Mi cuñada Parte II

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Pasaron los días y yo estaba obsesionado con ella. Deseaba tanto tocarla y besarla. Ella jugaba al gato y al ratón. Me estaba cocinando a fuego lento. Por fin, pasó una noche. El baño dividía las dos recámaras, la de ella y la nuestra. Como casi siempre, me levanté a orinar medio sonámbulo y escuchando ligeros ronquidos de mí esposa. Cuando salí, casi me caigo del susto pues ahí estaba ella, mi hermosa cuñada. Traía una blusa transparente y  unas braguitas blancas de encaje muy breves que permitían ver perfectamente su bellísimo y dorado pubis. Yo la vi sin saber que hacer o decir, pensé por un instante que era una coincidencia y me iba a disculpar cuando ella acerco su rostro al mío y me beso. Al mismo tiempo puso su mano sobre mi bulto que ya estaba palpitando de deseo. Empezamos una danza frenética de caricias y besos.  Entonces reaccioné y le dije, “puede despertar”. Ella me jaló hacia su recámara y cerró la puerta. El miedo, la emoción y la excitación eran terribles, pero eso provocó que mi deseo me cegara ante el peligro. Ya adentró, le bajé sus braguitas y la recosté en su cama de tal manera que su rajada estaba al alcance de mi boca estando hincado. Ella empezó a gemir de placer y chorreaba de tal manera que podría haber puesto un vaso para recoger ese delicioso jugo. Tuvo varios orgasmos y después con firmeza me hizo que cambiáramos de posición. Era la mamadora más experta y hábil que había conocido. A mi esposa no le llamaba la atención el sexo oral y en ese momento exploté en un chorro de semen que ella lamió con vehemencia. Se lo embarró en sus pezones  y entonces se subió a cabalgar. No entiendo como pude tener otra erección tan rápido. Con mi esposa cuando lo hacíamos, era una sola vez y lo más que pasaba en alguna ocasión, era que hasta la mañana siguiente lo hacíamos muy rápido y práctico de nuevo. Ella perdió el control y empezó casi a gritar: “más, más, métemela toda, me gusta dura y grande”. Entonces sentí la muerte que recorría mi espalda cuando escuché que en la otr recamara mi esposa ella se estaba levantando. No me quedó de otra y tomando mis calzones y mi short, tuve que brincar por la ventana que daba al estacionamiento. Ella se acomodó como ráfaga simulando que estaba durmiendo. Entonces entró mi esposa y vio todo en orden, mi cuñada perfectamente tapada y roncando como un lirón. Cuando mi esposa salió por fin, regresó a la cama sin comprender en donde podía estar yo. Mi cuñada entonces abrió la ventana y yo entré de nuevo. No pudimos contenernos y esta vez penetre su húmeda vagina por atrás. Nos venimos sin hacer ruido. Cuando ya iba a salir despacio, ella me volvió a bajar el pantalón short y me limpió perfectamente con su lengua. Nos dimos un último beso profundo mientras yo le introducía mi dedo medio y anular frotando su hinchado clítoris.

Una vez afuera, me dirigí a la puerta principal y simulé que abría y entraba haciendo el ruido suficiente. Mi esposa salió de inmediato y disparó: ¿En dónde estabas? Le comenté: “Es que oí que rompieron el cristal de un carro y salí a ver, pero fue en el otro estacionamiento”. Ella quedó complacida con la explicación y nos fuimos a la cama. Cuando me creía a salvo, sin previo aviso ella metió su mano en mi calzón y tomó mi miembro que todavía estaba hinchado y muy pero muy mojado. Yo sentí que me moría, pero ella en lugar de cuestionarme, quitó sorpresivamente las cobijas e introdujo mi pene en su boca que ahora estaba más duro que nunca empapado con lo jugos vaginales de su hermana. Lo empezó a lamer con ansiedad y como si se estuviera burlando, me dijo: “¡Qué rico sabe, yo no sabía que se sentía tan bien tenerlo en la boca!” Después exclamó, ¡Pero si tu calzón está empapado! Yo me quedé callado y entonces ella se subió y empezó a cabalgar como si fuera la última vez. Era seguro que su hermana nos tenía que escuchar. Terminamos exhaustos y ella quedó muy complacida y quedó dormida como nunca, como un ángel: desnuda y con su raja al aire.

A la noche siguiente, cuando mi cuñada se despidió para dormir, me llamó la atención que se cuchichearon algo entre ellas. Comprendí todo cuando a media noche, mi esposa me dijo: Arturo, escuché algo en el estacionamiento, ve a ver. Me extrañó mucho pues yo en realidad no estaba dormido y no había escuchado nada. Cuando salí, estaba mi cuñada que me tomó suavemente de la mano, me llevó a su recámara y lo hicimos de todas las maneras que imaginamos. Ella me llenó todo el cuerpo con su jugo que salía de manera generosa de su vagina hirviente mientras casi gritaba de placer sin el menor recato o temor de ser escuchada.

Cuando salí, hice la pantomima de la puerta y cuando entré a la recamara, mi esposa estaba completamente desnuda con un vibrador al lado. Noté que la sabana estaba mojada y solo escuché: “Ahora me toca a mí”. Ella me lamió todo y volvió a hacerme el sexo oral más rico que había imaginado.

A partir de ahí, cada tercer día, me levanto de la cama y le digo a mi esposa: “voy al estacionamiento”.


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