Mi sobrina Casandra Parte II

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“tío, tío”… “¿Qué pasa hija? ¿Qué pasa?” … “Hazme tuya”

Dime una cosa Casandra, ¿no es tu primera vez verdad? ¿Quieres decir que si soy virgen? “Eso mismo”, le contesté. Un poco apenada me contestó, “en realidad si tío”.

La temperatura bajó de inmediato y yo me separé un poco. ¿Qué pasa tío, tan malo es que sea virgen? “No, por supuesto que no es nada malo”,  le contesté. “Pero creo que al ser tu primera vez debería ser algo especial; en otro lugar; en un ambiente agradable y no en una simple oficina”…Ella no me dejó seguir y empezó a besarme. Me desabrochó el cinturón y en un segundo ya tenía mi carne en su boca. Quizá era virgen pero al parecer tenía  mucha experiencia con la habilidad oral. Yo la levanté y volví a preguntar: ¿Estás segura? En respuesta ella se quitó sus braguitas y se sentó al borde del escritorio. Ante tal espectáculo, la razón quedo prisionera del de un deseo exorbitante, incontrolable. Limpié de un manotazo todo lo que estorbaba y entonces vi algo que nunca olvidaré: ella abrió las piernas y se empezó a acariciar el clítoris con su ensalivado dedo índice derecho, el otro índice se lo puso en sus dientes con ese gesto de colegiala inocente.

Ya no pude pensar más, era imposible contenerse. Me apliqué con la lengua en esa vulva que olía a frescura; a prado de rosas; a atardecer en el mar. Ella gimió y se vino una primera vez. Mis manos recorrían sus senos y con mi lengua y dedos acaricié esos pezones color rosa que parecían esculpidos en fino mármol. Coloqué la cabeza de mi hinchado miembro en la ventana del placer y  quise jugar un poco masajeando su clítoris con mi glande al mismo tiempo que nuestras lenguas se entrelazaban en una danza lujuriosa. Yo pensé jugar un rato más, pero de pronto ella que parecía que iba a tener otro orgasmo, se lanzó con su propio peso cuando sintió que mi miembro estaba en la posición correcta. Solo exclamó un  “haaaa” que delató un ligero dolor. Ella dejó de ser virgen. No me moví. La abracé muy fuerte. Ella sola empezó de nuevo a moverse primero muy despacio hasta que recuperó el ritmo, después, lo supero. Tuve que ponerle mi mano en su boca porque empezaba a gritar de placer. “Hooo …..que rico….hooo….lo tengo adentro y ya no me duele”…”dame más tío, dame más”….”hija…eres…eres…” y ya no alcancé a terminar mi frase en la que le iba a decir que era una diosa…terminé adentro de ella. Quedamos exhaustos. Ella se tumbó en mi sillón y yo me quedé en una silla para las visitas.

Al observarla, me sorprendió darme cuenta que más que estar preocupado por el hecho de que ella era mi sobrina, era darme cuenta que no podía creer en la belleza de esta niña-mujer. Por cualquier lado era perfecta y sobre todo mucho más joven. De pronto me vino a la mente la imagen de Frida Khalo y el pintor Diego Rivera. Sonreí con mi ocurrencia, pero me apresuré a tapar mi vieja desnudez. Ella era la imagen del placer satisfecho. Una niña hermosa, una colegiala, pero al mismo tiempo era la inocencia derrotada por una naturaleza salvaje e indomable. ¿Yo? Yo era solo un viejo barrigón suertudo. Me volví a acordar de otra cosa: la parte de una canción de Serrat en la que dice: “¡Que suerte tienes cochino!, en el final del camino, te esperó la sombra fresca, de una piel dulce de 20 años, donde olvidar los desengaños de diez lustros de amor, Tío Alberto”. ¡Era perfecta para mí!

¡Ella quedó dormida y yo no sabía que hacer! Solo atine a taparla con mi suéter. Pasó media hora y despertó. Encontró mi mirada extraviada queriendo encontrar una respuesta a una pregunta no hecha aún. “Hola” me dijo sonriendo. ¿Qué tienes? Te veo preocupado. Yo que todavía no sabía que pensar. Que ya había aceptado que toda mi vida pendía de una confesión, de una indiscreción o de un error fatal, ya no pude más y empecé a llorar.

Ella se alarmó, se levantó y con su infinita desnudez me abrazó. Me tomó de la cara y enjugando mis lágrimas dijo: “te amo”. Yo levanté la mirada estupefacto. “No hija, eso no puede ser”. “Esto solo ha sido….” Dudé mucho… ¿Qué tío, qué ha sido para ti? Preguntó ansiosa. “Ha sido…  lo más maravilloso que me ha pasado en la vida. Pero… “Pero ¿qué?” Exigió impaciente.

“Tú tienes el mundo por delante. Eres joven. Eres hermosa y tendrás muchos pretendientes como tú. Jóvenes, llenos de vida y muy guapos…y…”. Con una mirada que no le había visto nunca, se puso seria e interrumpió mi letanía… “Si claro, jóvenes, guapos, estúpidos, insensibles, vacíos, que admiran más su carro o su celular que prestarme un poco de su atención y un poco de su tiempo o un poco de su vida”. No paró ahí: “Tan guapos que admiran más su propio ego que una idea mía. Que no son capaces de hacer la décima parte de lo que tú me has enseñado… Que solo ven en mí a una vagina preparada, que no son capaces de apreciarme como persona, como mujer”. “Pero son jóvenes y no gordos ni viejos, ni feos como yo”. Ahora yo la interrumpí.

“Es cierto que no eres joven. Quizá con unos años más.” (No sé si fue su indulgencia que olvidó que yo era más de tres veces su edad). “Pero tampoco eres un monstruo. Nuca había tenido la atención que yo tuve de ti. Nunca la había sentido de un hombre”. “¿Crees que no sentía como vibrabas cuando yo me acercaba?; ¿crees que no sentía tu deseo? Sin embargo más de una vez sobrepusiste a mi persona, niña o mujer, que a tu deseo. Eres un hombre y eso es lo quiero por ahora. Tú eres el hombre que yo quiero por ahora”.

Yo me quedé de una pieza. Ella se acercó e iniciamos de nuevo la danza del amor. Fue salvaje, fue vampiresco. La fuerza fluyo en mi auxilio, quizá viniendo de ella. Me sentí en el cielo. Su cuerpo perfecto, su todavía cercana virginidad me llevaron a orgasmos que renacieron sin recato. Ella olvidó la pena, me poseyó, la poseí, nos poseímos e inventamos mil veces las caricias.

Nunca jamás olvidaré esa piel nacarada, tersa, inmaculada. La carne firme, el deseo nuevo, los labios granados, su cabello ensortijado, su pubis delineado y simétrico, sus ojos profundos y su cadera perfecta. Casi sentí la necesidad de comerla. Quería que eso nunca se acabara. Estaba dispuesto a morir si esa era la última vez que iba a vivir un placer tan indescriptible.

De pronto ella se quedó quieta. Yo pensé que había salido del encanto que la había obligado a hacer todo eso que había pasado. De pronto ante mi pasmo, tomó mi flácido miembro con sus manos perfectas, entre sus labios perfectos, con su boca perfecta empezó a hacer el movimiento perfecto. Yo, solo deseé que el diablo existiera para venderle mi alma y pedirle que nunca se acabara...


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