- EL BISTEC -PARTE 2-

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- Por favor señor, no nos haga daño. Nosotros no hemos visto nada. Se lo juro...- Eran las únicas palabras que pude pronunciar... el miedo no me dejaba pensar en otra cosa.
El camarero aún inclinado sobre nuestra mesa, turnaba miradas con una sonrisa burlona entre mi mujer y yo, como si jugáramos un partido de tenis. Su silencio hacía que el pánico creciera, la incertidumbre de no saber qué harían con nosotros espantaba nuestros ojos sin poder emitir ni un parpadeo.
Lara parecía no poder aguantar la tensión de aquel momento, en la que el silencio se convirtió en nuestra única respuesta, y comenzó a llorar desconsoladamente.
- Shhh tranquila pequeña... pronto conoceréis al jefe, y debes estar presentable si no quieres causarle una mala impresión...- Dijo el camarero con una voz extrañamente tranquila acariciando el pelo de Lara, lo cual nos puso más nerviosos.
- No la toques... por favor, dejadnos ir, podemos daros dinero si es lo que queréis, o podemos desaparecer... le juro que no diremos nada, pero por favor...- El camarero interrumpió mi frase poniendo su dedo sobre mi boca para que no continuara hablando. No pude aguantar, y yo también comencé a llorar...
El ruido de las sillas arrastrando por el suelo hizo que nuestros ojos se desviaran para mirar lo que pasaba. La gente comenzó a levantarse y a aplaudir, la oscuridad del lugar no me dejaba ver lo que sucedía. Poco a poco entre la penumbra, aparecía una silueta de paso firme y relentizado, recreándose ante su público. Era el cocinero, un hombre de aspecto serio, y con un rostro que parecía ser sacado una película de terror.
Se detuvo en el centro del comedor, las personas que le rodeaban comenzaron a dejar espacio. Otro camarero apareció y empezó a poner grandes plásticos en el suelo.
Deseaba con todas mis fuerzas que mi corazón se parara en aquel mismo instante, no quería continuar con aquella pesadilla. Todo mi cuerpo temblaba, incapaz de ser controlado.
El camarero de nuestra mesa me agarró del brazo para que me levantara, el otro camarero, hizo lo mismo con mi mujer. Los dos nos retorcíamos, y gritábamos resistiéndonos a hacer lo que ellos querían. La gente parecía no escuchar nuestros gritos desesperados, pidiendo ser salvados de lo que estuviera a punto de suceder.
- ¡No por favor!, se lo juro, ¡ nunca hablaremos de este lugar! ¡ por favor, no nos hagan daño! ¡ se lo suplico! ¡ ayúdennos por favor! - El público parecía estar aún más deseoso del espectáculo al oír nuestros lamentos.
Nos pusieron unas esposas que engancharon a unas cadenas que colgaban del techo. Unos cuantos hombres tiraban de una de las cadenas detrás de nosotros, lo que hacía que nos fuéramos elevando, hasta levantar un palmo del suelo. Nos amordazaron.
-¡ Señoras y señores!- Dijo el cocinero, mientras sacaba un enorme cuchillo brillante y afilado de un maletín. Prosiguió. - Me gustaría presentarles a esta magnífica pareja de carnes jugosas y maduras, deléitense con sus muslos...- Pasó su afilado cuchillo por nuestros tejanos y de un tirón nos los arrancó.- Admiren la delicada carne sobre las costillas de Lara...- Continuó el cocinero, haciendo lo mismo con la camisa de mi mujer que con los pantalones. Los pechos de Lara quedaron al descubierto.
Un sonido mudo salía a través de la cinta que cubría mi boca. La desesperación se escapaba por mis retorcidos movimientos, intentando escapar, intentando ayudar a mi mujer...
Uno de los camareros colocó una mesa y una silla especialmente preparada, con flores frescas y una elegante cubertería. Plato de porcelana reluciente y una copa de vino perfectamente servida.
- ¡ Querido público!, ¡ Con todos ustedes...¡ Madame Francis!- Presentó fervientemente el cocinero.
Una señora muy elegante de unos sesenta años se sentó en la silla que le acercó con soltura el camarero. Las manos de Madame cogieron la servilleta, colocándola suavemente sobre sus piernas con movimientos estudiados, parecía proceder de clase alta. Algunas partes de su rostro se dejaban ver entre la penumbra, destacando facciones afiladas y rígidas, con un cabello perfectamente recogido y la sobriedad que la caracterizaba.
Un gesto de Madame Francis indicado hacia mi mujer, hizo que el cocinero asentara la cabeza y se dirigiera a Lara con mirada deseosa e invasiva. Sacó una jeringuilla de su bolsillo y se la puso a Lara en el cuello. Lo que inmediatamente provocó que mi mujer quedara totalmente inmóvil pero consciente.
El resto de la gente comenzó a sentarse, sin quitar sus ojos de mi esposa. Yo seguía revelándome inútilmente...
El cocinero pasó su nariz por los muslos de mi mujer, se incorporó, y despacio comenzó a cortar la pierna, sacó una rebanada, la puso sobre una madera colocada a modo de exposición para su público más importante; Madame.
La sangre goteaba sobre el plástico emitiendo el sonido de la lluvia, que retumbante se metía en mi cabeza, arrastrándome a la locura.
Una vez le quitó la piel y las partes indeseadas, lo sirvió con orgullo a Madame, que delicadamente cortó un trozo y lo introdujo en su boca, deleitándose al masticarlo. Con otro sutil gesto, indicó que podían servir al resto.
Esa noche, dieron de cenar abundantemente a su público. Un público que llevaba en sus entrañas almas atrapadas, torturadas y engañadas. En un lugar que dejaba un rastro de delitos que quizá, no sean descubiertos jamás... Y es posible que el próximo invitado a una suculenta cena, sea usted...
-FIN-

RaquelPlaza

 


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