La paz del cementerio

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Era un hombre llamado Manolo, que había nacido en aquella casa, que antiguamente había pertenecido junto a todas aquellas tierras a la iglesia y allí envejeció, en el lugar, que sus padres habían arrendado cuando eran unos jóvenes a los descendientes de un señor, que a su vez, hacía algún siglo, comprara todo aquello al estado, al serle expropiado a la iglesia.

Y como toda iglesia tiene su cementerio, Manolo, primero de niño, luego de joven y más tarde de mayor, que estaba tan acostumbrado a tener el cementerio cerca de la casa en donde vivía y al estar rodeado por las tierras que trabajaba, nunca tuvo reparo a pasar junto a él, o cruzar de noche por el medio si lo necesitaba y nunca tuvo miedo de que le pasara nada, además decía muchas veces a los vecinos: ¿Quién mete miedo, son los vivos, pues los muertos no dan miedo a nadie?

El tiempo pasó y a Manolo en poco tiempo se le murieron sus padres ya muy mayores y para él, fue un golpe muy duro, sobre todo cuando se le murió el último, que fue su padre, que luego cuando pasaba por el cementerio solo, fuera de noche o de día, sentía una gran impresión al saber que sus padres estaban allí enterrados.

Hasta que una noche, que le cuadró pasar por cerca del cementerio, vio que había un hombre metido entre las lapidas y con toda decisión fue a mirar a ver quién era, pues un muerto no podía ser el que estaba allí moviéndose. Estando llegando a aquella figura, que en la oscuridad parecía un hombre; alguien por atrás, le puso una mano en el hombro, que le hizo darse la vuelta y lo que vio fue un esqueleto de pie, riéndose con la boca llena de dientes y su reacción fue la de dar un grito, con el que despertó a su mujer, que le movió en la cama, al mismo tiempo que le decía: ¿despierta Manolo que estas sudando y temblando de la pesadilla que tienes? Manolo despertó. Pero desde esa pesadilla, ya nunca más pasó tranquilo por el cementerio. Aunque en la realidad, allí nunca vio nada.


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