Mi vecina Vicky. ¿Cliché? (Cuarta parte)

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Un empujón y la puerta cerrando a mis espaldas tan rápido que no pude evitar sentirme sorprendido por la rubita que estaba algo más que enfadada / excitada. Pocas veces la había sentido así, pocas veces podía ver lo que sus ojos exigían. Pero mi curiosidad rebasó mi sentido de auto seguridad y la dejé ser por un momento, la agresividad que su respiración y sus besos arrebatados estaban por pasar a un plano un poco más... físico.

Me tenía en una posición privilegiada ya que poco podía hacer teniendo la pared a mis espaldas y sus tetas presionando mi pecho. La primer señal que guió el camino que tomarían las cosas fue la palma de su mano totalmente extendida en mi entrepierna, su mirada clavada en mis ojos, mi boca entreabierta, y la inexplicable habilidad de no soltar un gemido de dolor y sorpresa por semejante apretujón con toda la alevosía que la situación podía brindar.

 

—Me vas a follar ahora cabrón.

—...

—¿Qué pasa? ¿Te has quedado sin palabras? ¿El machito que me hizo tocar la puerta de la desconocida se marchó?

 

Eso me dolió aún más. Pero no podía quedarme a medias, si voy a despertar el demonio que trae dentro, vale más hacerlo bien.

 

—Dianita, cuánta agresividad. ¿Sabes que esto me lo voy a cobrar y muy caro? —Dije intentando recuperarme de mi actual posición.

—¿Ah sí?

 

Me devolvió el reto empuñando su mano.

 

—Uff. Ahh. Tranquila Dianita.

—Sabes que odio que me digas así.

—Bien, bien. ¿Cómo quieres que te diga entonces?

—Que me digas que me vas a follar como un jodido cabrón. Que me vas a meter esto con todo lo que tienes.

—¿Esto?

—Esto, cabrón. El pedazo de verga que ya ni tú te puedes aguantar.

 

"¡Eso!" —la voz de la victoria se hacía presente en mi cabeza.—  La tomé de sus muñecas, se las apreté que pude ver un leve cambio en su expresión la cual hasta hace unos minutos era todo control y dominio. Las puse detrás de su espalda y le susurré al oído: "Ahora sé buena y mantenlas ahí" acompañado de un cálido lametón en el cuello. Inmediatamente después, postré ambas manos en el filo de su escote y las separé hacia los lados tan rápido que el sonido que hacía la tela de su blusa cediendo ante la fuerza del jalón fue música para mis oídos. 

 

—Lo siento, sé que era de tus favoritos —Dije acompañado de una risa cínica.

—Vale más que hagas que valga la pena.

— Ya lo verás...

A punto estaba de dar el último jalón para que el pedazo de tela terminara de ceder, pero su gesto, sus mejillas rojas, su pecho yendo y viniendo hacían juego perfecto con el trozo de tela ahora inservible, así que preferí que lo conservara.

—Tu cuello es tan... delicado. Es curioso que me cause tanta ternura, teniendo en cuenta todo lo que quiero hacerte.

—¿Amor? —dijo pretendiendo destantearme.

Seguí recorriendo con mi lengua su cuello, el lóbulo de su oreja, su hombro e hice especial énfasis allí. La primer marca de la tarde se hacía presente. Eran mis dientes marcados en su piel pretendiendo dejar huella permanente en ella. Su gemido me dejó ver lo dispuesta que estaba a soportar tanto como deseara. Con lo que hace unos minutos era parte de su vestido, rodeé su cuello y tiré con fuerza del trozo de tela sacándole un delicioso gesto de sorpresa.

 

—¡Mírame!—Imperé mientras mi mano recorría su escote y bajaba por su estómago, su vientre y se inmiscuía debajo de sus bragas y abarcaba sus labios vaginales con la palma de la mano extendida. Mi dedo medio era protagonista de un tortuoso juego en ese camino húmedo que dibujaba su sexo.

Su cara se desfiguró de la más exquisita manera al abrir paso dentro de ella de manera repentina.

—Mírame!— Repetí en el mismo tono mientras que recibía una mirada retadora, pero dispuesta. Su boca entreabierta, predispuesta a reaccionar, anticipando mi próximo movimiento y su cara pintada de rojo gracias a la presión que ejercía en su cuello me dejaban el paso libre para llegar aún más lejos.

 

Liberé su cuello no por piedad, sino por deseo de sentir su piel con la mía propia, abarcar su cuello de esa manera me hizo perder el control por un momento e instintivamente arremetí contra ella empujando mi cuerpo contra el suyo de forma animal. Una vez, otra vez, otra y otra y otra emulando a la perfección el vaivén de quienes se quieren hacer pedazos entre sí pero con la prisión que sus ropas (o los restos) representan para ambos.

 

Poseída por el deseo se liberó de la presión de mis manos y en un hábil movimiento sacó mi cinturón, desabrochó e inmediatamente bajó mi pantalón. El sólo hecho de recordarla sobre sus rodillas, mirándome fijamente a los ojos con un gesto que sólo una mujer cabrona que se sale con la suya puede ofrecer. Abarcándome entero con su boca, devorándome en repetidas ocasiones, sujetándome de las nalgas tirando de mí hacia ella como si quisiera avanzar más retándome para probar sus propias capacidades. El compás que marcaba ese característico sonido de mi falo recorriendo el camino que me dictaba su lengua era tan delicioso que estuve a punto de arruinar la fiesta de no haberla sentido ponerse de pie repentinamente.

 

—¿Hace cuanto que no te daban una mamada así? Que no te dejaban con la verga palpitando como lo hace ahora.

 

La apretó fuerte y mis piernas reaccionaron de manera dócil, lo que me jodía en realidad.

La conozco y sé que esta es su particular forma de declararme la guerra, mi cabeza de inmediato ideó un par de cosas que estaba seguro podrían resultarnos divertidas...

 

Continuará...

 R.


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