Cinceladas

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Lucy y Horacio se enamoraron a simple vista cuando los presentaron en una galería de arte sita en Edimburgo, donde residían. Luego de un devoto y largo noviazgo contrajeron un enlace que originó muchos comentarios por su suntuosidad y extravagancia.

        Un año después comenzaron a llegar los vástagos: una niña y después un varón. Al sexto año de casados, Nilda, una alumna casi adolescente, despertó en Horacio una irrefrenable comezón. El atelier de él, se convirtió en su nuevo hogar…

        Horacio se olvidó de Lucy, su cónyuge… y de sus amados hijos. Cuando el lógico y controvertido divorcio concluyó: Horacio cedió una parte relevante de su patrimonio... Su mujer, con sus hijos, se mudó a Londres donde residían sus progenitores. No muchos meses después Horacio y su nueva pareja siguieron los pasos de Lucy: se mudaron a la capital de las Islas, donde la suerte volvió a sonreírles. Los negocios surgidos del arte, les proporcionaron notorio bienestar.

        El tiempo siguió su curso sin más ni más. Mas un sábado otoñal, cuando oscurecía y la niebla se adueñaba de la capital inglesa, los ex suegros de Horacio resultaron heridos cerca de la Plaza Russell…

        Cuatro sábados después, a pasos de la Universidad de Londres, herían a Lucy… Al llegar tales novedades a la Redacción del matutino The Guardian, la noticia ganó la calle. En una editorial sabatina, de manera hiperbólica, se comparaban los aludidos episodios con las andanzas criminales de 1888, registradas en el modesto Barrio de Whitechapel, y a cuyo presunto protagonista se le llamó “Jack el Destripador”.       

        Cuando se cumplían ocho sábados del ataque a Lucy, a la guardia nocturna del Hospital Policial llegaba con heridas leves, el Investigador que andaba siguiendo los rastros de Horacio y que, ¡vaya ironía!, no llegó a ver el rostro del agresor.

        Como consecuencia de ello, los medios de comunicación instalaron el pavor en la psiquis de la comunidad londinense. En los copetes de la mayoría de los diarios se leía:

        “Cuatro personas atacadas con un cincel en la región glútea, y siempre al oscurecer de un sábado de cerrada neblina... y aún seguimos sin siquiera una suposición sobre quién sería el autor de tan pervertidos hechos…”.

        Las sospechas y las hipótesis de Scotland Yard, carentes aún de pistas sólidas, recayeron sobre Horacio... y así, una comisión policial irrumpió en su atelier situado en el céntrico Barrio de Chelsea...

        Allí… Nilda restañaba una línea de sangre en los lacerados glúteos de Horacio, que, muy dolorido, yacía boca abajo sobre una cama matrimonial…

Juan José Retamar

     

          

     


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