El cubil del dragón. Capítulo 02: El cubil

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Los enormes y penetrantes ojos del color de la sangre de Balzathar se abrieron despacio. Detrás de la rugosa membrana transparente sus pupilas rasgadas se dilataron al máximo escrutando con detenimiento la espesa negrura que lo envolvía todo. Movió la cabeza de manera cansina, casi imperceptible, primero a un lado y después a otro y sus fosas nasales olisquearon con detenimiento la quietud del espeso aire. La gigantesca estancia que en anteriores y felices tiempos albergara el bullicioso salón del trono del rey Morglin II estaba absolutamente vacía. Abrió un poco sus fauces y unas gotas de saliva se escurrieron entre sus enormes y amarillentos dientes fundiendo la dura roca allí donde cayeron y produciendo un pequeño chisporroteo que iluminó de manera sutil el enorme colchón de monedas de oro y otras joyas y riquezas de lo más variado sobre el que descansaba.

Hacía bastante tiempo que no ingería bocado, pero la última comida fue considerablemente copiosa como para tener hambre. Esto, unido a que permanecía en estado de hibernación, hacía que no tuviera ninguna necesidad de alimentarse, al menos, de momento.

El dragón agudizó aún más sus sentidos, extrapolándolos más allá de los muros de la fortaleza enana, percibiendo la suave pero fría brisa nocturna procedente del norte. El movimiento de los abetos negros que comenzaban a perder lentamente sus hojas anunciaba que la llegada de la estación de las nieves era una realidad y dentro de algunas semanas la nieve lo cubriría todo con su espeso manto blanco.

Percibió también el torpe deambular de los escasos grupos de enanos que habían escapado con vida de su ataque a la fortaleza. Asustados, heridos todos en su orgullo por haber perdido el que fuera su hogar y el de sus ancestros y muchos malheridos también físicamente, casi todos morirían congelados a causa de las nieves o de hambre por la falta de alimento. Los pocos que consiguieran sobrevivir no serían una amenaza seria como para ser tenida en cuenta.

Balzathar extendió su enorme lengua bífida y se humedeció el hocico antes de volver a dormirse plácidamente en la seguridad de su nuevo y cálido hogar.

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