El autoestopinguista

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Estaba anocheciendo cuando me encontré con el autoestopinguista, antes de parar, miré por el retrovisor y me cercioré de que mi hijo Jorge estaba profundamente dormido, parece mentira que ya haya cumplido los doce años, como crece el condenado.

El caso es que paré, no sé por qué, no suelo hacerlo por lo que pueda pasar, pero esta vez me salté mis normas, igual fué que el joven autoestopinguista, de unos 20 años de edad, me recordó a mi juventud, o tal vez me dió el puntazo, da igual.

El joven, que resultó llamarse Raúl, había pasado en Jaca el fin de semana con unos amigos y había perdido el autobús para Huesca. Supuse que el pestazo a marihuana que portaba, podía tener algo que ver con la pérdida de dicho medio de transporte y que contribuyó en gran medida a que el chaval se quedase sopa a los pocos kilómetros de nuestro viaje hacia el sur.

Este hecho me llevó a preguntarme por qué hay gente que sube a la montaña, con la excusa de respirar aire limpio, para llenarse los pulmones de humo y embotarse el cerebro a base de thc, otra gran incógnita de la humanidad.

Ya era de noche cuando paramos a repostar, quedaban pocos kilómetros para el destino de Raúl y algunos más para el nuestro, pero el coche necesitaba combustible y yo cafeína.

Estaban los dos dormidos como un zapato, así que pasé de despertarlos, llené el depósito entre bostezos y rascadas de huevos, entré en la tiendecita y compré una de esas bebidas energéticas con grandes dosis de sustancias tóxicas, dos botellas pequeñas de agua por si los angelitos se despertaban con sed y me dirigí a la caja.

-Serán cincuenta y ocho euros con cuarenta y cinco, ¿le apetece una caja de naranjas?. -dijo la amable cajera.

¿Para qué cojones voy a querer yo una caja de naranjas ahora pánfila?, pensé.

-No gracias, muy amable.- contesté.

- ¿Un decimito de lotería?, ésta es de la que toca. -Insistió la cajera.

Deme todos los décimos que tenga ahora mismo, si los acompaña con una declaración jurada y por escrito donde diga que va a tocar, así si no toca, la denunciaré y haré que se pudra en la cárcel por maldita estafadora. Ésto sólo lo pensé, pero me dije que lo escribiría, me hizo gracia, seguro que jamás lo escribo.

-No gracias señorita…

-¡Señora!

-¿Qué?.

-Que soy señora, no señorita.

-Ah…. Pues no, no quiero nada más, no quiero absolutamente nada más gracias.- Dije haciendo especial énfasis en absolutamente nada.

Salí de la tienda con cincuenta y ocho euros con cuarenta y cinco menos, sin naranjas, sin lotería y sin ganas de que me tocasen los cojones.

Cuando llegue al coche, Pedro no estaba, pero Jorge sí, con los ojos entreabiertos, uno más que otro.

-¿Dónde está Pedro?.-pregunté flipando.

-¿Quién?-contestó Jorge mientras se frotaba los ojos.

-Raúl, ¡quién va a ser!.-dije.

-Has dicho Pedro.- me corrigió mi hijo.

-He dicho Raúl…bueno el chico que había aquí, ¿dónde está?.-dije mientras empezaba a irritarme.

-No sé…, se ha ido.-Contestó Jorge dubitativo.

Aquí viene cuando me cabreo de verdad, la cajera no ha tenido nada que ver con el motivo, quizás si con el nivel de enfado, porque venía con las pelotas tocadas de la tienda, pero desde luego no con el motivo.

-¡Lo has vuelto a hacer!- grité desaforadamente a mi hijo.

-No papa, te lo prometo.- se defendió Jorge mientras se tapaba la cabeza con las manos, como si fuese a pegarle, cosa que jamás haría, aunque a veces no me falten ganas.

-¡Sí!, lo has hecho.-dije con voz de ultratumba y los ojos desorbitados.

Jorge se quedó mudo.

Abrí la puerta del copiloto y empecé a buscar rastros, encendí la luz interior del coche, acerqué mi cara a escasos centímetros del asiento y ahí estaba la prueba.

Dos minúsculas gotitas en la tapicería de ínfima calidad de mi coche. Las toqué con la yema del dedo índice. Estaba claro, sangre fresca.

Apagué la luz, cerré la puerta y subí a mi asiento, arranque y puse kilómetros de por medio.

Pasados unos minutos ya estaba más calmado, era el momento de reprender a mi hijo por lo que acababa de hacer.

-Hijo. ¿Qué has hecho con el cuerpo?. Sabes que a papá no le gusta que dejes por ahí tirados los cadáveres.- pregunté, afirmé y reprendí al mismo tiempo.

-Es que…- dijo Jorge a la par que sorbía mocos.

- ¡Es que, qué!. ¿A ver, qué?- cacareé yo.

- Es que…su aroma…, no sé qué paso para…ese aroma me dio mucha hambre, tenía mucha hambre y me lo comí entero.

Joder, pensé, ahora me comería una naranja.


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