LOS ANALES DE MULEY(3ª PARTE)(6)

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                 LXVlll

   Fue un tiempo de hurtadillas

con mi trémula mujer,

se olvidó de mí querer,

pues en otro mundo estaba

cavilando sin poder

ocultar lo que pensaba.

   Mi aflicción rompía mi alma,

todo era amargura

sin ápice de ventura,

aguantaba sus miradas

en singular coyuntura

en oscuras madrugadas.

   Ella nunca olvidó

su negra noche nupcial,

huía de lo natural

repudiando al marido

en lecho matrimonial,

más todo fue asumido.

   Padecía cada noche

cuando llegaba el descanso,

era todo un toro manso

entre sábanas de lino,

parecía hombre ganso

llorando por su destino.

   Por fin llegó la cordura

con toda su desnudez,

mostró ella su sensatez

y floreció nuestra vida,

atrás quedó la niñez

aunque nunca se olvida.

   Desde aquel dulce momento

cambió total mi existencia,

tuve plena indulgencia

y lloré de alegría,

con sutil paciencia

su reto aguanté cada día.

   Fueron tiempos felices

con mi dulce compañera,

trabajamos en la era

y a lo ancho de la vega,

nada de ello fue quimera

y de nada se reniega.

   Y por fin pude montar

a mí adorada yegua

que, olvidando su tregua,

en su cuadra trotar quiso,

trotó más de una legua

para llegar al paraíso.

   Su suave pelo zaíno

con mimo lo acaricié,

su terso cuerpo sobé

palpando su recto contorno,

con dulzura lo tomé

y pensé en el retorno.

   La lujuriosa noche

acabó con nuestros males

y rencillas personales,

estuvimos avenidos

como árboles frutales

dando frutos bien venidos.

   En nuestra felicidad

el Creador nos bendijo

con nuestro primer hijo

llenándonos de alegría,

era tal mi regocijo

que mi ternura se fundía.

   Fueron llegando los hijos

y fuimos muy dichosos,

nos sentíamos gozosos

de todos nuestros retoños

y estábamos medrosos

pensando en sus otoños.

   Eran nuestro tesoro.

Fueron bien llegados

y fielmente educados

en las sendas del Señor,

se sentían privilegiados

por poseer tanto amor.

   Porque la vida es un ciclo

que debemos acatar,

pero podemos soñar

viéndolos en su vejez

o como han de madurar

desde su alegre niñez.

   Acudieron a la escuela

para su fiel formación,

para no ser ningún peón

y ser culta criatura,

para ellos fue vocación

de su premisa cultura.

   Para mí fue bendición,

orgullo y humildad,

comprobar su lealtad

como buenos colegiales,

me llenaba de piedad

por ausencia de males.

   Siempre estuve con ellos,

a su vera, escuchando

sus quejas y espantando

sus recelos de chiquillos,

también estuve estudiando

con tan semejantes pillos.

   Porque volví a la escuela,

lo que tanto detestaba,

pero hacia atrás miraba

y ridículo me sentía,

ilusionado estaba

con los deberes del día.

   Mis hijos me demostraron

el error que cometí,

el tarambana que fui

en tiempos de mi niñez,

cabizbajo comprendí

mi total ridiculez.

   ¡Nunca es tarde en la vida!

Con paciencia me escucharon

y fieles me enseñaron

el arte de la escritura,

razonando me inculcaron

los momentos de lectura.          

   Me apasioné por los libros,

el discurrir por sus textos

motivando los pretextos

que llevan su comprensión,

separando sus pretextos

mediante la razón.

   Devoraba cada libro

con suma ansiedad,

para mí era deidad

leer lo que estaba escrito,

hablar con autoridad

aunque diera algún grito.

   Cuando hacia atrás miraba

una gran vergüenza sentía

y una sensación fría

abrumaba mi sentido,

con raciocinio asumía

aquello que había perdido.

   He leído los clásicos,

nuestro siglo de oro,

todo libro con decoro

y todos aquellos poetas

que volvieron al foro

llenos de buenas recetas.

   Nunca fui intelectual,

pero alcancé gran cultura

gracias a la lectura,

fue para mí una luz

de apasionada ventura,            

más conllevaba una cruz.

   No he sido ningún portento,

pero adquirir sabiduría

con lectura de cada día

que avivó mi pensamiento;

la fiebre del saber sufría

sin tener remordimiento.

   En estos últimos tiempos

lúdicos siempre han sido,

procuraba estar metido

en órbita cultural

para ser reconocido

como gente intelectual.

   Me engañaba a mí mismo,

pues tan solo se trataba

del deseo que albergaba

para matar el pasado,

o al menos yo pensaba

dejar todo olvidado.

   Me iré de esta vida

ligero de equipaje,

con trepidante coraje

henchido de mi cultura,

buscar buen hospedaje

allá arriba, en la altura.

 

 


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