ALIMENTANDO AL LEVIATÁN (8 y final)

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Al fin alcanzo la boca del monstruo por la que lentamente, uno a no, vamos siendo engullidos y llevados a las entrañas del Leviatán. Aquí el silencio es agridulce en cuanto que la libertad esclaviza. Somos, al fin y al cabo, esclavos de la libre elección. Un funcionario con gafas oscuras y pelo engominado me evalúa visualmente. Doy asco, lo sé. Pero no tiene eso ninguna importancia porque en las entrañas del Leviatán todo es repugnante. El funcionario mueve la cabeza afirmativamente, lo que es una señal para que un operario se aproxime a mí. Ha llegado el momento del rapado. Me inclino sumisamente y mi pelo comienza a caer al suelo como copos de nieve. Todo se hace aquí por inercia. La inercia delLeviatán no es sino la vitalidad frenética y orgánica de la podredumbre. A partir de ahora no puedo volver a alzar la vista. Mi mirada no podrá elevarse de aquí en adelante por encima de mis rodillas. Se me indica que siga el riego de sangre que hay en el suelo. Obedezco. Hay miles de personas en las entrañas de este Leviatán, pero no se oye ni un murmuro, ni una palabra, ni una queja, ni un sollozo. A decir verdad, somos tan solo humanos cosificados, humanos de carne y hueso con conciencia de saberse subhumanos.


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