EN SU PAPEL-PARTE 16

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Se abstuvo de responder e hizo caso a su amigo. Llegaron al italiano pasados unos minutos de las nueve, entregaron sus abrigos al personal que se encontraba allí responsable de ese cometido y se dirigieron a una mesa de un rincón de forma ovalada donde ya les estaban aguardando Raquel, Amelia y Maite. Sandra aún no había hecho acto de presencia pero lo atribuyeron a que tenía que dejar a los niños a buen recaudo. Samuel se preguntó si dejarlos con Santiago era una buena idea. No acababa de fiarse de su todavía cuñado, no hacía más que pensar que utilizaría sus cartas como arma de doble filo. Ese "tranquila, no me importa quedarme con mis hijos, tú disfruta" que le manifestó su hermana que le había dicho Santiago al pedirle el favor para ella poder reunirse con ellos se transformaría en el día del juicio en vete a saber qué. Menos mal que su abogada había sido inteligente (ser la mejor o de las mejores no era en balde) y le había aconsejado no eliminar bajo ningún concepto absolutamente ninguna conversación mantenida con su aún pareja.

Llegaron, se procedieron a las salutaciones de rigor y se sentaron. El camarero les trajo la carta y éstos le pidieron una más puesto que faltaba un comensal. Sandra llegó prácticamente al momento y se acomodó a la derecha de Samuel, quedando César a su izquierda y enfrente las otras tres mujeres. Pidieron y mientras esperaban hicieron el pacto que quedaba total y absolutamente prohibido el tema trabajo.

- Mi querido César, cuatro a dos, ¿no tenías dos amigos más para que pudiera acompañarnos? Estamos en superioridad ¿verdad chicas? Espero podáis con nosotras...-dijo Raquel mirando a los ojos y esbozando una sonrisa algo picarona a su amigo.

- Tú tan graciosa como siempre-le respondió-Bien, tu teoría no acaba de ser exacta, te recuerdo que a Samuel y a Sandra les unen lazos de sangre.

- Ya que me nombras-dijo Samuel- te diré que me son indiferentes los lazos, nudos o como se llamen que nos unen unos a otros. Y me es indiferente porque no he venido con ningún otro propósito que no sea una cena y una charla en buena compañía.

- Me uno a tus argumentos hermano.

Pero qué poco sentido del humor de verdad. Y bien Samuel, por lo que nos ha contado Marta eres todo un entendido en mecánica, tendré que tenerlo en cuenta.

Samuel seguía sin dar crédito en lo concerniente a Marta (o Amelia, para ser exactos). Las casualidades habían querido que fuera íntima amiga de Maite, a veces el destino es así de juguetón. Pero, ¿existía de verdad la casualidad en esta vida? se preguntó.

- No hice nada del otro mundo, no es necesario me tires flores.

- Vamos, no seas modesto, ¿no es así Marta?

- Así es, si no hubiera sido por Samuel no se qué habría hecho.

Amelia se había vestido, maquillado y peinado como Marta sin dejar a la vista ningún ápice de su persona. Mientras se preparaba estuvo en la tentación de acudir a la cena dando la cara pero recordó a qué se dedicaba y vio que no era buena idea. Por supuesto, sabía que tenía solución, decir a una empresa donde él acudiera que era el candidato idóneo y el que reunía las características precisas. Teniendo en cuenta el prestigio que atesoraba su persona y las referencias de la consultora sería pan comido.De momento Samuel no sospechaba nada o, si sabía la verdad, no se había pronunciado al respecto. Al hablar con Maite y contarle lo que le sucedía ésta no pudo por menos que decirle que estaba cometiendo un error y que la vida se encargaría de pasar factura. 

- Que rico todo-dijo Maite-Desde luego la elección de este restaurante ha sido un acierto.

- Pues sí. Aunque a rico se podría añadir lo de saciante, ¡ya no puedo más!-respondió César.

- Sí, la verdad es que no es de esos sitios que te ponen la muestra.

Acabaron de cenar y se marcharon. Cuando estaban en la calle tanto Raquel como Maite sugirieron ir a tomar una copa. Samuel quiso manifestar su cansancio pero fue perder el tiempo.

- Ni se te ocurra dejarme solo con estas lobas o daré por zanjada nuestra amistad-le espetó César.

- ¿Lobas? ¿Cómo te atreves?- replicó Raquel- pero si somos la mar de mansas, ¿o no?-dijo mirándolas-Igual es de ti que debemos asustarnos. Quién sabe, igual Samuel no tiene que venir para protegerte a ti sino para salvaguardarnos a nosotras. ¿Qué opinas Samuel? 

La única opinión que en ese momento tenía Samuel era su deseo de que alguien estuviera en su papel.

- Me da que nuestro amigo ahora mismo está bastante falto de kriptonita. No creo que sea apropiado a llamarle si necesitamos a un hombre con capa-dejó caer el comentario Maite mirando a Raquel.

- Muy graciosa-replicó el aludido-¿Tu hermana siempre tiene ese sentido del humor?

- Ese y en algunos casos más. Bueno qué, ¿nos vamos? 

Amelia se encontraba esperándolas apoyada en el capó del coche escuchando la conversación. En efecto, Samuel estaba raro. Durante toda la cena solo le había dirigido la palabra en ínfimas ocasiones y todas ellas en respuesta a comentarios de Raquel o Maite. Se percató de que, en cierta manera, la evitaba y no pudo por menos de preguntarse si pese a que el disfraz que llevaba el día que se conocieron era lo suficientemente bueno y que simplemente habían intercambiado impresiones durante escasos cinco minutos no la habría reconocido. Pensó que habría hecho alguna manifestación al respecto, a no ser que al darse cuenta de que ella quería ocultarse, mantener un engaño, vivir en una mentira hubiera optado por callar con a saber qué intención. De momento no le dieron opción sus pensamientos a más, Raquel y Maite habían hecho ya acto de presencia y las tres se subieron al coche.

Mientras, César y Samuel tomaron rumbo hacia la discoteca a la que decidieron acudir para seguir con la velada. Cuando la relativa tranquilidad del tráfico lo permitió César redujo la velocidad y se dirigió a su amigo:

- ¿Y bien? ¿Me vas a decir qué te pasa? No era cuestión de que fueras la alegría de la huerta, ese papel de momento lo está interpretando a las mil maravillas Raquel, pero tampoco...ya me entiendes. Y pensar que la que por las circunstancias tendría que estar apenada es tu hermana.


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