El asesino

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Un psiquiatra que se va a jubilar decide ir a despedirse y desearle mala suerte a un peligroso asesino que ha sido paciente suyo hasta entonces. Funciona como relato, pero es parte de mi proyecto actual, la novela que seguramente se titulará: El asesino. Más información en www.javinavas.es

***

1. Soy un asesino.

Siempre hay un depravado más grande que el mayor de los degenerados. Da igual cuánto te esfuerces, alguien te superará. Lo he comprobado infinidad de veces: la gente da asco. Alguien habrá que se salve, no me cabe duda, pero la gran mayoría somos escoria. Sí, yo también. De hecho, me he propuesto ser el peor espécimen humano que haya existido jamás. Sé que es difícil y, precisamente por eso, me motiva todavía más.

Tengo que confesarlo: soy un asesino, pero no uno cualquiera, sino el mejor y el más despiadado. Pero todavía no estoy satisfecho, debo superarme, mi obra maestra está por llegar. Estudio, practico, me esfuerzo y, sobre todo, disfruto.

Mi infancia fue terrible, mi juventud aterradora, pero nada de todo eso tiene la culpa de en lo que me he convertido. Estaba predestinado a ello. Soy un asesino vocacional, perfeccionista, meticuloso, calculador y, casi siempre, cruel y sanguinario. Hasta yo mismo me asusto, a veces, de lo que puedo llegar a hacer. Sin embargo, una vez que mi actuación finaliza, siento una inefable satisfacción.

Mi mayor placer es exterminar a otros delincuentes, sobre todo si también son asesinos ?quiero ser más vil y deleznable que todos ellos?, pero no le hago ascos a torturar a inocentes. ¿Qué más me da? No son más que meras piezas en el tablero de ajedrez que es mi existencia.

Disfruto con el sufrimiento de los demás y, por encima de todo, disfruto si soy yo el causante de tal sufrimiento.

¿Quién soy? Algunos me han llamado demonio; no tienen ni idea, un demonio es un aprendiz a mi lado.

Soy un asesino, el mejor que ha existido. Siempre tengo un plan, incluso ahora, atrapado en este centro psiquiátrico, el tiempo corre a mi favor. No existe ninguna duda de que no tendrán más remedio que dejarme marchar.

Esta es mi historia.

2. Cuchara.

Levantó la mano y saludó al guardia a través de la mampara de seguridad.

?Identificación, por favor ?pidió con voz inexpresiva y distorsionada por el sistema de megafonía.

?Vamos, ya me conoces, soy el de siempre.

?Lo siento, doctor, son las normas.

Con un gesto de fastidio sacó su tarjeta y la pasó por el escáner, que se puso en verde.

?Jorobando hasta el último día ?murmuró.

?Yo no hago las normas ?respondió el guardia, franqueándole el paso.

El doctor avanzó por el pasillo hasta llegar a la celda 217. Otro guardia se acercó y le abrió.

?¿Quiere que lo espose? ?preguntó.

El doctor miró al recluso: menudo, esmirriado, medio calvo y con ojos inquietos detrás de sus redondas gafitas.

?No, terminaré pronto ?dijo, y pasó al interior. El guardia cerró la puerta.

?Hola doctor, llega tarde ?dijo con voz suave el ocupante de la 217.

?Lo siento, héroe, ¿tenías prisa por ir a algún sitio? ?rió su ocurrencia.

El recluso sonrió levemente.

?¿A seguir intentando sonsacarme información? ?preguntó irónicamente.

?En realidad he venido a despedirme y a darme el gustazo de anunciarte que no me importa lo que tengas que decir. Estoy harto de ti y de todos los demás. Me da igual si te ahorcan o no. Me jubilo, y solo quiero que sepas que te desprecio profundamente. En fin, no puedo decir que haya sido un placer conocerte. ?Se giró para irse.

?Vaya, doctor..., precisamente hoy estaba dispuesto a contarle cómo lo hice.

