Exhibicionismo e intercambio de parejas

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Nos habíamos vuelto obsesivos del sexo ante otros. Nuestra intimidad nos parecía sosa y cuando lo intentábamos, solo terminábamos añorando la adrenalina que nos producía ser observados. Una noche así, decidimos llamar a la niñera porque saldríamos s buscar la aventura que necesitábamos.

Llegó Marbella bastante antes. Era de tanta confianza que tenía llaves de la casa. Unos minutos antes yo estaba viendo la micro tanga que se estaba poniendo mi esposa. Después un vestido de seda blanca. Lucía perfecta y sus nalgas se podían admirar como si no trajera nada. Además esa tela volaba ante un suspiro. Me excité pensando en todos los que la disfrutarían y sin más, me bajé el pantalón, la empujé y ella sin chistar se apoyó con ambas manos en la cama. Haciendo a un lado el hilo dental la empecé a follar vigorosamente.

Fue un plan subconsciente. La puerta estaba suficientemente abierta para que Marbella nos viera. Supimos que estaba ahí, viéndonos, pasmada y con la boca muy abierta. Afortunadamente para nosotros, no se movió de su lugar por miedo a delatarse o quizá porque el morbo pudo más. Mi esposa gemía sin recato y pedía que se lo metiera todo y más duro. Yo me apliqué y bombeaba con toda mi fuerza. Cuando ella sintió por mis espasmos que llegaba el fin, se desensartó y tomó mi miembro con las dos manos y recibió la leche caliente en su cara y en su boca. Como acostumbraba, me exprimió y entonces alcancé a ver en la luna del tocador a Marbella en una frenética masturbación por encima de sus pantalones deportivos. Tenía los ojos en blanco y solo volvió a la realidad cuando escuchó a mi esposa: “bueno, ya vámonos. Esto estuvo bueno como preludio de lo que debe pasar esta noche”. Solo nos lavamos la cara y la boca y salimos. Marbella hizo como si acabara de llegar. Nos despedimos de beso y en mi turno, ella no me quitó la mirada de encima. Yo sabía en que acabaría eso tarde o temprano pero mentalmente tomé nota de cerciorarme de que fuese mayor de edad.

Llegamos al antro y estaba atestado. Un billete de 500 pesos le hizo recordar al capitán que tenía una mesita disponible no muy lejos de la pista de baile. Fue algo majestuoso ver como el viento de los ventiladores, levantaba como si tuviera hilos invisibles el vestido de mi esposa. Ya tenía de nuevo una erección vigorosa. Casi sentía como la acariciaban con la mirada por dónde íbamos pasando. Ese paseíllo fue coronado cuando mi esposa se dejó caer en el silloncito. El vestido caprichoso que se le subió hasta la cintura, dejó ver sus magníficos muslos y ese pequeño triángulo blanco del que no quitaba la mirada el mesero. Mi esposa no hizo nada por bajarse el vestido y así se quedó ante la mirada complaciente de nuestros vecinos de mesa. Incluso uno de ellos nos guiñó un ojo y levantó su copa en un gesto que parecía ser una invitación a brindar.

Ese lugar nos gustaba porque tocan música de todo. Una salsa nos movió los pies y la pista se llenó casi de inmediato. Solo bailamos un poco, unos segundos después yo estaba agasajando a Rossy por encima de su vestido. Ella se prendió de inmediato y empezó a acariciarme el bulto. Sentimos la mirada de los que nos habían invitado una copa. Volteamos y comprobamos que nos estaban observando, ella me susurró: “álzame el vestido”.  Yo obedecí. Nuestros amigos se las arreglaron para acercarse y decirnos: “son fantásticos. Mi esposa dice que si le podrías enseñar esos pasos y si tu esposa podría enseñarme a mí”. Rosy y yo solo no vimos un segundo y en automático cambiamos de pareja sin decir nada. Antes de que terminara la pieza me di cuenta de que él había aprendido perfectamente los pasos. Besaba y se aferraba a las nalgas de mi esposa mejor de lo que yo podía hacer. Teresa por su parte, estaba riquísima. Un poco más delgada, tenía un monte que pude palpar a placer. Apenas cabía en mi mano. Llevaba una  braga pequeña tipo brasileño pero mucho más grande que el micro de mi esposa. Era de un material transparente y muy delicado. Estaba completamente mojada cuando nos fuimos a sentar. Nuestras lenguas se movían al mismo ritmo que yo masajeaba su clítoris. Tuvimos un orgasmo en el último paso.

Llegamos muy divertidos a la mesa los cuatro y brindamos por nuestra reciente amistad. “Tú esposa es magnífica” comentó Pedro. “Bueno, la tuya es una obra de arte y realmente nos pudimos acoplar muy bien”. Cuando dije eso, Todos soltamos una carcajada.

Sin más, Teresa preguntó: “¿qué es lo que les excita más”. Rosy y yo casi al mismo tiempo dijimos: “hacerlo siendo vistos en público”.  “¿Se animaría a hacerlo aquí?”. “¿Aquí?, casi gritamos Rosy y yo”. “¿En medio de la pista?”. “No sé si la gente, o peor aún, el gerente vayan a tolerarlo”. “¡Vamos! Hace un rato casi nos desnudamos y no nos dijeron nada. Los demás solo nos vieron con lujuria y muy complacientes”.

“Es un reto”. Dijo Pedro. “Tiene que haber penetración en medio del baile. El que no lo logre, paga la cuenta”. Yo me quedé pensando un poco, y les dije. “¿qué les parece si la hacemos más peligroso? Para comprobar la penetración, debemos intercambiar parejas y repetir el acto”. No hubo palabras, solo el choque de las copas de 4 intrépidos amigos.

Elegimos una melodía muy romántica. Casi nadie se podía mover sin chocar con los demás. El centro de la pista se puso muy caliente y la mayoría cachondeaba de lo lindo. Ubicados estratégicamente, sin pensarlo más, Rosy bajó mi cierre y se acomodó de tal manera que la penetré fácilmente de una estocada. Su vestido se veía como atorado en mi cinturón. De pronto unos indiscretos nos vieron y solo nos hicieron la señal de Ok con su dedo pulgar. Pasó el susto y vimos que Pedro y Teresa aún no lo lograban. Era el máximo placer.

A mi señal, intercambiamos pareja. Yo no siquiera guardé mi instrumento. Teresa estaba mojada de nuevo pero intacta. No lo habían logrado. Ya sin control, yo no pude ser más discreto. Hice a un lado su braga y la penetré salvajemente. Ella se aferró a mí. La estaba follando sin hacer caso de la música. Una pareja que estaba viendo todo le empezaron a acariciar las nalgas. Teresa puso los ojos en blanco y se vino con fuerza. Mientras la chica de otra pareja me besaba profundamente. Pedro ya tenía su instrumento guardado. Ya había penetrado a mi esposa y su vestido estaba en su lugar. Cuando terminamos y Teresa se desensartó, el círculo que estaba a nuestro rededor aplaudió de manera espontánea mientras subía mi cierre.

Nos sentamos exhaustos, llegaron copas de cortesía. Alrededor solo nos enviaban felicitaciones por nuestra osadía.

En casa, mi esposa se dirigió a ver al niño. Yacía como un ángel igual que Marbella dormida sin ropa en el sofá. Observé un poco y acerqué mi nariz a su pubis. Estaba completamente húmeda. Solo di un lengüetazo y la arropé tiernamente.


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