RECORDANDO A MARÍA. Capítulo - 2º

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Entré en casa y tras saludar a mi esposa, le dije un poco en voz baja. – ¿Sabes que hay nuevos inquilinos en el piso de enfrente?-  Ella contestó, -Si, ya llevan más de una semana-  Haaa… no lo sabía, y tienen una hija que es… que tiene… bueno que es diferente. – Si, tiene el síndrome de Down – Su madre es muy agradable me estuvo contando que vivían en un pueblo cercano, pero allí no hay colegios especializados en esta enfermedad, y por eso se han venido aquí. Su marido trabaja de conductor de autobuses en líneas internacionales, y está mucho fuera de España, y aunque le han ofrecido un puesto para conducir autobuses urbanos, no quiere dejar su actual empleo ya que gana más y pueden pagar el colegio especializado que es muy caro. También tienen otro niño de ocho meses. Por eso la madre no puede trabajar. Yo me he ofrecido para que en caso de urgencia, me deje al niño un rato, mientras que resuelve sus cosas.

Al día siguiente, tras desayunar, ya me estaba preparando para salir al trabajo, cuando sonó el timbre de la puerta. Abrí y me encontré con la niña, que decía – ¡Vamos ya Alejandro, que llegamos tarde!-  La madre me dijo.. – Le ruego que la disculpe, pero lleva ya cinco minutos en el pasillo y se niega a irse hasta que usted no venga con nosotras, pues como sabe que para ir a su trabajo pasa por delante del colegio.

Yo le dije que no se preocupase, que ya me iba, y salimos la madre con su hijo pequeño en un carrito, María con su mochila de ruedas y yo, llegados al colegio, me despedí y María me dijo.. ¡Hasta la noche.. Trabaja mucho!  Y me marché al trabajo que estaba tres calles más allá, con una leve sonrisa, al recordar la desenvoltura de esa niña y sus gafitas.

Esta situación se repitió día tras día, y mi esposa bromeaba diciéndome cada mañana, date prisa, que estás haciendo esperar a la pequeña, pues era más puntual que un reloj suizo.

Unos tres meses más tarde, no escuché ruido alguno en el pasillo, y cuando salí no estaba ni la niña ni la madre. Me fui preocupado al trabajo, y en cuanto regresé a casa le pregunté a mi esposa si sabía algo. Ella me dijo que sí, que había hablado con la madre y que estaba bastante acatarrada, y temían pudiera derivar en bronquitis. Me volví a poner el abrigo y salí a la calle, entré n una juguetería cercana y compré una preciosa muñeca, y la embalaron con un lindo papel. Luego fui a la pastelería y compré media docena de pasteles. Con todo ello, regresé a casa y llamé a la puerta de María. La madre me abrió, y me dijo - ¡Que contenta se va a poner María!, ya ha preguntado cinco o seis veces por la hora, y le ha extrañado que no venga usted a visitarla. -   Me hizo pasar a un pequeño pero precioso dormitorio, y allí en su cama, estaba ella, sin sus gafitas, y al verme se dio la vuelta con una mueca de enfado, y haciendo “pucheros” me dijo.. ¿Por qué no has venido antes a verme?  - Yo le dije, es que no sabía que estabas malita, y cuando lo he sabido, he ido a comprarte una sorpresa, pero si no la quieres.. se la puedo dar a otra niña. – Estas palabras fueron mágicas, y sentándose en la cama dijo…  ¡Siiiii, si la quiero!... ¿Qué es? -  Cuando vio la caja con tan lindo papel, lo deshizo cuidadosamente, y al aparecer la muñeca, su carita se le transformó como la noche al día, durante dos o tres segundos, no supo lo que hacer, y de golpe, sacó la muñeca, tomo sus gafitas de la mesita de noche y exploró cada centímetro de la muñeca, su cara era un jardín de alegría, y entre gritos, y alborotos, se puso de pie en la cama, con su pijama de florecitas, y sin soltar la muñeca vino y me rodeó el cuello, y alternaba los besos uno para mí y otro para la muñeca, otro para mí y otro para la muñeca… y entonces comprendí que esa pequeñaja, me había ganado el corazón. Luego la madre hizo un Cola Cao para todos, y nos comimos los pasteles, dejando uno para su padre que regresaba esa noche.

 

Tras su recuperación, volvimos a la rutina, y un domingo su madre vino a casa y le dijo a mi esposa.. – Quisiera pedirles el favor de que María se quede hoy con ustedes, pues mi marido libra y queremos ir al pueblo a traernos algunas cosa que dejamos en casa de mis suegros, si ustedes creen que no les molesta demasiado. -  Le dijimos que no había inconveniente, y María entró contentísima a nuestra casa, le hicimos un buen desayuno donde se puso hasta arriba de croissants con mermelada, estuvimos viendo en la televisión una película de dibujos animados,¡ Bambi!   En qué hora se me ocurrió poner esa película, María lloraba como una magdalena cuando mataron a la madre de Bambi. No había forma de consolarla, y nos inundaba con preguntas de difícil respuesta para una niña. ¿Porqué la han matado, porqué el hombre es tan malo, porqué no viene la policía a detenerlo, porqué no la llevan al médico, porqué no se juntan todos los animales del bosque y le pegan al malo, porqué no estaba allí el papá de Bambi, etc, etc?

Menos mal que se le ocurrió a mi esposa hacerle su comida favorita (nos lo había dicho su madre) Tallarines a la carbonara.  La vista de ese exquisito plato, fue un bálsamo milagroso para ella, y mientras los degustábamos, volvieron las risas y la alegría.

Tras acordarlo con mi esposa, le propusimos a su madre que si no quería tener que levantar al pequeño, para llevar a María al colegio, yo la podría dejar dentro cada día, y luego recogerla por la tarde, total yo tenía que pasar por delante, no me suponía ninguna molestia, aunque yo salía a la misma hora que ella, tardaba cuatro o cinco minutos en llegar, pero si no me entretenía, se quedaban en unos 3 minutos. La madre nos dio las gracias, ya que así se ahorraba levantar y vestir al hijo pequeño, solo para llevar a María, y en eso quedamos.  Por las mañanas, me cogía mi mano con su mano pequeñita, y nos dirigíamos al colegio. Los primeros días me echó una bronca, porque en el primer semáforo, en cuanto que vi que el muñeco se ponía en verde, yo comenzaba a cruzar. Ella me retuvo y me dijo.. ¡Eso no se hace!   - Yo contesté.. ¿Porqué?..  Si he cruzado cuando el muñeco está en verde. -   ¡Si, pero no es suficiente.. hay que contar hasta tres, y mirar a la izquierda y a la derecha por si viene algún coche embalado y no para! –

Entre enfadado y abochornado, pues ella tenía razón, tomé la decisión de no caer más en esa falta..  pero reincidí dos o tres veces más, sometiéndome a las merecidas  reprimendas de mi implacable acompañante.

 

 


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