SUELO DE CRISTAL (2/2)

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Vicente miraba triste, con ojos llorosos, tras los cristales de la ventanilla del taxis recordando esos días de exilio, pero en su mente se acumulaban tantos recuerdos que lloró como niño. Fue uno de los últimos milicianos que pasó los Pirineos, y los españoles de distribuyeron por toda Francia y parte de Europa. Vicente se quedó cerca de Paris, pero en la ocupación de Francia por tropas del EJE en la segunda Guerra Mundial, judíos, gente opositora y republicanos españoles, fueron internados en campos de concentración alemanes, entre ellos el Benegas. En los campos la vida era una continua opresión, sin respeto al ser humano, y Vicente se lamentaba de su suerte: se escapó de Franco, pero HITLER acabaría con él. Un día, un soldado alemán dijo a Vicente que sus mandos habían enviado al Estado Mayor una lista con los nombres de los españoles del campo para informar a las autoridades hispanas, y el qué hacer con ellos, puesto que eran ciudadanos españoles. También le dijo que Serrano Núñez contestó: “más allá de nuestras fronteras no había ningún español”. Al recordar esas palabras, Vicente se acomodó dentro del taxi, porque esas palabras les llegaron alma. Desde aquel día planeó escapar de aquel campo…y lo consiguió. Una noche, un grupo de españoles escaparon y engrosaron las filas de la resistencia francesa, entre ellos Vicente, que luchó con la 2ª DIVISION BLINDADA FRANCESA. En Agosto 1944 los republicanos entraron en la ciudad junto con tropas francesas liberando Paris.

Un bache de aquella estrecha y sinuosa carretera lo volvió a la realidad. Asintió con la cabeza porque la silueta de su pueblo la veía a lo lejos, pero entre curva y curva desaparecía, y distinguía su castillo que se erguía altivo sobre la blancura de sus casas, siendo vigía de su rica vega y sonrisa de las aguas cristalinas de sus playas, le parecía que el tiempo no había pasado, pero entristeció porque no sabía lo que se iba a encontrar en su pueblo. Perdió todo contacto con su familia, no sabía nada de ella,   muchas dudas y preguntas acudieron a su mente, recorriéndole un leve sudor su frente. El taxi lo dejó en las primeras casas del pueblo, en una encrucijada dirección este oeste, y una calle que subía hacia su casco viejo. Ascendió sus estrechas calles, después de un zigzag de calles llegó a los muros del castillo, se paró frente a una pequeña casa de una sola planta adosada a la muralla, dudó, había varias casas iguales, pero notó que estaban remodeladas. Mientras ascendía por entre sus calles nadie lo reconoció, eso no le impactó, <<eran otros tiempos y habían pasado página>>, pensó. De la casa que tenía enfrente, salió una mujer joven, bien arreglada, con un bebé en brazos que quedó impávida mirando a Vicente, este le pregunto por los antiguos moradores, le dijo que ella habitaba la casa, no conoció María la “Pauleña”, pero si oyó hablar de ella, nada sabía de su madre ni de su familia. Vicente seguía preguntándole, pero la mujer no contestaba y sus deseos de encontrar a su familia se disipaba, pero de otra casa salió una mujer enjuta, de negro vestida, de unos noventa años:<< ¿Quién pregunta por la “Pauleña”?>> Preguntó la anciana. <<Yo, Vicente Benegas, su hijo>> La mujer se abrazó a Vicente llorando. Vicente pasó con la anciana a su casa. Hablaron de su madre, de la suerte de su familia. Su padre fue fusilado, su madre murió en prisión por “roja”, de su mujer y de sus hijas, nada sabía, creía que murieron por los bombardeos sobre la carretera cuando huían hacia Almería, pero su hermana Ana estaba viva, vivía en el pueblo, también le dijo que sus bienes fueron requisados por los vencedores. Con la dirección de su hermana, se despidió de la mujer.

La dirección que le dio la anciana lo llevó hasta la entrada del pueblo, a una calle de nuevas viviendas, cerca de donde lo dejó el taxi, en una finca de cuatro alturas. <<Cuarto piso, frente al ascensor, ahí vive tu hermana>> Le había dicho la mujer. Llamó al timbre. Salió una mujer corpulenta, morena, de unos sesenta años, era su hermana Ana. Cuando vio aquel hombre fijo en ella, dudó unos segundos, y sin preguntar nada dio un fuerte grito pronunciando el nombre de su hermano y se abrazó fuertemente a Vicente. Sentados los hermanos en el sofá del comedor intentaban recuperar el tiempo perdido, y Vicente conoció al resto de la familia que le quedaba. El Benegas se encontraba entre dos mares, entre la alegría de estar con su familia y la pena por aquellos que nunca volvería a ver.

Los días siguientes a su llegada, Vicente recorrió cada calle, cada rincón del pueblo. Comprobó que eran las mismas calles que conoció, pero estaban reconstruidas, y la villa había crecido robándole terreno a su rica vega, pero seguía siendo un pueblo de agricultores y pescadores abriéndose camino hacia su futuro, siendo el turismo su punta de lanza, pero aquí lo hacía lentamente. Cada día visitaba la sede de PCE, hablaba con la gente, se preocupaba de leer las noticias, saber de su país porque España era un caos. Los políticos trataban de poner orden, todos los días había huelga en cualquier sector industrial, los sindicatos mostraban su fuerza ante el gobierno, ante la patronal, los independentistas aprovechaban la ocasión para revindicar su soberanía, y ETA estaba en sus mejores años sangrientos. Vicente comprendió la fragilidad de la democracia española y entendió que aún existían dos Españas, que la palabra “rojo” seguía en el aire, que el odio seguía en vigor, comprendió que no era santo de devoción de algunos vecinos. El Benegas pensaba que la democracia en España estaba aún en mantillas, quien se daba de demócratas venían del franquismo, y mientras que las instituciones estuviesen presididas por gente del régimen totalitario, no habría una auténtica democracia en España. Se congratulaba de la democracia, de la libertad político social, agradecía a ADOLFO SUAREZ su valentía por la legalización de todos los partidos políticos, incluido el PCE, pero creía que había que pedir responsabilidades a todos los franquistas vivientes implicados en la represión practicada por el régimen de Franco, también sabía que hubo un gran consenso nacional para no investigar ni castigar los casos de represión por ambos bandos, y así contribuir a que el proceso democrático en España hiciese camino. A la memoria de Vicente afloraron nombres de mandos, militares como civiles, implicados en matanzas de inocentes civiles, recordó a Dolores Uribarri, o Santiago Carrillo, hoy secretario general del PCE, antes comisario de seguridad de Madrid, y comprendió el alcance de aquel silencioso acuerdo. La frágil democracia española, en sus primeros años, le hizo comprender a Vicente que no podría vivir en España, que necesitaba enterrar las dos Españas y vivir en otra España sin odios, sin remordimientos, formando una nueva nación, por ello decidió volver a Rusia. <<Algún día volveré,-se dijo para si- cuando la democracia sea firme, sólida, o cuando este suelo de cristal no se desquebraje, o cuando sus cristales se vuelvan romos y cicatricen las heridas de los pies>>

 

 

 


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