Llegamos a la puerta de su colegio después de un mes fuera de casa, huyendo y sin señales, para el ansiado reencuentro, algo mágico con lo que soñamos todos los días en las camas de aquellos hostales de mala muerte en carreteras oscuras de lugares perdidos. Aparcamos en la parada del autobús que vigilaba el edificio y esperamos hasta que se abriera la puerta. 10 minutos. La puerta bostezó después de un largo día reposando y allí salieron ellas, resplandecientes como siempre y como nunca. Apoyamos los cascos sobre los asientos y, justo cuando íbamos hacia ellas, Dios nos pegó con el látigo. Lo que había parecido amor verdadero era sólo una simple ilusión que el viento hizo volar, y allí quedó demostrado que el tiempo se queda lo bueno. Las dos, besándose con otros. Así que volvimos a las motos, con soldados del Enfado golpeando nuestra cabeza, arrancamos, y fuimos directos hacia el ansiado paraíso celestial. Bum!