Crónica De Los Inútiles - Parte 4.

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No obstante ello su conciencia no se hallaba demasiado inquieta, nada más lejos de ello, sus noches eran tranquilas y su sueño pacífico y continuo. Solo estaba a la espera de alguna oportunidad que lo lanzara hacia algún cargo administrativo ejecutivo, lejos de las enfermedades y las personas que tanto lo fastidiaban. Sus compañeros de trabajo sabían esto y atribuían sus desaciertos no solo a su falta de aptitud médica sino también su falta de interés en la disciplina médica. Jul era conciente de la falta de aprecio del que era objeto pero no le importaba en absoluto.

Ahora tenía frente a él esta hoja clínica y, a medida que la leía, su respiración se iba haciendo más profunda y acompasada. Tenía ante sus ojos lo que quizás se convirtiera en la oportunidad de su vida. Pero debía ser cauteloso, no podía precipitarse en nada. En el hospital había un hombre que debía estar muerto desde hacía no menos de cuatro años y, sin embargo, vegetaba en la sala de cuidados intensivos fruto de un accidente de tránsito, Héctor Cáceres era su nombre. Si bien no había sido él solo quien había estado involucrado en el caso, “trabajó” por mera casualidad junto a prestigiosos oncólogos que ya no trabajaban en el hospital. Su papel, lógicamente, había sido meramente auxiliar, un mudo testigo. Por consiguiente, su hoja clínica había sido remitida al único médico que aún permanecía en la institución y que figuraba en el documento. Eso si que era tener suerte. Leyó y releyó todos los estudios pero los procedimientos eran impecables y no había lugar para duda alguna. El tipo estaba podrido en cáncer y era imposible que viviera siquiera dos meses más de lo que le habían anunciado. Y menos aún negándose a todo tratamiento. Sin embargo ahí estaba, cuatro años después, muriendo por fracturas múltiples. Estudió los datos personales del hombre y todo coincidía. Lo fue a ver a terapia y la foto en la planilla lo identificaba plenamente, a pesar de las deformidades impuestas por los tremendos golpes derivados del accidente.Comenzó a pensar en los primeros pasos que debía dar, por donde comenzar. Tenía buena relación con el auditor médico y la sensación de que era un tipo que andaba en las mismas que él. Por algo no ejercía. Tomó el teléfono y le llamó.

- Alberto, habla Gaspar. ¿Podemos tener una discreta charla privada en tu oficina? . -

- ¿Por el tema de Cáceres? . –

- Si…Oye… -

- Te iba a llamar. – Confesaba el auditor. – Pero me ganaste de mano. –

- ¿Qué vamos a hacer? . ¿A quien le damos intervención? . –

- Al director del hospital, por supuesto, pero cuidando que nuestros nombres figuren en todos los documentos. –

- El podrá autorizar todos los estudios. – Decía excitado Gaspar.

- Si, imagínate, se le hará una tomografía a un tipo que está más muerto que vivo. –

Gaspar, al otro lado de la línea, reía pero no por el chiste de Alberto Díaz, auditor del nosocomio, sino pensando cuan jugosos serían los beneficios de todo esto.

 

                                   ……………………………………..

 

Emilio Duarte seguía la lectura de la carpeta con un asombro que iba creciendo exponencialmente. Los estudios revelaban no solo que Cáceres no tenía el más mínimo vestigio de cáncer en todo su organismo sino que jamás había sido víctima de dicho mal. Si no hubiera sufrido los terribles traumatismos que liquidaron su cerebro, su vida hubiera sido larga y saludable. Luego de completar la lectura de toda la documentación testimonial se encontró con una carátula que rezaba “Instructivo”. Allí había una serie de órdenes que debía realizar al pie de la letra. Empezar por la primera consistía en llamar a un número de teléfono a cualquier hora. No constaban nombres ni datos de nadie, solo el escueto número de teléfono. Miró el reloj, las diez de la noche. Cinco horas leyendo la carpeta. Su falta de entrenamiento laboral hacía que este ejercicio lo dejara absolutamente agotado pero Carrascosa le había dicho que no se fuera hasta que todas las órdenes estuvieran cumplidas. Miró el instructivo y la larga secuencia de líneas escritas arrojaban una cantidad de horas tal que calculaba que fácilmente estuviera allí aún después de la salida del sol del día siguiente. Se quitó los lentes y se refregó los ojos con los dedos índice y pulgar. La mortecina luz de la oficina arrojaba sombras deformes sobre paredes y piso dando al ambiente un aspecto sumamente deprimente. Miró el teléfono durante un largo minuto hasta que se decidió a tomar el auricular. Finalmente digitó el número.

 


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