La confesión de Marilyn

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Marilyn confesaba, muy cerca del fatídico día en el que se quitó la vida, que estaba agotada, cansada de todo y de nada, y que no tenía ganas de seguir adelante. Lo hacía en un texto breve, intenso, a modo de carta, que no quiero saber a quién se la dirigía: si era a sí misma, como confesión, o a alguien querido o cercano. No lo sé. Escucho en la televisión la noticia de este escrito, y lo que me llama verdaderamente la atención es que sale a subasta. Alguien lo tiene, y lo vende, supongo que sabedor del morbo y la intensidad que este tipo de íntimas reflexiones ostentan.


Me quedo un poco roto, perplejo por la capacidad que alberga el ser humano de venderlo todo, trapos limpios o sucios incluidos, y, sobre todo, los que constituyen muestras de dolor, de soledad, de rotura interior. La tragedia, la pena, como el conflicto, venden mucho. Nunca lo he entendido, pero siempre lo he constatado.


Marilyn no quería vivir, y, en una búsqueda de alejar su ansiedad, lo escribió como lo experimentó. Décadas más tarde ese papel, explicable o inexplicablemente, sigue de mano en mano, y no como una falsa moneda, sino por el valor que posee. La artista fue un mito caído: nos gusta saber de los dioses y también de sus derrotas. ¡Somos así!
Siento tristeza por esta situación. Primeramente porque ella fue una desdichada en toda su grandeza. Suena a contradictorio, y así es, pero ciertamente esto ocurre más de lo que pensamos. Laboramos por famas y por un dinero que no nos otorgan la felicidad. El problema es que, aunque nos demos cuenta, no siempre somos capaces de variar y de progresar.


Lo íntimo, lo que se ha escrito para encontrarnos a nosotros mismos, debería quedar siempre en ese ámbito, con esa magia. No digo yo que no se sepan las cosas, ni digo tampoco que no se cuenten. Creo firmemente en la comunicación, en el intercambio de informaciones y de opiniones. No obstante, estimo que es evidente que de ahí a vender una carta personal o una hoja de un diario, va todo un mundo, un mundo que perdemos cuando lo que nos interesa principalmente no es el corolario de los sentimientos y de los dolores padecidos, sino el color y el peso de un dinero que nos tintará y aplastará por la insensatez con la que demasiado a menudo nos comportamos.


Sueños y desvaríos


Lo mejor que se puede hacer con esos escritos tan íntimos es guardarlos en un cofre mágico, en un desván o en el fondo del mar, para que sus ánimos y desánimos, para que sus sueños y desvaríos, viajen sin rumbo fijo hacia la voluntad de los dioses, donde seguro que sí encontrarán cobijo. El amor o su carencia precisan protecciones especiales, pues, en su seno, en sus ventajas y desventajas, están los seres humanos.


Nos hemos convertido, sin duda, en demasiado utilitaristas. Se nota, fundamentalmente, en aquellos que más especulan, en los que viven de las frustraciones ajenas, de sus patologías, de su soledad, de sus compromisos fragmentados. Una mirada, ya sea de corazón o bien de complicidad y empatía, no tiene precio. Cuando se lo ponemos, cuando valoramos lo que experimentó nuestra querida Marilyn, nos estamos malvendiendo todos los que formamos parte del sistema. Quizá hubiera sido mejor que ese documento se hubiera transformado en energía a través del fuego de una buena hoguera que mantuviera con vida la esperanza que fraguó en esas letras la recordada, mitificada y malograda actriz. Todo se fue, y lo que permanece lo exhibimos en una vitrina brindándolo al mejor postor. No querría, si fuera el caso, que esto me pasara a mí. Seguro que a usted tampoco.


Juan TOMÁS FRUTOS.


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