Una última

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Aun soy lo suficientemente consiente de lo que me rodea como para escuchar el horrible el inconfundible gemido del monstruo. Aun escucho sus lamentos, escucho como se retuerce en mi cabeza. Me ruega que le alimente, con sus debilitadas garras encajándose en mi cerebro, proporcionándome un dolor indescriptible, con sus colmillos incrustados en mis ojos. Me implora que sacie su hambre, pero no puedo; apenas me tengo en pie, mi fuerza se ha debilitado bastante y el gemido de la bestia en mi cabeza no ayuda en absoluto, además, no debo alimentarla, debo dejarla morir de inanición, pero apenas puedo resistirme, sus lamentos son demasiado altos y su agonía, en exceso clara, me provoca agonía a mí también. No sé cuánto tiempo pueda resistir sin alimentarla, el dolor que siente la bestia me presiona las sienes y anega mi mente, la oscurece y la llena con fantasías y alucinaciones. Hace poco veía las sombras danzando a mi alrededor, entonces una de ellas me extendió la mano para ayudarme a levantar.

    -Ven-me dijo con su voz que era apenas un murmullo en comparación a los chillidos de la bestia-Baila conmigo.

    Yo asentí con la cabeza y le extendí mi mano, pero en tanto nuestras manos se cruzaron la sombra se desvaneció al instante junto con las demás sombras que bailaban a nuestro alrededor como hojas en el viento y quedaron reducidas a polvo negro. Me quedé, por tanto, solo de nuevo con la bestia, pero esta vez tenía frente a mí, sobre la mesa, tan cerca que podía sentir su pelo blanco si extendía la mano, tan cerca que podía agacharme e ingerir su mágico aroma, la comida del monstruo, tan apetitosa… Al otro rincón de la habitación estaba la bestia y yo a punto estuve de acercarme para alimentarla y hacerla callar, sin embargo, me resistí y retrocedí hasta el rincón más alejado de la habitación, asustado de lo que estuve a punto de hacer. Las lágrimas empañaban mi visión volviéndola, con su espeso velo transparente, una visión de terror. Sentado, sintiendo la satánica luz de la luna que se colaba por la ventana que más próxima a mí estaba, quise levantar una de mis manos, pero, para mi sorpresa, no pude pues un par de gruesos grilletes apresaban mis muñecas. Así que tuve que quedarme así, tirado en un rincón de la habitación, con los ojos bañados en lágrimas, por lo menos por un par de horas. Tras ese tiempo que fue casi tan largo como la vida del universo, me di cuenta de que mis cadenas no eran de hierro sino de cal, cal mellada por el paso del tiempo, así que las rompí rápidamente para librarme de su agarre. Viéndome libre de la prisión que me había mantenido durante toda aquella eternidad extendí, para desperezarme, los tentáculos inenarrables que me crecían en lugar de brazos; solté un alarido cuando vi aquellas rojas ventosas que crecían en la parte baja, y cuando vi la séptica putrefacción que crecía como moho en aquellas extremidades deformes. La bestia silenció un momento para ver como yo saltaba por toda la habitación tratando de alejarme lo máximo posible de los tentáculos que nacían en mi torso y que crispaban mi rostro con horror, parecía como si por fin se diera cuenta de la seriedad del asunto, empero, al poco rato comenzó a gemir, esta vez, con más intensidad. Tras un nuevo vistazo a mis manos, suspiré alegremente, pues eran manos normales, una de ellas estaba totalmente blanca y parecía muerta, pero aquello no era nada en comparación a la visión de los tentáculos. En la otra estaba el alimento de la bestia y esta ya comenzaba a palidecer tal como la otra; arrojé el alimento lejos de la bestia, antes de que esta pudiera convencerme de alimentarla, pues ya comenzaba a escuchar su larga letanía que siempre lograba convencerme.

    Un ojo me miró por la ventana, era un ojo que recordaba perfectamente a los ojos de un loco. Extendido, dilatada su pupila por el lascivo deseo. El ojo flotaba en el cielo, iluminando con su vista nuestro planeta. Aquel ojo, rojo y circundado por venas azules era lo que en mi locura identificaba como la luna, me arrojé al suelo cuando vi uno mayor y más luminoso aparecer detrás de él. Este otro ni siquiera pude verlo pues me cegó al instante con su luminosidad; ahora creo que aquel debió de haber sido el sol, pero aquello era imposible ¿cuánto tiempo había estado mirando la ventana? Aquella cosa quemaba mi piel y la derretía con su intenso fuego. Esta locura debía terminar ya, pero, para ello, la bestia tendría que callar y esta no callaría pues su hambre era demasiada. Tendría que saciarla si quería acallar sus quejidos y tendría que obedecer a su voluntad para luego poder obedecer la mía.

    Me acerqué al alimento de la bestia que antes había arrojado a un rincón de la habitación y casi pude ver como el monstruo sonreía con sus afilados colmillos encajándose en sus labios, aunque ni la bestia ni ninguna de mis alucinaciones existiera. Lo único que existía era lo que tenía en mi mano, la bestia era yo mismo, gimiendo que mi hambre se saciara, pidiendo mi alimento. Tonto de mí había creído que podía abandonarlo cuando quisiera: cuanto me había equivocado; ahora me daba cuenta.

    Esparcí el alimento de la bestia sobre el reposabrazos de uno de los sillones y saqué un billete de mi cartera.

    De esto hace ya, casi diez horas y siento como la bestia se despierta nuevamente dentro de mí. Siento como se comienza a retorcer y, por su agitarse inician mis alucinaciones. Y yo sé que esto me va a llevar a la locura pues escucho claramente su cavernaria voz que no es más que la voz de mis pensamientos pidiéndome:

    Inhala adicto.


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