El puchero de garbanzos

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Sacó una caja de fósforos de la estantería. Cogió uno y apoyando la cabeza en el *asperón, lo frotó con firmeza. A continuación, lanzó la cerilla ardiendo en la chimenea, sobre unos matojos secos y unos delgados troncos de encina. La ignición fue instantánea. 

Puso el puchero al fuego, con el caldo en el interior y añadió la pelota al cocido de garbanzos. Estaban de suerte, Irene dispuso del jornal de cuatro perras gordas y pudo comprar del ultramarino medio kilo de garbanzos, un hueso de ternera y algo de embutido para elaborar la pelota. Aunque, eso era la excepción. Generalmente, por la escasez de ingredientes preparaba una comida que era un auténtico aguachirri.

De vez en cuando, Irene atizaba la lumbre, añadiendo leña y arrimando restos retirados del fuego, avivando las ascuas con el fuelle para que ardierá mejor. Ese día pudieron mitigar el hambre con templanza. Al acabar lo poco que sobró, lo reservó para el siguiente día, guardándolo fuera de la luz en la alacena. Echaría un poco de agua, un chorrito de aceite y añadiría unos pedazos de pan.

Nota de autor

Asperón: Parte rugosa de la caja de fósforos que sirve para encender las cerillas.

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