La Fiesta de Disfraces (I)

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– ¿Que te parece, mamá? –dijo Berta a su madre mientras le enseñaba el disfraz que se iba a poner esa noche en la fiesta.

– Precioso –respondió la mujer –. Vas a ser el alma de la fiesta.

– No eres ya mayor para disfrazarte de la Pantera Rosa –dijo Javier, su hermano pequeño, entrando en la cocina para coger una lata de refresco de la nevera.

– Tu métete en tus asuntos –replicó Berta mientras le miraba con mala cara.

– No entiendo por qué no vas tu también a la fiesta –le dijo la madre al chico.

– Porque es para los mayores –se adelantó Berta.

– No digas tonterías, Javier es solo un año menor que tu.

– Solo vamos los de último curso.

– Esas fiestas son un rollo –dijo el chico –. Halloween es una fiesta americana; que se la queden los yankis.

– También son americanas esas películas de acción que te tragas y tus videojuegos y no digo nada.

– Dejadlo ya, chicos –intervino la madre –. No empecéis otra vez.

Javier se encaminó a la salida de la cocina.

– Tu haz lo que quieras, hermanita. Yo tengo un plan mejor esta noche en casa de Fidel.

– Ya, seguro que os pasáis toda la noche jugando a la videoconsola y viéndo películas de miedo –pero Javier ya se había ido fuera de la estancia y no la escuchaba.

– Deberías llevarte mejor con tu hermano –insistió su madre –. El año que vienes irás a la universidad y ya no os veréis tanto.

– Ojalá el cielo te oiga, mamá. Bueno, me voy ya, Marta me debe estar esperando en su casa.

– Diviértete, hija. Puedes volver tarde, pero no abuses de nuestra confianza.

– Descuida, mamá –dijo la chica con una amplia sonrisa mientras se largaba de allí con el disfraz al hombro.

Mas tarde, Berta y Marta, su mejor amiga, salían de la casa de esta última y tomaban un taxi que las llevó hasta la casa donde se celebraba aquella fiesta de disfraces.

Las dos iban disfrazadas.

Marta se había puesto un disfraz de enfermera sexy, pero Berta no se había puesto el disfraz de Pantera Rosa que le había enseñado a su madre. En lugar de eso, se había disfrazado de Canario Negro, de la que siempre se había querido disfrazar desde que la vio en la portada de uno de los cómics de su hermano.

– Tu madre se moriría si te viera así vestida –dijo Marta entre risas.

– Menos mal que aún mi familia se cree que soy capaz de ponerme ese ridículo disfraz de Pantera Rosa.

– Mas vale que no descubran tu doble vida. Mientras para ellos sigas siendo la niña perfecta que se porta bien, llega a casa a su hora y saca las mejores notas de clase, todo te irá bien.

El taxista conducía totalmente ajeno a la conversación, aunque muy pendiente de Berta, a la que miraba disimuladamente a través del espejo retrovisor. A sus 17 años, Berta era una chica preciosa y esa noche lo era mucho mas gracias a ese disfraz en el que llevaba su escultural y voluptuoso cuerpo embutido en un ceñido bañador de cuero negro, sus exuberantes piernas enfundadas en medias de rejilla y sus largos y castaños cabellos recogidos y ocultos bajo una peluca rubio platino.

Antes de entrar en la fiesta, Marta se puso un antifaz negro que cubría medio rostro y le dio otro a Berta.

– Ten. No querrás que alguien te reconozca y se lo diga a tu madre.

– Gracias, Marta. Siempre estás en todo.

Se puso el antifaz y las dos entraron en la fiesta. Una vez dentro, empezaron la caza de chicos. Marta pronto ligó con un joven de su edad disfrazado de vaquero, pero Berta no encontraba ninguno de su agrado. Habían llegado tarde y los chicos mas interesantes ya estaban cogidos.

No obstante, pronto se fijó en un chico que estaba en un rincón con un disfraz de El Zorro. Había intentado ligar con algunas chicas, pero todas le rechazaban. Era algo mas bajito que los chicos que había allí y su complexión no era muy fuerte y, a pesar del antifaz que llevaba, no parecía ser muy atractivo; daba la impresión de que, incluso, era virgen. Aún así, esto despertó en Berta una morbosa atracción.

La chica ya estaba algo cansada de los chicos guapos y atléticos con los que solía acostarse y quería algo distinto esa noche. Además, nadie en esa fiesta la había reconocido y Marta ya no estaba allí –seguramente, se habría ido a uno de los dormitorios de arriba con el chico del disfraz de vaquero –, por lo que nadie sabría lo que iba a hacer.

Con una maliciosa sonrisa se encaminó hacia el chico y, antes de que este pudiera reaccionar, le dio un apasionado beso con legua delante de todo el mundo.

El chico se la quedó mirando boquiabierto una vez el beso terminó. Miró a la chica de arriba a abajo y no se podía creer que aquel pivón se hubiera fijado en él. Iba a decirle algo, pero la chica rápidamente le tapó suavemente la boba y le hizo un gesto con la cabeza que el chico identificó al instante como que quería que los dos permanecieran en el anonimato esa noche. Después, le hizo el gesto de que quería que fuesen los dos arriba y él asintió al instante.

Berta y el chico disfrazado de El Zorro subieron corriendo las escaleras y pronto encontraron un dormitorio vacía. Una vez dentro, volvió a besarle apasionadamente, metiéndo su lengua hasta la traquea del joven, antes de arrojarlo sobre la cama.

Tumbado boca arriba, el chico vio como la chica disfrazada de Canario Negro se quitaba el bañador de cuero, mostrando un conjunto de lencería negro muy sexy; Berta escondía ese tipo de ropa interior en casa de Marta, ya que no podía permitirse que su madre las encontrara en su cuarto.

Cada vez mas excitado y sudoroso y con su verga peleando por salir del pantalón, el chico siguió contemplándola y vio como, lentamente y de manera sensual, se quitaba el sujetador, mostrando sus hermosos pechos, y las bragas, quedándose solo con las medias de rejilla, la peluca rubia y el antifaz como única indumentaria.

Se encaminó hacia él y se arrodilló a los pies de la cama. Sin dejar de mirarle con una sonrisa perversa, le desabrochó y le quitó los pantalones. Luego le bajó los calzoncillos y una verga muy dura y con las venas hinchadas emergió ante sus ojos.

Ella, como una niña juguetona, la cogió con la yema de los dedos y empezó a masturbarle suavemente. Luego empezó a darle pequeños mordisquitos en la punta y unas pequeñas lamidas antes de metérsela entera en la boca. El chico gozaba mientras permanecía tumbado boca arriba con los brazos en cruz y los ojos cerrados; no se atrevía a abrirlos creyendo que aquello podría ser un sueño y se despertaba si los abría.

Pero no fue así...................................................................................Continuará


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