Mi guardián

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Enviado el , clasificado en Amor / Románticos
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Desde hacía 7 años cada tarde a la misma hora, visitaba el cementerio de mi pueblo para poder leer con calma y además, poder pasar el rato con mi guardián. Lo descubrí cuando tenía 13 años, el dia que enterramos a mi abuelo en aquel cementerio, fue uno de los más tristes de mi vida. Ante el dolor que sentía en aquellos momentos, la reacción que tuve fue salir corriendo por el cementerio para poder llorar sin que nadie me viera, y sin saber cómo, lo encontré.

Mi guardián no era otro que una escultura marmórea blanca en forma de ángel custodio. Se encontraba colocado en medio de un rosal, abandonado en la zona más alejada de la entrada del cementerio.

Allí, bajo su sombra, leía, escribía o dibujaba. Me sentía protegida, y aunque fuera una escultura, y de mármol, algo que le otorgaba mayor frivolidad, me daba una cierta sensación de calor y cercanía.

Había pasado más ratos con él, que con mis amigos, y quizás por eso empecé a sentir un sentimiento de cariño o quizás amor, no lo sé, hacia él.

Sé que suena extraño, pero no sería la primera en enamorarse de una escultura, pues según la mitología griega, Pigmalión era un rey que se dedicaba a esculpir a su mujer ideal, hasta que un dia, se enamoró de una de sus esculturas, Galatea, la cual cobró vida, gracias a la diosa Afrodita para poder pasar juntos el resto de sus vidas.

Pero no creía que ese fuera mi caso, era prácticamente imposible. O eso creía.

La última tarde que pasé en el cementerio con el guardián marcó mi vida para siempre.

Tras leer la historia de Pigmalión y Galatea, sentí un hormigueo en mi estómago al pensar que eso quizás me podía pasar a mí. Que ilusa ¿Verdad?

Aun sabiendo que era algo completamente imposible, me levanté sobre uno de mis pies para poder alcanzar el rostro de la escultura. La acaricié suavemente con la yema de los dedos, miré fijamente aquellos ojos vacios, pero cargados de expresión. Miré sus labios, los acaricié, y acto seguido los besé. Mi primer beso.

Me sentía realmente inútil, besando a una escultura de mármol, cuando sin saber cómo ni por qué, alguien me agarró de la cintura fuertemente. Abrí los ojos de golpe, y para mi sorpresa, mi guardián ya no era una dura fachada blanca, si no que era un hombre de carne y hueso. Se separó de mi boca, que yacía abierta por la impresión, para poder mirarme a los ojos. Sus ojos, de un azul intenso que me helaron el alma. Me cogió el rostro con ambas manos para decirme “Cuantas personas he visto llorar por un ser querido al que han perdido, cuando yo lloraba todos los días por no poder tocar al ser que más he querido”.


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