Algún recuerdo

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   Todavía me acuerdo de aquel día, había dormido fuera de casa, eran las once de la mañana y yo con sonrisa de oreja a oreja. Entonces fue cuando llamaron al timbre. Ese era el verdadero motivo de mi estado, que sonara ya ese ruido ansiado. Cuando abrimos la puerta no me lo podía creer: mis padres, con un saco lleno de regalos envueltos. Con la boca abierta, y sin saber qué decir, me quedé un instante recordando ya para siempre ese momentazo, a día de 6 de enero y con tan sólo cinco años. Yo, en casa de mi abuela esperando a ver qué pasaba, y pasó mucho más de lo que yo había imaginado: trenes, Scalextric, coches; en fin, parecía el niño mimado del año. Vaya manera de empezar el año más buena, jajaja; con una montaña de juguetes, sin preocupaciones, sin saber la importancia del dinero, sin pensar en chicas, sin saber de enfermedades. Ni la muerte era real. Felicidad absoluta, a más no poder, ya que con el paso de los años, cuanto más sabes, más listo y en más vulnerable te conviertes. Esa temporada ya estaba preparado para dar el salto a Primero de EGB; cambio de piso con mudanza incluida que yo no la recuerdo, creo que no ayude en nada. Un mes después estaba a punto de ganar un concurso de dibujo, que tampoco entiendo cómo lo hice, pues dibujo bastante mal. Después, el verano que más recuerdo, el del 86, en la playa con toda aquella explosión de música que sonaba allá por donde fueras; en las playas cada familia con su radio, su mesita y sus neveras, música por todas partes y lo que yo creía que era felicidad gratis para todo el mundo. Y en noviembre, para acabar, la visita por mi cumpleaños de mi padrino, el chileno. Un regalo por su parte, sin avisar y sin decir nada, y un adiós que conllevaría para mí su ausencia para siempre. Ya no volví a saber nada más. Cosas que pasan, pero con la llegada de alguien nuevo, ¿de dónde ha salido? Uno que se quedara para siempre en mi vida, el nacimiento de mi hermano pequeño, “guau, ¿ahora qué?”, pensé. Pues nada, algo más con lo que contar. Navidades mágicas, paseando por la Sagrada Familia, escuchando villancicos por todas partes y eligiendo, otra vez, más y más regalos para el día de Reyes. Año movidito para mí, y todo vuelta a empezar. Todo, o mejor dicho casi todo; a esa edad, por lo menos para mí, estaba condenado a no distinguir entre la realidad de los sueños y los deseos de la inapetencia. Que algo no salía como yo quería, pues me enfadaba y listo. Al día siguiente, inconscientemente ya no te acuerdas, total, había tantas cosas por hacer y aprender...

   Año tras año, como base, van pasando las mismas cosas, a la vez que descubres otras nuevas. Que si varicela; que si tu hermano no termina de crecer para jugar con él a lo que tú quieres; labios partidos porque me he estampado con la canasta del colegio; que te castigan por llegar tarde “Pero si no ha sido culpa mía” Y ya empiezas a tener miedo a esa profesora que estará ahí para amargarte los próximos 10 años sin pedirle que lo hiciera, no hacia falta mujer. Todo esto y mucho más sin razonar que esos años pasan y no vuelven, como todos claro. Vacaciones en familia que no vuelven jamás, por ejemplo. Todo esto en mi caso, por supuesto, ya que cada uno tiene su propia historia.

   A los 10 años hay un cambio en mi vida. Empiezo a jugar al fútbol en un equipo de barrio, a dejar de mojar la cama y nueva etapa, que dura hasta mis dieciocho años.


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