Nuevo desconocido

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Y empezó por el cuello. No podía resistir los gemidos, la piel se me erizaba con cada centímetro que sus dedos recorrían por mi cuerpo. ¿Y su lengua? Me volvía loca su lengua en mis pezones, me apretaba los pechos, yo gritaba.

Quería más, pero a un desconocido no se le puede ser tan  directa, irónicamente…

Horas antes:

Unos bailoteos con mi amiga en la discoteca mas famosa de Madrid, en aquella en la que rebosa la gente, en la que puedes tocar paquetes sin que se note o por “despiste” disculpándote con una sonrisa y un guiño de ojos. Además, mi amiga y yo teníamos una regla especial: si ligaba alguna, nos despedíamos con un breve mensaje, por el contrario, si ninguna ligaba, nos íbamos juntas para casa.

Ella empezó a meterme la mano por debajo de la falda, yo la mire sorprendida por el atrevimiento. Curiosamente, en ese mismo instante un cuerpo se me acercó por detrás, agarrándome por la cintura, produciéndome un escalofrío que se concentró en el centro de mi cuerpo. Ni me giré, únicamente eché la mano hacia atrás en busca del cuerpo que tan de repente se me había acercado y cuando lo encontré, me aproximé a su entrepierna. Sí, era un tío. Había ligado. Pero esa noche no iba a ser como las demás, yo solo quería follar, desestresarme, pero no como siempre. No mensajeé a mi amiga. Aquella que seguía con la mano en mi falda y se había percatado de lo que yo tenía a mis espaldas. Me sonrió en modo de aprobación. El chico estaba bueno. En ese momento, me dí la vuelta y sin esperármelo unos labios carnosos se aproximaron a mi boca, haciendo que me temblasen las piernas.

Tras las presentaciones, decidimos tomarnos la última copa en mi casa, mi amiga nos acompañaba consciente de todo lo que iba a ocurrir aquella noche diferente. Tres copas de vino en la mesilla de mi habitación, mientras hablábamos sobre temas que no venían al caso. Mi amiga me miró con gesto atrevido, era la hora.

Ambas sujetamos al hombre, y le atamos al cabecero de la cama. Él no opuso resistencia, al contrario, su mirada desprendía ganas de vicio, lujuria. Una  vez atado, mi amiga y yo fuimos desnudándonos poco a poco, ella me quitaba la blusa, yo desabrochaba su falda, hasta quedarnos en ropa interior, comprada con aquellas intenciones, íbamos iguales. Una tanga de encaje que dejaba ver a la perfección nuestro pubis bien depilado y exageraba el trasero mi compañera, y un sujetador a conjunto, que no llegaba a tapar del todo bien mis exuberantes pechos. Nos besábamos buscando provocar la máxima hinchazón de aquel miembro que prometía ser suficiente para ambas.

Nos acercamos a la cama, desnudamos al chico, y bajo el bóxer, ahí estaba lo que andábamos buscando. Una polla perfecta, las venas y arterias dilatadas al máximo, rosada. Tentaba  a ser chupada hasta el fin, y mi amiga no se hizo de rogar, se lanzó a por ella como si al día siguiente se hubiera acabado el mundo. Yo quería participar, conocía a mi amiga y me pedía con los ojos que tomase sus pechos, pequeños pero firmes. Así lo hice, pasé lentamente mi lengua por sus pezones mientras mi dedo índice jugaba sobre la tanga con su hinchado clítoris. Por un momento mi casa fue la Mansión de los gemidos.

Una vez que mi amiga y nuestro desconocido invitado habían desprendido sus fluidos y haberme encargado de dejarles bien limpitos con mi lengua era mi turno. Me ataron a la cama, no solo las manos, también los pies, no podía moverme y eso me ponía aún más. Empezó él y por el cuello. No podía resistir los gemidos, la piel se me erizaba con cada centímetro que sus dedos recorrían por mi cuerpo. ¿Y su lengua? Me volvía loca su lengua en mis pezones, me apretaba los pechos, yo gritaba y mi amiga solo mostraba su sonrisa pícara. Eso solo significaba una cosa. Me desató los pies mientras nuestro invitado seguía entretenido con mi cuello y bajaba a los pechos, y succionaba y  yo gemía y sus manos no llegaban nunca abajo, hacía que le rogase, me negaba mi placer haciendo que mi calentón estuviera por las nubes. Una vez suelta me dio la vuelta y me puso en cuatro y ella se puso debajo de mi, a la altura de mi clítoris que pedía ser estimulado. Mi amiga sabía que me encantaba y me dio un lametón que hizo que se estremeciera todo mi cuerpo. En ese mismo momento algo se acercaba a mi vagina. DIOS, SÍ, era su pene, caliente, dispuesto a dar placer. Me lo metió sin ningún pudor ni cuidado. Chillé, no de dolor, sino de placer, ese placer que me había producido el choque de sus testículos con mi entrepierna, SÍ. Mi amiga, devolviéndome el favor, empezó a hacer remolinos con la lengua sobre mi clítoris, mientras la polla de nuestro acompañante no dejaba de entrar y salir. No tardé en correrme, pero nuestro nuevo amigo no tuvo.

Tras unos segundos de descanso, me desataron y pude dar las gracias a nuestro desconocido invitado como mejor sabía hacerlo. Me metí su verga hasta el fondo de mi garganta mientras mi amiga jugaba, sorbía, acariciaba sus testículos. Un par de lengüetazos y su líquido espeso y caliente bajaba por mi garganta.

Exhaustos nos quedamos dormidos en seguida. A la mañana siguiente, el compañero ya no estaba, pero mi amiga y yo no le necesitamos para seguir con la fiesta…   


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