De como El Piru era diferente y monologaba

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Capítulo 1: De cómo El Piru era diferente y monologaba.

Hoy en día El Piru, sería un chico "cool"; diferente, bohemio y original; pero en los 80 simplemente era un tipo raro despistado, con pajaritos en la cabeza. Alfredo, que así se llamaba, tenía un aspecto normal, acudía a un instituto normal, su expediente era normal y sus cualidades físicas en el frontón eran normales tirando a buenas; pero en su cabeza las cosas no eran del todo "normal", o por lo menos no tan normales como las de todos sus amigos.

Por dentro El Piru se movía a otra velocidad, de grandes ojos verdes, casi siempre cabizbajo, no por vergüenza sino por no mostrar su mirada profunda, por disimular su gusto por observar todo lo que le rodeaba, de hecho una de sus aficiones favoritas al salir de clase, era sentarse en un banco de una calle muy transitada o pasear muy lentamente observando a todas las personas que pasaban cerca imaginando su vida, su situación, sus problemas, construyendo con caras anónimas historias imaginarias en su cabeza. Era capaz de pasar horas enteras observando, absorto, sin perder ningún detalle de todo lo que se movía a su alrededor. Las chicas decían que era atractivo, que resultaba interesante su silencio, su mirada perdida; de cabellos rubios ondulados, casi rizados peinado a un lado con raya, patillas largas en forma de hacha; hombros, brazos y manos robustas delataban que pasaba muchas horas jugando a pelota.

Buscaba la soledad, leer, perderse en lo leído, masticarlo, digerirlo y absorber la esencia del mensaje. En aquellos años de cultura incipiente se las ingeniaba para conseguir buenos libros, generalmente traducciones de grandes éxitos de antropología, sociología o psicología de la época, España se estaba abriendo a otras culturas en la transición y Alfredo era nuestra punta de lanza, un adelantado, probablemente había nacido 30 años antes de lo que debía. Tenía preparados algunos discursos con los que hacerse escuchar cuando la ocasión lo requería; no era normal encontrar oradores cultos con ideas propias entre chicos de 17 años, pero El Piru lo tenía todo preparado, esperaba callado el momento más propicio para soltar algún monólogo-reflexión, pasaba del silencio y la observación del entorno, a lanzar el mensaje completo a toda la audiencia con la intención de cautivar con ideas y planteamientos novedosos.

- ¡No! -alzaba la voz ante todo el grupo para conseguir ese instante de sorpresa y silencio- ¡Repito! ¡No estoy de acuerdo! El cerdo no es cerdo por naturaleza. El cerdo es un animal que da su vida por el hombre, del cerdo aprovechamos todo, absolutamente todo; el cerdo nos alimenta y abona nuestros campos desde el principio de los tiempos. Cuando llamamos cerdo a alguien para sugerir que es alguien sucio, ¡estamos ofendiendo al cerdo! Al animal que nos alimenta, que nos entrega su vida. Insisto, el cerdo no es cerdo, la pocilga del cerdo está sucia porque el hombre no la limpia, el cerdo ni siquiera suda, no tiene glándulas sudoríparas, no emite olor desagradable. Compañeros, estamos equivocados, el cerdo no es cerdo, el cerdo es un amigo; así que por favor no desprestigiemos al pobre animal comparándolo con asquerosos seres humanos. ¡Viva el cerdo! ¡Larga vida a los cerdos!

Puede que el grupo no entendiese el mensaje, o tal vez ni él mismo, pero llamar la atención la llamaba, y las chicas le miraban pensando que este muchacho de ojos tristes era diferente. Primer paso dado, destacar.

A la mínima oportunidad que la conversación grupal generase se lanzaba a soltar el segundo minidiscurso:

- ¡El imperio Yankee nos ha invadido! Estamos en contra de ellos, nos creemos libres de su cultura, pero la realidad es que estamos subyugados a sus caprichos. Tenemos sus bases militares en nuestro suelo, sus industrias controlan nuestra vida, dependemos de ellos, vestimos su ropa, sus pantalones, bebemos sus refrescos, escuchamos su música, vemos sus películas, comemos sus hamburguesas basura; ¡nos han absorbido lentamente!, hemos abandonado miserablemente nuestras tradiciones y cultura milenaria para abrazar al colonizador, hijos de nuestros conquistadores; todo, para alimentar su estómago capitalista insaciable. ¡Nuestra legión es mejor que sus boinas verdes, y estamos invadidos! Fuera de aquí, tenemos nuestro orgullo y nuestra cultura.

A partir de aquí se convertía en el centro de las conversaciones más serias, había ascendido al estatus de filósofo-patriota-pensador; a ellas les gustaba, comentaban: El Piru es el único con el que se puede hablar, y es bastante guapo.

Medio trabajo hecho, ya sólo le faltaba dar la estocada final, le bastaba con mantener la calma y esperar un cruce de miradas un poco más largo de lo normal; ese era el momento de soltar su tercer monólogo archipreparado:

- ¡Sé guionista de tus sentimientos! - Esta frase soltada con seguridad e ímpetu mirando a los ojos de una adolescente de la transición la descolocaba por completo-. ¡oh Dios mío, el inteligente chico de los ojos tristes me está hablando a mí! - pensaba por un segundo la ingenua-, y El Piru continuaba, esta vez vocalizando mucho, hablando más bajo, más lento, inspirando entre frases muy pausadamente; lo había conseguido, ya era el centro de atención.

- No me gusta el cine, odio que nadie controle mis emociones; no quiero sentir miedo a través de personajes de ficción, quiero vivir el miedo, que algo real me asuste. No quiero ver un bosque en la pantalla, quiero oler un bosque paseando entre sus árboles. No quiero ver nevar, quiero sentir frío bajo la nieve. No quiero ir a una sala de cine a sentir odio, o amor, o libertad; ¡quiero sentir! ¡quiero hacer sentir! - y bajando la voz todavía más, mirando a los ojos de la presa elegida- . No veas una historia de amor, que no nos cuenten como se siente el amor, vivamos el amor, hagámoslo. Sé guionista de tu pasión.

El león es el rey de la selva, el mejor dotado para la caza, y acierta el 20% de sus ataques, El Piru era el león, y obtener un 20% de presas en los años 80 era ser un campeón de campeones entre su grupo de amigos. En la mayoría de las ocasiones el trofeo de El Piru consistía en un par de citas con charlas agradables de temas transcendentales, sin derecho a roce; aquellos años eran así. Pero Alfredo, El Piru, un adelantado a su tiempo, jamás contaba nada a sus amigos de aquellas citas, a pesar de las insistentes preguntas e insinuaciones medio en broma medio en serio de cómo había discurrido el plan, El Piru siempre decía:

- No digo nada, un hombre es un hombre.


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