El vecino mecánico_1

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¡Qué pena que dan las hormigas y las abejas obreras. (¡Nacen sin órganos reproductivos!, ¡Su existencia está enteramente dedicada al bien de la comunidad!)

Yo, Mariana, con los míos, soy altruista, con frecuencia, procuro el bien de alguien de mi comunidad. Claro que, a la vez,  gozo, siento placer, experimento, múltiples y variadas (desde suaves a intensas) pero todas gratas, emociones. Estoy persuadida: no existe mayor deleite que el que se disfruta al hacer el amor – con el varón, tiempo, lugar y modo adecuados.-

El varón adecuado es, mayoritariamente, mi marido aunque no con exclusividad. En ocasiones profeso el altruismo genital con otro.

El lugar suele ser mi dormitorio pero, en ocasiones, bueno es un hotel, una vivienda ajena o, una butaca posterior de un automóvil.

Este último fue el espacio compartido por mi cuerpo con el de Horacio, el dueño del taller mecánico que está en la vereda opuesta a la de mi casa.

Mi marido, Martín, es viajante de comercio y, por su trabajo, se ausenta con frecuencia. Debido a eso, muchas veces me veo obligada a participar de diligencias o actividades que, normalmente, las asume él. Una de ellas, recurrente en los últimos tiempos, fueron reuniones con vecinos por temas de seguridad y de un sistema de alarma comunitaria que se instaló en el barrio.

Horacio, desde un tiempo atrás, con las precauciones del caso, delicadeza, pero perseverancia y desenfado, en esos encuentros venía insinuándose conmigo. A mí no me molestaba, más bien me halagaba su interés y notaba una cierta inclinación de ánimo hacia él (es un hombre atractivo), sin embargo nunca le di a entender que tenía chances. En el barrio se complica mantener la privacidad.

Un día, de esto hace cosa de un mes y medio, al salir con el automóvil del garaje de mi casa, dio la casualidad, que Horacio se encontraba en la puerta cuando, lentamente, pasé delante del taller y me detuve, por el semáforo en rojo, pocos metros más adelante. Me alcanzó corriendo e hizo señas para que bajase el vidrio de la ventanilla:

-Buen día, Mariana, su motor tiene un feo ruido, creo que “sopla un inyector”. No le conviene usarlo mucho tiempo con ese problema. –

Recordé que Martín me había mencionado que, a su regreso, llevaría el auto a revisión a la concesionaria por “un ruido raro”.

-Gracias Horacio, no voy lejos. Mi marido ya me dijo que lo va a llevar a la Citroën –

El semáforo cambió a verde, tocaron bocina detrás de mí, saludé con un gesto y arranqué.

De regreso, bajé a la vereda para abrir el portón de la cochera. No llegué a introducir la llave, que llegó Horacio que había cruzado la calle corriendo.

-Me quedé pensando ¿Su auto está en garantía? – me preguntó.

-No. No creo,…..seguro que no, tiene más de un año. – respondí

-¿Por qué no me deja que confirme cual es la falla. Creo que es sencilla y en la concesionaria los van a “matar” con lo que cobran?-

 -Gracias, pero hoy a la tarde lo necesito, tengo que salir si o si.-

-No hay problema, venga a última hora, le damos una mirada. No es prudente seguir usándolo más tiempo-

-Creo que sólo puedo volver cerca, o pasadas, las seis.-

-Cero drama. La espero. Entre vecinos tenemos que darnos una mano. –

De regreso a mi casa tuve la clara percepción de que si iba al taller a la tarde avanzada estaría, por primera vez a solas con Horacio y a reparo de miradas y oídos indiscretos. Él, seguramente, volvería a la carga. La perspectiva causó turbación en mi cabeza y ardor –y, al rato, humedad- en mi entrepiernas.


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