EN SU PAPEL-PARTE 15

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-  Bien, ¿dónde vamos hoy?

-  A ningún sitio, me quedo aquí, pregunta a Juan

-  ¿Juan? Madre, pues si nuestros clientes tienen que fiarse de él pobres, no tiene muy buen ojo clínico que digamos. Tú le das cien mil vueltas, por algo eres quién asiste a las entrevistas

-  Habrá que darle un voto de confianza, sino no aprenderá nunca. Yo, de momento, no estoy de humor

-  Y yo sé cómo poner remedio a eso. He quedado con mi hermana y unos amigos para cenar, ¿te apuntas? Por favor, te ruego que antes de tener el impulso de negarte te lo pienses, seguro que nos lo pasamos bien. Además, le he hablado mucho a mi hermana de ti y tiene unas ganas locas de conocerte

-  Espero que le hayas hablado bien. Está bien, acepto. Tienes razón, necesito tomar aire. Y ahora, si me disculpas, voy a trabajar un poco y tú tendrías que hacer lo mismo

Se levantó y se dirigió a su despacho. Cuando vio la mesa y observó todo el papeleo que tenía delante un poco más y le entraron ganas de volver a irse. Por lo visto en su ausencia nadie había querido ponerse en su papel.

Venga Amelia, se dijo, que tú puedes con esto y con lo que te echen. La verdad es que no lo dijo muy convencida, pero tenía que creer en sí misma. Tenía gracia, ella quién ayudaba a los demás a deshumidificar las mentes era quien ahora necesitaba que alguien quitara la humedad de la suya. Pensó en la cena que le había ofrecido Maite minutos antes, no le apetecía en absoluto y más teniendo en cuenta que como bien le había dicho su compañera era en parte para saciar la curiosidad de su prestigiosa hermana abogada. Aún estaba a tiempo de levantarse, volver sus pasos hacia donde se encontraba Maite y donde dije digo,  digo Diego.

Mientras meditaba sobre el particular se acordó de Samuel. ¿Cómo estaría? ¿Habría encontrado ya empleo? Ojalá fuera así, le deseaba lo mejor, pero al mismo tiempo ansiaba lo contrario. Solo las entrevistas de trabajo le permitían si la fortuna sonreía que se cruzaran sus caminos. Bien, o eso, o que la cacharrería que tenía como vehículo volviera a hacer de las suyas y que la suerte pusiera a Samuel en el sendero. Pero no pudo pensar mucho más porque fue interrumpida por su jefe.

-  ¿Puedo pasar?

-  Ya está usted dentro, por si no se ha dado cuenta. Dígame.

-  No es necesario que seas tan antipática Amelia. ¿Cómo te encuentras? Te veo mejor cara, pero no se…

-  ¿Qué no sabe?

-  Ni yo mismo se decirlo. Oye, si necesitas unos días más ya lo sabes. Todo sea para que luego vuelvas con más fuerza. No me fio de tu sustituto, ¿sabes?

-  Mire, una tampoco nació enseñada. El sol todos los días cede el brillo de sus rayos a los de la luna. Mi compañero aprenderá, como lo hice yo y como lo hemos hecho todos ¿Usted acaso nació sabiendo ya la biblia en verso? Montar en bicicleta al principio cuesta, te pegas unos cuantos batacazos, pero al final logras dominar el manillar. A mi compañero le pasará lo mismo, haga el favor de tranquilizarse. Además, ¿y si yo falto algún día? Y no me refiero de forma esporádica como esta vez.

-  No pretenderás dejarnos. Vamos, no nos hagas esa faena ni en broma, eres la mejor baza de esta asesoría.

-  Gracias por el cumplido. De momento no, tranquilícese, pero no crea que no lo contemplo en un futuro. No hay que cerrarse puertas. Y ahora, si no quiere nada más, debo poner todo esto en orden.

-  De acuerdo, te dejo, volveremos a hablar más adelante.

La jornada de trabajo terminó como quién dice en un suspiro, entre ordenar unos documentos por aquí y otros por allá se hizo más llevadera. También se entretuvo leyendo correo atrasado que tenía y mucho y respondiendo al mismo. Una vez hubo acabado con todo se levantó y se dirigió a su compañera.

-  ¿Has acabado?

-  Perdona, pero no todas somos tan eficientes como tú, necesitaría tres o cuatro vidas para finiquitar esto. Y eso teniendo en cuenta que cada mañana me traen cosas nuevas es imposible.

-  Muy graciosa. Me refería a lo de hoy, ¿o te crees que he dejado la mesa vacía e impoluta? Ni que fuera el mayordomo del anuncio oye.

-  Tu sentido del humor es admirable, así me gusta. Verte así me pone muy contenta de verdad. Bueno, está bien, iré recogiendo que si no llegaremos tarde. ¿Qué te parece si te recojo alrededor de las nueve? He hablado con Raquel, me ha dicho que han reservado en el italiano que está al lado del centro comercial.

-  ¿Ese que han abierto nuevo no hace mucho?

-  Ni idea. Solo sé que mi hermana me ha dicho que se come muy bien y a muy buen precio y teniendo en cuenta lo exigente que es Raquel me lo creo. Bueno, si he de ser franca del todo, lo primero porque lo segundo tengamos en cuenta que su monedero no es el mismo que el mío. Pero oye, un día es un día.

-  Di que sí. Bueno me marcho, a las nueve en la puerta de mi casa, ponte guapa.

Eran las nueve menos veinte cuando Samuel salió a la puerta de su casa para esperar a César.  Habían quedado a menos cuarto pero no quería hacer esperar a su amigo y menos a esas horas que encontrar estacionamiento era una lotería. La verdad es que mientras esperaba se vio tentado a llamar anulando la cita, en ese instante no le apetecía mucho salir y es que la compañía de la soledad hace que se unan la mayoría de las veces pensamientos a tu alrededor y no buenos precisamente.

Pero justamente cuando iba a poner la mano en el bolsillo para sacar el móvil, vio a lo lejos el utilitario de César. Demasiado tarde, tenía que haberlo pensado cinco minutos antes. Aunque por otro lado no quería hacer un desprecio a su amigo que tantas molestias se estaba tomando. Desde luego, la cosa era complicada, a veces deseaba que otra persona estuviera en su papel.

- Hola Samuel. Venga, sube al coche que llegaremos tarde.

- Vamos perfectamente de tiempo, hemos quedado a las nueve.

- Y ya son menos cuarto.


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