?¿Sí, verdad? Después de todas estas semanas, hoy precisamente, es cuando te ibas a sincerar.

?Pero si prefiere que se lo cuente a su substituto... ?El doctor lo miró durante varios segundos y, por fin, se sentó en la silla que había en el centro de la habitación. El recluso continuó en pie.

?Vale, te escucho. Nos habíamos quedado en el arma del crimen...

?Una cuchara ?dijo en voz baja.

?¿Una cuchara? ¿Cómo que una cuchara? ?El doctor tuvo que girar la cabeza para mirar al recluso, que había caminado hasta su espalda y se apoyaba contra la puerta.

?Una cuchara, una cuchara, la de comerse la sopa, esa fue el arma.

El doctor lo miró en silencio, después se rió a carcajadas.

?Vale, agradezco tu esfuerzo por hacerme reír y, ahora, si me disculpas... ?Se puso en pie.

?No me cree. Nadie me cree cuando se lo cuento.

?¿Se lo has contado a más gente? ?Sonrió el doctor?. ¿Que esas horribles carnicerías las hiciste con la cuchara de comerte la sopa? ?El doctor se desconcertó al ver la sonrisa del recluso?. Vale, pues ilústrame, por favor, ardo de curiosidad.

?Bueno, sacar los ojos con la cuchara es muy fácil, sobre todo si se es tan rápido y preciso como lo soy yo. Extraer piezas dentales es más complicado, pero con las palancas y los movimientos adecuados, también soy capaz de hacerlo rápidamente.

?Ya, muy bueno, una cuchara siniestra, nada menos ?rio el doctor?. ¿Y me dirás que los desgarros abdominales...?

?Si presiono con fuerza la parte trasera de la cuchara contra el ombligo y la giro muy rápido a uno y otro lado consigo penetrar dentro del cuerpo, después, mis manos y mis dientes hacen el resto. ?El recluso levantó las manos y movió los dedos, rematados con afiladas uñas, a la vez que le mostraba sus irregulares dientes. El profesor lo miró con asco, dudando, pero enseguida rio de nuevo.

?Vale, vale, gracias por la idea, cuando escriba mi primera novela de terror te enviaré un ejemplar ?dijo, caminando hacia la puerta. El recluso no se apartó.

?No me cree, ¿verdad?

?Claro que sí, yo mismo he cazado un ciervo con un tenedor este fin de semana..., y ahora, ¿me dejas pasar, por favor?

?Tiene usted el día gracioso.

?No, lo que ocurre es que estoy harto de tus tontadas, y como ya no tengo que guardar las formas... Ahora, por favor...

?Doctor, si usted quiere puedo demostrárselo. ?Todavía sonreía.

El doctor dudó un momento.

?Vale. Te escucho.

?Ha llegado tarde, después de la hora del almuerzo.

?Sí, de nuevo lo siento, ¿Tenías que acudir a alguna reunión de psicópatas perturbados? ?rio su ocurrencia?. ¿Y esa demostración?

El recluso sonrió de oreja a oreja.

?He robado una cuchara ?dijo con suavidad, mostrándosela. El doctor abrió mucho los ojos.

Los gritos alertaron al guardia, que pidió refuerzos sin atreverse a entrar él solo en la celda. Cuando, minutos más tarde, cuatro guardias entraron en la celda, se encontraron al recluso sentado en su cama. Estaba completamente cubierto de sangre y masticaba un chorreante trozo de carne alargado.

En el suelo yacía el doctor, sus ojos se encontraban un par de metros más allá y había varios dientes esparcidos por el suelo. Vomitaba sangre y una cuchara sobresalía de sus fosas nasales.

?Realmente tenía el don de la palabra ?dijo el recluso entre sonoros bocados?. Ahora lo tengo yo. ?Rio y mostró a los guardias lo que quedaba de la lengua del doctor, como ofreciéndoles participar en el festín.

Información en www.javinavas.es


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