella lo notó y me dijo: parece que lo haces a fuerza o por obligación. Eso me alertó un poco y traté de disimular un tiempo pero mi segunda naturaleza se estaba imponiendo.

Un día cuando estábamos de lo más cachondo, yo empecé a fantasear y como un eco de mis propios deseos, susurrando al oído mientras la penetraba, le pregunté si le gustaría que otro hombre le metiera su enorme miembro. Ella se excitó demasiado y yo me di cuenta entonces que los dos deseábamos lo mismo. En poco tiempo y cuando se hizo rutina imaginarnos a un tercero con el miembro como yo sabía que era el ideal, ella me preguntó que si era en serio. Siempre esta charla sobre el asunto transcurría mientras yo mantenía mi miembro dentro de ella. Cuando le conté el plan a detalle y viendo que yo ya estaba hablando en serio, tuvo el orgasmo más intenso que hasta ese entonces le conocía.

No fue tan complicado como había pensado. Creo que todo el mundo desea tener sexo en las más diversas formas de las que no es capaz de confesar. Fue en un antro. Ella se vistió como yo ya lo había hecho tantas veces. Claro que ella no necesitaba exagerar el maquillaje. Lo que pasó, lo relaté en “Sexo grupal por primera vez”. Fue algo muy emocionante con una pareja muy bella.

Cuando nos decidimos a probar una segunda vez, puse en marcha la segunda parte de mi plan. Esta vez, estando en el antro, contacté yo solo a un hombre con un cuerpo espectacular. Usaba un pantalón que dejaba ver una cosa que seguramente medía más de 18 centímetros y estaba tan grueso como un bat de béisbol. Después de que mi esposa le coqueteó un poco y le mostró varias veces sus encantos, yo lo abordé y le dije que ella era mi esposa pero que éramos swinger. Él accedió encantado y cuando ya iba presto hacia la mesa en que estaba ella, yo lo detuve solo un momento por el brazo y le dije al oído: yo soy bi, ¿tendrías algún problema con eso? Él sonriendo me dijo: ninguno. Yo le insistí, lo que pasa es que mi esposa no lo sabe aún, ¿me podrías ayudar con eso? Él acariciándome por encima del pantalón y provocándome una erección instantánea, dijo: el sexo es para gozar, no para tener miedo.


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