¿Me dejas bailar con tu esposa? Parte I

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Desde que mi esposa y yo tuvimos un acuerdo tácito de vivir nuestra vida sexual sin restricciones. Absolutamente todo era válido si no ponía en riesgo a nadie y había acuerdo de todos los implicados. Entonces tuvimos sexo con mucha gente sin importar género, parentesco, o preferencia. Agregamos un truco: nunca hablamos del tema tratando de entender si estábamos mal o bien, si era  moralmente correcto o no. Solo dábamos rienda suelta a la lengua cuando participamos en sexo grupal o tríos. Este truco nos permitía vivir la fantasía de la infidelidad. Ella podía haber estado con alguien y venir chorreando su semen y no decíamos nada. Con el tiempo aprendí que esa sonrisa era un indicador de lo bueno o regular que había estado su episodio erótico. En otras ocasiones me regalaba un video y yo me masturbaba viéndolo.

Yo entré en una fase extraña. Me empezó a fascinar y obsesionar la ropa femenina. Mi fetiche preferido eran (o son) las pantimedias negras. Ella me satisfacía usándolas y prestándomelas. También descubrí placeres indescriptibles cuando compramos un vibrador más bien pequeño y metálico que invariablemente terminaba en mi ano. Con el tiempo, y aprendiendo a manipularlo, tenía copiosas eyaculaciones. Alguien me explicaba que lo que estaba haciendo en realidad era darme un masaje en la próstata. Entonces creo que me ocupé más de mi placer que el de ella. Pero esto no causó ningún problema, al contrario, la convirtió a un mundo de promiscuidad lleno de erotismo y diversidad. Ya no teníamos miedo de nada y muy atrás quedó esa sensación de vacío en el estómago cuando visitamos por primera vez una fiesta swinger. Ahora ella elegía a su “presa” y los dos montábamos la escenografía para vivir nuestro mutuo “engaño”. Me excito tremendamente solo de penar en algunos episodios en donde el tercer implicado no sabía nada o pensaba que yo era un tipo muy rudo y policía judicial. Parecía que nos contagiaba su adrenalina y por eso tuvimos episodios muy emocionantes.

Era una fiesta en todo su apogeo. La verdad se agradece el esmero de todas las mujeres que parecía estaban en una competencia de sex appeal. Nosotros, exhibicionistas consuetudinarios íbamos regularmente vestidos. Pero ella a pesar del tiempo, me seguía produciendo erecciones instantáneas. Llevaba unas pantys negras que dejaban al descubierto sus nalgas y su monte de venus. Un vestido elástico que dibujaba su traseros y dejaba adivinar que no había más ropa interior. Sin embargo era extraño ver eso y al mismo tiempo darse cuenta de las pantys negras. Su blusa de tres botones permitía ver de manera muy sutil, sus hermosos pezones rosados. Casi siempre erectos como listos para ser chupados.

Entonces eligió a su presa. Un chico muy varonil y muy guapo. Más alto que yo parecía ir sin compañía. Ella no tardó mucho. Para ser más preciso, él la estaba penetrando en el baño de la casa solo media hora después de haber entablado una conversación. Yo me dediqué a saborear la botana que estaba deliciosa y a flirtear con alguna que otra señora muy piadosa. Cuando llegó mi esposa, tuve que arreglarle un poco el cabello y le dije al oído que girara levemente su falda. Su sonrisa indicaba un diez de calificación.  

Me costó mucho trabajo llegar al que se acaba de coger a mi esposa, pues evidentemente me estaba evitando. Ya platicando y calmando sus nervios, por fin le dije “qué tal, ¿vienes solo?”, se rompió  el hielo rápidamente. Yo bromeé con él sobre mi esposa y se la presenté haciéndole ver que era la mujer más casta, recatada y sumisa que podía haber conocido. Él tragó saliva. Ella actúo magistralmente y entonces empezó la música. “Amor, yo sé que a ti no te gusta mucho bailar, pero esa pieza me gusta muchísimo. Yo volteé a ver a nuestro acompañante con una expresión de ¿ahora qué hago? Entonces él titubeando me dijo, “si a usted no le molesta, y si ella está de acuerdo, ejem…bueno….quizá yo pueda bailar con su esposa”…yo simulé que lo meditaba por unos segundos. Entonces le dije: “de acuerdo, de todos modos yo quería salir a tomar un poco de aire”. Cuando ella se acercó para decirme con voz de santa: “gracias amor”, alcanzó a tocar mi miembro que ya estaba gozando la “infidelidad” de mí recatada mujer.

A esas alturas, ya había bastante gente ebria y todo estaba a media luz. Yo no me salí sino que me ubiqué estratégicamente para observar sin ser visto. Empezaron muy distantes, pero poco a poco vi como su bulto se metía en la entrepierna de mi mujer que estaba rodeando su cuello con las dos manos. Era una melodía lenta y muchos más bien ya estaba parados en un faje sensacional. El erotismo se apropió de la zona de baile. Varias mujeres tocaban sin disimulo el bulto de sus parejas, ellos les correspondía acariciando con vigor sus nalgas. Se me hizo agua la boca. Él se resistía un poco ya que seguramente temía porque el ofendido esposo apareciera en cualquier momento y armara un show de celos. Ella se las arregló para que él terminara besándola y entonces ella bajó una mano y apretó el preciado bulto. De manera descarada y sin que nadie, con excepción mía, les prestara atención, ella lo estaba masturbando por encima del pantalón y él por encima del vestido.


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