LOS JUGUETES ROTOS ACABAN SIEMPRE EN UNA BOLSA DE BASURA (Capítulo 5)

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                                                 Capítulo 5

 

El futuro para él no existía. El presente le parecía tan crudo, tan imposible de asimilar, que el simple hecho de abrir los ojos cada mañana se convirtió en una verdadera tortura.

Por fortuna, en un fugaz instante de lucidez descubrió que la vida no estaba sentada a los pies de su cama esperando a que abriera los ojos a la realidad, al contrario, a su alrededor todo seguía inexorablemente su curso.

Quien sí permaneció día y noche sentada en el sofá de cuero para los acompañantes de los enfermos desde que tuvo el accidente fue ella. Iván se fijó en su rostro apesadumbrado. En sus ojeras. En su aspecto prematuramente avejentado. No se merecía continuar con ese calvario. Haber perdido a su marido, y asistir sin poder remediarlo al hundimiento de su hijo en su propio océano, ignorando cualquier ayuda externa que le permitiese salir a flote, era demasiado fuerte como para no empezar desde ese momento a tomar medidas drásticas.

Asumió que no volvería a andar, y en lo sucesivo, tendría que adecuar su día a día a las nuevas circunstancias. Lamentándose a todas horas de sus propias desgracias, sin aceptarse a sí mismo, sólo conseguiría acabar tocado psicológicamente sentado con su silla de ruedas en la soledad de cualquier rincón oscuro de la casa. Encontró la dignidad y el valor que junto a su padre y la movilidad de los miembros inferiores había perdido entre aquel amasijo de hierros en el que quedó convertido el coche.

Lo más complicado del proceso sin duda, fue derrotar a su minusvalía mental. Luego trabajó incansablemente hasta lograr la máxima autosuficiencia física posible.

Hacía dos años, con veinticuatro inviernos a sus espaldas, un trabajo que personalmente le satisfacía, retribuido con un sueldo aceptable y el dinero obtenido de un seguro de accidente que tenía contratado su padre en caso de fallecimiento o invalidez, insistió en adquirir una vivienda e independizarse. Tratar de normalizar su vida, soltarse de las piernas de mamá; aunque ella, como haría cualquier otra madre en su lugar, nunca dejaría de estar atenta y preocupada por su cachorro. Lógicamente, se sentía responsable de su bienestar, a pesar de que a él le molestara tanto lo que había calificado como un caso de “bullying materno” en toda regla.

Solía bromear con la posibilidad de pedir una orden de alejamiento, pero Sandra lo tenía muy claro, la situación actual en la que se encontraba su hijo merecía por su parte una preocupación especial. Una preocupación doble. Por desgracia, él se había convertido en su único estímulo diario, el carburante que ponía en marcha el motor de su vitalidad. Todo lo que pudiese hacer para verle mínimamente feliz y facilitarle la existencia, siempre le parecería poco.

Ahora, con el panorama que tenía ante sí, su preocupación, más que doble, había evolucionado a la categoría de extrema.

Salió del dormitorio y cruzó con paso rápido el salón en dirección al estudio.

     --¡Iván! ¡Hola..! ¿Hay alguien? –esta vez no tuvo ningún reparo en alzar la voz mientras se acercaba a la puerta del estudio, ya sólo le importaba escuchar a su hijo dar una respuesta afirmativa.

Pero no hubo réplica alguna. Sólo una tensa calma prevalecía en el ambiente de la casa, una calma, que para ella comenzaba a resultar exasperante.

Definitivamente, no la iba quedando más remedio que hacerse a la idea de que la casa estaba vacía. No recordaba haber visto la silla de ruedas en su habitación. ¿Adónde podría haber ido..? Sin una llamada de aviso. Ni a ella, ni a su oficina. Sin llevarse la cartera con su documentación. Y lo que más le preocupaba. ¿Por qué su cuarto ofrecía ese aspecto tan lamentable e inquietante? ¿Y su móvil..? ¿Qué hacía tirado en el suelo..?

Las respuestas a tantas preguntas como le venían a la cabeza, andaban más perdidas que sus nervios. No entendía nada. No podía razonar. Sus pensamientos no alcanzaban a seguir un orden lógico.       

     Se dispuso a cruzar el umbral del estudio y quedó inmóvil…

Como si de repente se hubiera convertido en una pétrea estatua. Como si el tiempo, en ese preciso instante, hubiese decidido detenerse.

Un escalofrío estremecedor contrajo su nuca y recorrió de forma fugaz su espalda como un latigazo eléctrico; como una guadaña letalmente afilada que cercenó su corazón helado en dos mitades.

Sus piernas comenzaron a debilitarse. Levantó con pausa el brazo derecho y se apoyó en el marco de la puerta.

Sin parpadear...

Unos segundos eternos, en los que la única expresión dibujada en su rostro, era una total inexpresividad.

     Apretó con fuerza los labios..., temblorosos.

Sus ojos se humedecieron ahogados por el horror, y un grito desgarrador escapó por su reseca garganta arrastrando el pánico que, en ese momento, amenazaba con reventar en su pecho como una olla exprés con la válvula de escape del vapor estropeada.

Al instante, su estructura muscular se vio invadida por una sensación gelatinosa, desplomándose inconsciente sobre el piso entarimado de la sala.

                                           *************


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