Día de sexo: 6-LA NOCHE

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Ya relajados nos vamos a la ducha. Esta vez es tranquila, pausada. Dejamos que el agua caliente corra por nuestra piel. Nos besamos. Nos acariciamos. Recorremos cada centímetro, cada pliegue. Luego, ya secos, nos metemos en la cama dejándonos acariciar por la suavidad de las sábanas de satén. Un roce sensual que nos anima a acariciarnos, a besarnos, a excitarnos poco a poco, sin prisas. El deseo va creciendo y manifestándose en nosotros. Y de nuevo tengo el pene erecto. La humedad va apareciendo en la entrepierna  de Clara. Busco sus ojos. Con mucha suavidad, así de costado, me intruduzco dentro de ella. Sonreímos. Es una sonrisa cómplice. Nos entendemos y, casi sin querer, nos dormimos de esa manera.

Mi sueño es agitado. A veces despierto con los suaves gemidos de Clara. A veces con los míos. Otras es el cabeceo de mi pene lo que me desvela. En una ocasión, siento algo cálido en mi muslo. Palpo. La sábana está mojada. Empapada de jugos míos y de ella que se agita a mi lado. Aparto la tela que nos cubre y observo sus pechos desnudos a la luz del amanecer. La cara relajada por el sueño, el pelo extendido sobre la almohada, las manos en el regazo, las piernas recogidas. Esta verdaderamente hermosa. Beso un pezón. Gime, estira las piernas y retira las manos mostrando el sexo. Beso el otro y abre las piernas. Acaricio su vulva. Sonríe sin abrir los ojos. Está húmeda. Pruebo a introducir un dedo. No. No está húmeda. Está mojada.

Mi pene acusa el descubrimiento y, como un resorte, se pone recto. Suspiro. La abrazo. Me tiendo encima de ella y lo introduzco en la cueva cálida. Clara no se mueve. No abre los ojos. Suspira. Me deja hacer. Su vagina abraza mi miembro. Me invita. La beso. Entreabre los labios pero no responde. Me muevo muy lento. Muy profundo. El placer acude de forma clara. Me recorre por dentro, alcanza mi cerebro, se manifiesta en mis testículos. También invade a Clara. Su respiración se entrecorta, su calor aumenta, su vaginaces ahora un mar de jugos que inunda su vulva. Pequeños gemidos acompañan mi vaivén. Una corriente asciende hasta romper en mi cerebro. Mi pene crece, cabecea y estalla justo en el momento en el que Clara, gritando, se abraza a mi cuerpo con brazos y piernas en un estallido de jugos. 

Un rayo de sol entra por la ventaba dañando nuestros ojos. Nos abrazamos y cubrimos nuestras cabezas con la sábana.


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