La Fiesta de Disfraces (II)

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Mas tarde, Berta se encontraba tumbada de lado junto al chico. Le había desabrochado el chaleco negro y la camisa blanca que tenía debajo y acariciaba su desnudo torso mientras le lamía el cuello y la cara.

Estuvo así un pequeño rato hasta que se le tumbó encima poniéndole sus tetas en la cara. No le hizo falta decirle al chico lo que tenía que hacer, ya que este, rápidamente, comenzó a acariciarlas, besarlas, lamerlas y, en cuanto se le pasó el miedo inicial, las agarró con fuerza y se las metió enteras en la boca una a una mientras Berta, gustosa, cerró los ojos y se mordió el labio.

Finalmente, la joven vio que había llegado el momento y, casi de un salto, se sentó sobre su verga, la cual notó muy caliente además de muy dura, y empezó a cabalgarle. El chico no perdió el tiempo y alargó los brazos para volver a tocar las tetas de la chica, las cuales votaban frente a él.

Berta estuvo cabalgándole la mayor parte del tiempo. Después, se tumbó sobre la cama boca arriba con las piernas muy abiertas y dejó que él, arrodillado frente a ella, siguiera penetrándola mientras tenía los muslos de ella bien agarrados con sus manos. Los gemidos y jadeos de la chica se iban haciendo cada vez mas fuertes.

Volvió a chupársela otro pequeño rato para lubricarla bien, ya que quería darle a ese chico la última alegría de la noche. Él no se lo pudo creer cuando la chica se puso a cuatro patas sobre la cama con el culo apuntando hacia ella y, por la mirada que le echó, supo enseguida lo que quería. Entonces, agarró con fuerza las nalgas de la joven y se la metió por el ano. Los gemidos de la chica se hicieron tan fuertes que, de no haber estado la música de la fiesta tan alta, se hubieran oído en toda la casa.

Por sus anteriores experiencias, Berta supo que había llegado el momento. Se sacó la verga de su culo y se dio rápidamente la vuelta justo antes de que esta estallara y le dejara la cara y el torso cubiertos de semen.

Exhausto y sudoroso, el chico, que jamás había experimentado una descarga como aquella, cayó rendido sobre la cama y, rápidamente, se durmió. Berta, también cansada y sudorosa, se tumbó junto a él boca arriba, aunque no se durmió. Estuvo así unos minutos, relamiéndose el semen de su cara y probando el semen de su torso con sus dedos, los cuales chupaba como si probara la nata de una tarta.

Giró la cabeza hacia el chico, el cual seguía durmiendo con una amplia sonrisa. Tuvo la tentación de quitarle el antifaz y ver quién era, pero se contuvo y no lo hizo para seguir guardando el misterio de esa noche. Una noche que no se volvería a repetir.

Se levantó de la cama, se volvió a vestir y salió de la habitación. Antes de irse, echó una última mirada al chico y sonrió maliciosamente. Fuera quién fuera aquel joven, jamás iba a olvidar esa noche e iba a fantasear con ella el resto de sus días; algo que a ella le fascinaba.

De regreso al piso de abajo, encontró a Marta, quién le lazó una mirada de complicidad al verla bajar las escaleras.

– Veo que a ti también se te ha dado bien la noche... –dijo una vez llegó hasta ella –. ¿Quién ha sido, el chico disfrazado de bombero?

Berta negó con la cabeza.

– Me lo he hecho con El Zorro.

Marta soltó unas carcajadas.

– Será mejor que nos vayamos ya –continuó Berta –. Por el camino te contaré mas. Y espero que tu también me digas que tal te ha ido con el vaquero.

Las dos salieron de la casa, cogieron de nuevo un taxi y emprendieron el camino de regreso.

Mas tarde, el chico con el disfraz de El Zorro despertó sin que la chica estuviera allí. Hubiera creído que todo había sido un sueño de no ser porque una pareja entró con intención de utilizar la habitación y uno de ellos le dijo:

– Largo de aquí, gusano. Canario Negro se largó hace tiempo.

Se vistió a toda prisa y se fue de allí corriendo. Salió de la casa y se dirigió a una esquina donde le esperaban sus amigos, dos chicos de su edad; uno alto y muy delgado y el otro bajito y gordo.

– Has estado mucho tiempo ahí dentro –dijo el chico delgado –. Dime que te has cepillado a una y que el haberte colado en la fiesta ha servido de algo.

El chico se quitó el antifaz, descubriendo que se trataba de ¡Javier!, quién puso una sonrisa de zorro.

– Misión cumplida, Fidel –dijo entusiasmado –. Esta noche me he hecho un hombre.

Los dos amigos abrieron los ojos como platos

– ¿Y quién ha sido la afortunada? –preguntó el chico gordo.

Javier se encogió de hombros.

– No se quitó la máscara, pero os puedo asegurar que era una de las chicas de último curso.

– Estás de coña –dijo Fidel incrédulo.

– Creeros lo que queráis, pero la alegría de esta noche no me la vais a quitar.

El chico gordo dio un taconazo de cólera en el suelo.

– ¡Maldita sea! –se volvió hacia Fidel –. Deberíamos habernos disfrazado y colarnos nosotros también. Si este ha pillado ahí dentro, nosotros también podríamos.

– Tranquilos, chicos. El año que viene podremos entrar sin necesidad de colarnos. Ahora, volvamos a tu casa, Fidel, y os lo contaré todo.

– Eso, eso... –dijo Fidel ansioso –. Y luego indícame que posturas habéis hecho en las revistas de mi padre.

Los tres amigos emprendieron el camino de regreso.

– Por cierto, Javi –preguntó Fidel mientras caminaban –. ¿Has visto a tu hermana ahí dentro?

“A ella si que me gustaría pillarla –dijo el chico gordo para sus adentros.

Javier se encogió de hombros antes de contestar.

– No sé, tío. Tenía miedo de encontrármela y que me reconociera, pero no he visto a ninguna chica disfrazada de Pantera Rosa.

FIN


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