¿A dónde va la gente cuando muere?

Tenía cinco años cuando le pregunté a mi mamá:

« ¿A dónde va la gente como mi abuelita?»

Ella me miró y sonrió con lágrimas que no entendía.

«A tomar una larga siesta, cariño»

En ese momento recordé todas las veces que mamá me levantaba porque decía que dormía mucho y que era una dormilona. No entendía por qué a ella no la levantaban tampoco pero no dije nada.

Después tenía trece años cuando vi como enterraban a mi tía. Le hice casi la misma pregunta:

« ¿A dónde va la gente cuando muere?»

Me miro de la misma manera que ocho años atrás, forzando una sonrisa para mí.

«A las estrellas, cariño»

Le creí. Y miraba por las noches las estrellas, saludando en silencio a la gente que no estaba ya con nosotros.

Pasaron otros cuatro años para que papá se fuera, y le volví a preguntar:

« ¿Qué pasa cuando su corazón deja de latir? ¿A dónde van?»

Me miro. Y sonrió.

Me pregunté cómo podía sonreír si estaba triste.

«Al Paraíso, mi vida»

Me besó la frente. Pero dude de ella.

¿A dormir una siesta, a las estrellas, al Paraíso? ¿Cuál era la respuesta correcta?

Le pregunté a un profesor. Me dijo que no iban a ningún lado.

No lo acepté.

¿Cómo podían simplemente dejar de existir? Debían ir a algún lado, sólo que nadie sabía a donde iban. Un secreto del universo.

Pasaron los años, ahora mi hija abraza mis piernas y escuchó su voz decirme:

— ¿A dónde se ha ido la abuela, mamá?

La levantó y la miro a los ojos. Veo inocencia en ellos y sé que creerá todo lo que me diga, así que le digo la verdad:

—A nuestros corazones, amor.