El manto púrpura o el sexo sacro Parte II

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La empecé a vigilar y a seguir. Ella iba diario a la iglesia. Un día entré sin que ella se diera cuenta. La iglesia estaba vacía. No entendía a qué iba. Vi que entró en una especie de sala pequeña con capacidad como para apenas 10 personas. Creo que empezó a rezar. Después se dirigió a lo que me imagino es la oficina del sacerdote, tomó una escoba y empezó a barrer hasta que recorrió toda la iglesia y finalmente se fue.

Al otro día la volví a seguir cuando se dirigía de nuevo a la iglesia. La interrumpí en su rezo. Ella abrió los ojos muy asustada. “Pero Arturo, ¡¿qué haces aquí?! Yo le susurré sin más: “no puedo vivir sin ti”. ¡Estás completamente loco! ¿Cómo se te ocurre decirme eso en este lugar? “por favor”, le supliqué y entonces la bese. Ella se resistió un poco, pero después de unos segundos, dejó de forcejear. Pensé que se iba a desmayar. Al mismo tiempo que la acariciaba ella solo gemía: “no, por favor, aquí no, aquí noooo”. Yo metí mi mano debajo de su falda y sentí de nuevo que estaba completamente mojada. Prácticamente le arranqué las bragas y con el pie alcancé a cerrar una pesada puerta de madera. ¿Qué haces? ¡Te has vuelto completamente loco! Le alcé la falda y la volteé. De un golpe la penetré. Ella solo gemía al mismo tiempo que se lograba sostener sobre el manto púrpura de no sé qué santo. No duré mucho, me vine con un chorro potente de semen contenido desde la ocasión anterior. Tomé el mismo manto y lo puse en el suelo. Primero nos arrodillamos y después la penetré estando ella acostada en el suelo. Parecía que todos los rostros de los santos y las vírgenes que ahí había, miraban complacidos la cogida más emocionante que había tenido en mi vida.

Cuando terminamos. Ella se incorporó de inmediato. Arreglo todo para que quedara igual. Entonces me exigió: “vete, vete lo más rápido que puedas y procura que nadie te vea”. Yo salí y solo un silencio sepulcral fue testigo de mi huida.

Me di cuenta de que dejó de ir a la iglesia unos días. En su casa no me atrevía a buscarla pues su esposo ya había llegado. Por fin, después de una semana volvió a su rutina. Ese día iba con una gabardina blanca que no le conocía. Entró a la misma sala y yo esperé un tiempo prudente. Sin embargo cuando llegué vi que la puerta estaba emparejada. Empujé muy despacio y no la vi en ninguna banca. Pero yo estaba seguro de que la había visto entrar ahí. Entre y ella estaba detrás de la puerta. Se quitó unos lentes negros inmensos y se me quedó viendo muy fijamente. Me dijo con una voz que parecía venir desde lo profundo de su alma: “Eres el mismísimo demonio”. Yo me quede callado si saber si se trataba de un cumplido o un insulto. Entonces ella jaló el cinto que detenía su gabardina y en un mismo movimiento la dejó caer. ¡Solo llevaba puestas las mismas bragas con las que alguna vez me había masturbado en su baño! Yo me quedé con la boca abierta. ¿Te gustan? ¿Crees que no me di cuenta de lo que hiciste esa noche en mi baño? ¿Tanto me deseas? Yo caí de rodillas. Ahora hicimos una cama con su gabardina y con el manto púrpura de nuestro santo preferido. Ella alzó las piernas tan alto como pudo y dejando su ver su rosada rajada, me dijo. “Méteme lo que quieras”. Yo empecé con la lengua. Ella chorreaba un delicioso jugo. Sin quitarme los pantalanes, me los bajé y entonces la penetré como un cuchillo al rojo vivo entra en la mantequilla. Solo se oía el chasquido de nuestros fluidos y ella se concentraba en no gritar. Entonces empezó a decir sin parar: “Soy una puta, soy la puta más puta de todas las mujeres. Me encanta ser puta. Tú me hiciste puta y eso quiero ser”…”Cógeme, méteme tu gran verga, cógeme sin parar”…Había pasado ya más de media hora y alcanzamos a oír algunos pasos de alguien que entraba a la solitaria iglesia. Nos incorporamos y arreglamos todo no sin dejar de darle gracias al santo del manto púrpura por el préstamo. Ella se arregló el cabello, la gabardina y todo. Abrimos muy lentamente la puerta. Eran dos ancianas que se fueron a sentar hasta enfrente. Prendieron dos veladoras y se pusieron a rezar. Yo salí ya con experiencia y sin hacer el menor ruido. Desde el carro vi como ella antes de retirarse, se persignó y se dio media vuelta para subirse a su carro.

Normalmente ella me habla para decirme el día en que va a ir a tener su penitencia. Ya hemos visitado las otras salas y un día lo hicimos debajo de la mesa de mármol que usa el cura cuando da su misa. Sin embargo el lugar que más nos ha gustado es el confesionario. Desde ahí se puede ver sin ser visto y está muy acogedor.

Normalmente ella no para en su letanía de decir que le encanta lo puta que es cuando estamos follando y se ha convertido en una experta del sexo oral.

La última vez que tuvimos sexo, me dijo: “tengo una fantasía. Quiero pararme en una esquina en donde he visto que en las noches se paran unas prostitutas”. “Quiero saber que se siente usar esa ropa en el frío de la noche. Quiero saber que se siente cobrar y que te coja un completo desconocido”. Yo reconocí ese lugar del que ella hablaba pues había pasado ocasionalmente después de venir de alguna parranda. Yo le dije, “no son mujeres, son travestis”. Ella se sorprendió mucho. ¿En serio?  Preguntó. “Si claro”. “Entonces tú me podrías acompañar, me imagino que te verías muy guapa vestido de mujer”…yo tragué saliva y le contesté. “¿Tú y yo, un par de putas?”…..


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