LOS ANALES DE MULEY(2ª PARTE)(20)

Por
Enviado el , clasificado en Varios / otros
1146 visitas

Marcar como relato favorito

        XLlX

   Era un día de estío,

la tarde iba cayendo

y su claridad muriendo,

el sol su fuerza perdía

y se iba escureciendo

aquel caluroso día.

   Me encontraba cansado

con mi mente en despecho,

me golpeaba en mi pecho

y demandaba perdón,

procuraba buscar techo

por si perdía ocasión.

   Mis ojos se abrieron

de alegría o de miedo,

pero asombrado quedo

cuando pude contemplar

una silueta que puedo

en el tiempo adivinar.

   Era lo que ansiaba.

Mi “señorito” llegó,

su boca algo musitó

y yo tras sí lo seguía,

a nuestra casa entró

y contento me parecía.

   <<En memoria de tu padre,

por servicios prestados,

por los tiempos ya pasados,

aunque seas un rapaz

-dijo- , pues sois honrados,

tú serás mi capataz>>

   <<No fuiste de mi confianza,

pero tienes mi respeto,

te entrego este reto

y demuestra tú valer,

no me uses como peto

y muestra tu menester>>

   <<Serás mi guía, mis ojos,

mis brazos, mi voluntad,

sírveme con lealtad

y destierra el engaño,

que en ti aflore la verdad

y nunca tendrás regaño>>

   <<Te entrego mis tierras

con toda mi confianza,

contigo sello alianza

y poder delego en ti,

tú eres mi esperanza

aunque tarde lo entendí>>

   <<Labora bien mis tierras,

sácale buen rendimiento,

aprovecha el momento

y aplica tú doctrina,

demuestra tú entendimiento

y cualquier voz declina>>

   Y acabó diciendo:

<<Honradez solo te pido,

y que seas atrevido

en tus prontas decisiones,

cumple bien tu cometido

y salta los escalones>>

   Mi corazón palpitaba,

súbitamente temblé

y en mi madre pensé;

lo esperado llegó,

con alegría lloré

y mi aflicción voló.

   El cielo se me abrió

y lloré de alegría,

aquello que compartía

lo seguiría disfrutando;

valor y arrojo echaría

para continuar luchando.

   Ya no era ningún rapaz

ni menos núbil imberbe,

a mí la sangre me hierve

cuando me siento ofendido;

ojalá en mí se conserve

ese don de agradecido.

   Me siento recompensado.

La espera de esta mena

había valido la pena

para pulir sus valores,

romper la dura cadena

para obtener favores.

   Me sentía hombre importante,

orgulloso, responsable,

pero tímido, afable,

hombre me consideraba

de sinceridad notable

y compresión buscaba.

   Un sinuoso camino

se abría ante mi mente,

una inmensa fuente

manaba en rededor

y un robusto puente

se alzaba anta mi pudor.

   Una gigantesca loza

sobre mis espalda cayó,

su peso me aplastó,

pero bien la soporté;

resistencia encontró

y con honor la alzaré.

   La huerta fue mi cuna,

su tierra me vio nacer,

mi madre me dio el ser

y con orgullo crecí,

allí pude aprender

a ser el hombre que fui.

   Nunca me imaginé

que aquel predio lo labraría,

mi buen saber aplicaría

y demostrar mi valer,

a la gente enseñaría

para mostrar mi poder.

   Al amo, a mi “señorito”,

le estaré agradecido

por lo que me ha ofrecido,

cumpliré con su encomienda

hasta perder el sentido

y cuidaré su hacienda.

               L

   Todo era regocijo,

me sentía muy contento,

era un feliz momento

con lágrimas remojado;

olvidé el aliento

de estar desesperado.

   Mi pobre madre lloraba

y daba gracias al cielo,

dentro sentía revuelo

de tanta felicidad

y olvidando su celo

bendecía la verdad.

   Yo la contemplaba firme,

fijo en sus ademanes,

habían salido sus planes

y moriría en la huerta;

maldecía a los truhanes

de manera incierta.

   Con el cuerpo y alma

al predio me dediqué

y de aquello disfruté,

me entregué con mi saber

y su esplendor levanté

con mi sabio quehacer.

   Aunque era un sutil núbil

demostré mi sabiduría

y mi labor suponía

la envidia de gente

que su odio anteponía

a cualquier referente.

   La huerta era un jardín

entre frutales y flores

de lindísimos olores,

era un jardín florido

de multitud de colores

que lo hacía preferido.

   La tierra seca, yerma,

logré hacerla productiva,

era labor atractiva

y me sentía orgulloso

de un trabajo que iba

siendo muy hermoso.

   Nadie en el pueblo

en mi juventud confiaba

ni nada se esperaba,

era un hombre muerto

que como ciego ambulaba

por tan árido desierto.

   Pero demostré ser ducho

en temas de agricultura,

aunque en escritura

estaba poco versado,

más con mi buena montura

quedé bien compensado.

   Ondeé bien mi valía

y toda mi enseñanza,

henchido de confianza

me jactaba del saber,

pues era punta de lanza

demostrando mí valer.

   Dejé de cobrar las rentas,

pero tenía un reto

y tuve que ser discreto

ante tanta obligación,

porque con aquel decreto

se avivó mi corazón.

   Pero siguió mi apodo

y rentero me llamaban,

en mí siempre encontraban

un capataz comprensivo;

a mi casa se acercaban

por cualquier motivo.

   Con el paso del tiempo

gran prestigio alcancé,

en mi vida imaginé

el respeto que radiaba

y nunca olvidaré

la meta que alcanzaba.

   Hice grande aquel predio

con trabajo y tesón,

puse toda mi ilusión

y me vi recompensado,

nunca perdí la razón

ante todo lo logrado.

   Ya era digno de confianza

y mis amos me alagaban,

ciegos en mí confiaban,

pero con ojos abiertos,

atentos me vigilaban

en todos los conciertos.

   Yo era muy feliz

con tan carga de trabajo,

parecía un escarabajo

minando siempre la tierra,

aunque va boca abajo

su casa nunca cierra.

   Pero solo de trabajo

no se puede vivir,

no se puede confundir

nuestra realidad

con formas de subsistir

dejando atrás la verdad.

   Se necesita pareja,

compañera de viaje

enfundada en blanco traje

de espléndido fulgor,

ligera de equipaje,

pero henchida de amor.

   Necesitaba a mi lado

una buena mujer

que se dejase querer

y fuese trabajadora,

una hembra con el deber

de bregar a cualquier hora.

   Yo amaba a esa joven

que feliz me correspondía,

que por mí mucho sufría

cuando estaba afligido,

gran amor por mi sentía

y me tenía prendido.

   Estaba en edad núbil,

apta para procrear,

con ganas de laborar

y cuidar de su esposo,

con afán de demostrar

su íntimo más hermoso.

   Un día le pedí nupcias

y me contestó llorando:

<< ¡Tiempo llevo esperando!

-dijo con suma alegría->>

De honra me fue llenando,

ella lloró como una cría.

   Se acordó los esponsales

dentro de nuestra humildad,

fuimos con sinceridad

a nuestra feliz unión

y mostrando la verdad

radiábamos de ilusión.

 

 

 


¿Te ha gustado?. Compártelo en las redes sociales

Denunciar relato

Comentarios

COMENTAR

(No se hará publico)
Seguridad:
Indica el resultado correcto

Por favor, se respetuoso con tus comentarios, no insultes ni agravies.

Buscador

ElevoPress - Servicio de mantenimiento WordPress Zapatos para bebés, niños y niñas con grandes descuentos

Síguenos en:

Facebook Twitter RSS feed