El Ángel Que Lloraba Entre Cubos De Basura 1

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            Entre cubos de basura, un ángel lloraba. Era una mujer, con el cabello largo y rubio casi transparente de tan claro, con los rasgos de su rostro delicados y suaves. Un muchacho entraba corriendo en el callejón, huyendo de los compañeros de clase que querían darle una paliza. Para esconderse se metió entre los cubos, temblando de miedo. Fue entonces cuando la oyó llorar. Olvidando a sus perseguidores se acercó y le puso una mano en el hombro y le preguntó:

            -¿Por qué lloras?

            Ella alzó la cara y lo miró directamente a los ojos. Fue entonces cuando vio sus alas, caídas a los lados como si quisiera que se le desprendieran.

            -¿Eres un ángel?

            Durante unos segundos no hablaron, hasta que él reparó que no podían estar viéndose.

            -¿Cómo puede ser? –musitó él. Ella simplemente lo miró con tristeza.

            Pareció que el tiempo y el mundo se detenían, hasta que ella volvió a llorar con la cara sobre las rodillas.

            Él volvió a ponerle una mano en el hombro, deseando consolarla.

            -Aún no me has dicho por qué lloras.

            Ella suspiró.

            -Porque pensaba que ser un ángel sería distinto.

            -¿En qué sentido?

            -En poder hacer más. Poder ayudar, poder luchar contra el mal.

            -¿Te refieres a matar demonios y esas cosas?

            Ella rió suavemente.

            -No, el mal no es sólo eso, aunque me he cruzado con algunos –volvió a mirarlo, con una asomo de sonrisa en los labios. ¿Cómo sería la sonrisa de un ángel?-. El mal son las personas que se desentienden de los problemas ajenos aún pudiendo hacer algo, las que matan o hacen daño por placer, y muchas cosas más.

            El muchacho podía imaginárselo, y no sólo por sus compañeros que lo maltrataban. Todos los días se veían muchas, demasiadas cosas. Ella siguió hablando.

            -Estoy cansada de ver miseria y sufrimiento por todas partes sin poder evitarlo. Nadie ve, nadie oye. Entiendo que a veces uno tiene demasiados problemas para poder ayudar, pero hay gente que no, que simplemente no lo quiere hacer. Que solo viven para sus propios intereses.

            -¿Dinero?

            -Eso y mucho más. Poder, ambición. Gente que lo que quiere es que otros le obedezcan, tengan razón o no, hagan daño o no. Sea justo o no. La justicia está desapareciendo.

            -Sí –contestó él mirando al suelo-. Resulta casi tan raro como ver salir una flor del asfalto.

            -Asfalto… -susurró el ángel-. Es como si los endureciera… -miró al chico, que aún estaba mirando al suelo. Volvió a mirarse las rodillas y continuó-. El ser humano ha perdido todo contacto con la naturaleza, con sus raíces. Ya no recuerda cuáles son sus orígenes. Y ha perdido mucho a causa de ello.

            El muchacho asintió en silencio. Realmente a veces se sentía perdido, como si le faltara algo. Sonrió tristemente al recordar lo mucho que protestaba para ir al pueblo de sus padres y lo bien que se lo pasaba una vez allí. Ahora su padre ya no estaba y ya no iban al pueblo porque a su madre le resultaba muy doloroso.

            -La muerte produce mucho dolor –susurró, siguiendo sus pensamientos. Y eso le recordó la rabia y las dudas que tuvo cuando murió su padre. Miró al ángel muy serio y preguntó: ¿Por qué nos morimos?

            -Pensaba que era por un propósito –contestó ella mirando la basura que tenía a su alrededor-. Creía que algunas personas morían para ayudar al mundo desde el otro lado –el chico hizo un gesto señalando que no lo entendía que ella captó de soslayo-. Por eso lo hice, pensando que así podría ayudar al mundo.

            El muchacho la miró más detenidamente, tratando de comprender. Un recuerdo acudió a su mente al ver mejor los rasgos de ella, parecidos a los de alguien a quién a veces echaba de menos. Recordó a sus amigos diciéndole aquella fría mañana que una compañera había aparecido muerta en un callejón cercano. Se había suicidado. Esa compañera. Ese callejón.

            -Eres tú… -murmuró, sin saber qué sentir al respecto-. Sigo sin entender.

            Ella alzó la cabeza y lo miró a los ojos.

            -No solo lo hice por eso. Había demasiado dolor en mi vida. No quería sufrir más.

            -¿Te dijeron los ángeles que lo hicieras?

            Ella lo miró algo ofendida.

            -¡No! Jamás harían eso. Ellos aprecian la vida, y sufren mucho cuando alguien se suicida o cuando no pueden aliviar su sufrimiento. Me encontré a uno llorando cuando llegué a este mundo.

            Los ojos del muchacho se nublaron. Un ángel llorando era entristecedor.

            -¿Por ti?

            Ella asintió.

            -Era mi ángel de la guarda, que se sentía muy mal por no haber podido ayudarme, por no haber podido evitar mi muerte. Se sentía culpable.

            -¿Y por qué no hizo algo?

            Ella sacudió la cabeza negativamente.

            -No podía, ninguno puede. Han perdido poder, porque la gente ha dejado de creer en ellos. Se han roto las conexiones, por eso no pueden hacer más. Y nosotros tampoco hacemos mucho por nosotros mismos –volvió a mirarlo-. Si una persona no se pone el cinturón para conducir, o bebe demasiado, por ejemplo, ¿cómo puede su ángel protegerlo?

            El muchacho calló. Eso era verdad. Su padre no había muerto así, pero sí había oído muchas noticias de gente que se mataba con el coche o que provocaba accidentes por ir demasiado bebida.

            -No puedo creer que lo hicieras para convertirte en ángel.

            Casi pudo ver como el nudo se cerraba en torno a la garganta de ella. Sus ojos se oscurecieron y los cerró.

            -No podía soportar aquello. Me dolía y me daba asco. Me amenazaba y yo no tenía a nadie que me ayudara. No quería que me tocara más.


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