OPERACIÓN KITTY

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OPERACIÓN KITTY.
Moncloa, 02:00 horas. El gabinete de crisis reunido desde hacía horas estaba nervioso, a la espera de noticias.
Inesperadamente el silencio reinante en la sala se rompe al sonar un teléfono. Que de inmediato es descolgado.
—Deme buenas noticias, por Dios.
Desde el otro lado de la línea y con una voz sosegada le contestan.
—Localizada, está en un chalet a las afueras de Benidorm, el lugar está ya altamente vigilado.
El teléfono es colgado sin contestar nada.
El hombre que descolgó el auricular se dirige solemnemente a los demás allí reunidos. Todos expectantes ante la llamada y en espera de buenas noticias.
El presidente, con los codos apoyados en la mesa, se tapaba la cara con las manos; la tensión superaba su aplomo. Algo tan valioso y querido para él, estaba en juego.
—Señores, presidente, localizado el objetivo.
—¡Adelante!
Otro de los presentes, militar, con un sinfín de medallas en el pecho, sonrió satisfecho; era su turno.
Levantó otro teléfono, de color rojo, y dijo escuetamente.
—Póngame con Rabasa, con el Mando de Operaciones Especiales.
A los pocos minutos, dos helicópteros Super Cougar elevaban su vuelo en la oscuridad de la noche en la ciudad de Alicante.
Aguerridos boinas verdes, volaban en pos de cumplir una misión, crucial para la estabilidad de su país, eran conscientes de la gravedad del asunto, aunque a excepción del jefe del grupo, el comandante Guirao, no conocían la identidad del objetivo. Volaban en círculo una vez alcanzado el objetivo. Era la hora de actuar.
Mientras uno de los Super Cougar cubría al otro, se desplegó una cuerda desde uno de ellos, y utilizando la técnica del “Fast rope” bajaban a la velocidad del rayo todo el equipo.
Ya en la terraza, se desplegaron tácticamente. A una señal del jefe de equipo, descolgaron una cuerda de escalada por una de las paredes, la cual fue fuertemente anclada a uno de los postes que había en la terraza dónde estaban.
Dos miembros del equipo sacaron sus “ochos” y con mosquetones se engancharon en la cuerda, acto seguido comprobaron que el armamento estaba preparado y se deslizaron sin hacer el menor ruido por la pared; hasta llegar junto al lado de una ventana.
Uno de ellos entraría primero, cogió impulso y se echó hacia atrás impulsándose tan fuerte como sus piernas le dejaron, quedando en el aire, y entró por la ventana que se rompió haciendo un ruido estrepitoso. Acto seguido su compañero entró de la misma manera.
Desde la terraza se forzó la puerta y el resto del equipo accedió al edifico, a la carrera por las escaleras, fusiles en alto, bajaban en pos del objetivo.
Los que habían entrado por la ventana, apuntaban sus nuevos fusiles H&K G36 a una asustada mujer, que con cara de pánico, no se creía lo que le estaba pasando, ni en sus peores sueños hubiera pensado que una cosa así le pudiera pasar.
En tropel entraron el resto del equipo de asalto, derribando la puerta y, encontrándose a sus compañeros apuntando a una mujer, que se abrazaba a una pequeña gata.
El comandante Guirao, desde detrás de su pasamontañas y con voz gutural le dijo a aquella mujer aferrada a una pequeña gata como si la vida le fuera en ello… y le iba.
—Entrégueme a “Kitty”.
El equipo sorprendido, miró fijamente a su jefe, no entendía que estaba pasando.
—¡Sigan apuntando a la sospechosa!— Les recriminó Guirao ante sus miradas inquisitorias.
Obedecieron, era su deber.
La mujer extendió los brazos entregando la gatita al comandante, éste la cogió con mucho cuidado.
—¡Nos replegamos!
El ruido al salir de aquellos seis hombres fue ensordecedor. Subieron las escaleras, dónde uno de los Super Cougar les esperaba en vuelo estático a escasos centímetros del suelo de la terraza.
Subieron sin tardanza y comenzó el vuelo de regreso acompañado por el otro helicóptero que les cubría.
En el interior, bañados por una luz verde que iluminaba sus caras, las miradas de reproche de su equipo se hacían patentes. Ante esto el comandante, fiel cumplidor de las órdenes, sean las que fueran, sacó de su equipo un teléfono móvil vía satélite.
—Moncloa, aquí “lobo Azul”, misión cumplida, regresamos a la base.
Colgó el teléfono y lo guardó. Con su mano izquierda sostenía a la pequeña gata, y con la derecha le acariciaba la cabeza.
En la casa, aún con el susto en el cuerpo, yacía sobre la cama tumbada una mujer, incrédula ante lo que acababa de suceder.
En el Gabinete de crisis se recibió la noticia con satisfacción, todo había salido bien. El presidente ya recompuesto les habló a los demás.
—Gracias, gracias a todos. No podía consentir que mi “Kitty” estuviera en manos de mi exmujer.
Se levantó y abandonó la sala.
La mujer que tumbada lloraba desconsoladamente, acrecentaba su odio sobre una persona.
«Nunca te perdonaré esto, Mariano…cabrón».
Los dos aparatos aterrizaron en Alicante, en el cuartel de Rabasa, con la misión cumplida y con mal sabor de boca. No tenían claro si los había utilizado o se habían burlado de ellos.
Ante esto, y sabiendo el malestar del equipo, su comandante y jefe les dijo.
—Buen trabajo, señores, aunque no lo crean, han ayudado a que la gobernabilidad de España esté a salvo. Quizá está fuera de su entendimiento, pero que sepan que han contribuido a que “el chiringuito “ siga en pié.
En la cabeza de casi todos los miembros de equipo el sentimiento era común.
«¡La madre que os parió!, no estamos para esto».

 


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